MUSICA › LA MONA JIMéNEZ COPó EL ESCENARIO DEL FESTIVAL DE COSQUíN
Después de 24 años, la figura más emblemática del cuarteto volvió a la plaza Próspero Molina, que lució como nunca. Una multitud siguió el show de pie, con los brazos en alto, y no pareció reparar en el debate sobre la pertenencia o no de la música de la Mona al folklore.
› Por Pablo Donadio
Desde Cosquín
Córdoba es suya: lo aman. ¿Canta como Caetano? ¿Tiene la riqueza metafórica de Spinetta? Muchas preguntas pueden escribirse en torno de un fenómeno de identificación sorprendente y que merece, además de respeto, una discusión seria y honesta sobre qué es el folklore. Algunos como Marcelo Simón, conductor del festival, creen que “el cuarteto tiene una relación especial con el folklore”, dejando claro que para algunos no es parte de lo mismo, acotando la visión de folklore a ritmos de chacarera, zamba, cueca, gato, escondido y huayra muyoj. Si no se lo sesga, el sentido amplio del folklore reflejaría en éste (el aspecto musical) una de las tantas expresiones de los pueblos. Entonces el cuarteto, cuya raíz involucra además al pasodoble rural, quedaría “bien legitimado” para quienes lo critican. Más allá de palabras, hay que ver la conexión que establece el músico con su gente. El sentido de propiedad, aún más que la euforia y la felicidad que despierta, merece desechar toda minimización posible sobre el tema.
“La Mona es nosotros, loco: lo cago amando. Bum-bum-bum, a mover el bum-bum-bum”, grita un joven enardecido, parado sobre la butaca y meneando el cuerpo sin parar ni para tomar fernet. Y sí, quién puede dudarlo. La presentación del martes por la noche, tras el versátil y brillante show del santiagueño Raly Barrionuevo, fue sin dudas del rey del cuarteto. La plaza-estadio Próspero Molina vivió un agite jamás recordado, con todo el público, literalmente de pie, repartidos de a tres por silla y con los brazos en alto. Una verdadera fiesta popular, con el artista que mejor representa hechos muchas veces invisibilizados y, aún peor, mostrados peyorativamente: la juventud, la falta de trabajo, la “mala” vida. “La novia blanca”, canción sobre una madre que ve morir al hijo de sobredosis; “El federal”, que cuenta la historia del padre policía que termina asesinando a su hijo delincuente que abandonó de chico; y “El marginal”, casi un himno cuartetero, que describe al pibe sin oportunidades frente al sistema (y que fue la canción inconclusa en 1988 cuando La Mona fue expulsado de Cosquín), son algunos ejemplos. “Quería escucharlos cantándolo”, dijo Jiménez promediando el show, aclarando que no se trataba de revanchas, sino de la conclusión de aquel momento trunco. “Qué bueno que se han portado bien. Bueno, ustedes siempre se portan bien conmigo”, fraternizó luego. Vestido con poncho, Jiménez apareció primero con Los Cuatro de Córdoba, y cantó “Barrio Alberdi” y “Amándote”. Poco después, el escenario giró y La Mona apareció luminosamente lookeado, para agitar con “Taxi-Taxi”, “Bum-bum”, “Beso a beso” y otros hits de sus 81 discos, a una plaza que explotó con el incansable artista de musculosa y pantalón negro, con luces (sí, encendidas) azules flúo. Volaban corpiños, remeras, banderas... y hasta un casco. Ironías cordobesas, que el cantante interpretó para “la seguridad del show”, y se colocó de inmediato durante todo el tema.
Momento emotivo fue el de su hijo Carli Jiménez, que cantó con sus mismos yeites algunas piezas de su padre, y lo acompañó en varias otras. Casi al final, su hija Lorena Jiménez se subió a bailar. Ella tiene también una banda de música tropical, Qué las Parió, y hace poco participó en la película De Caravana de Rosendo Ruiz, que refleja parte de la vida del baile cordobés en el que, obviamente, se menciona a La Mona. Allí, sobre las tablas, la flaca pegó la cola a la de su padre y dio una auténtica clase de cuarteto.
Algo permanente durante todo el espectáculo fue el manejo carismático del escenario, que más de un artista refinado envidiaría. Sus letras, y un código de señas tumberas que identifica barrios y costumbres, es al público cordobés lo que los gestos del conductor de la Bomba de Tiempo es a sus músicos. El lo inventó, pero eso hoy es propiedad de la gente. A los 61 años, impresiona su energía y el trabajo (toca cada fin de semana ininterrumpidamente, desde hace añares), así como la banda que tiene detrás, con músicos que sostienen un show de esa envergadura. Vale recordar como ejemplo de esto a Bam-Bam Miranda, percusionista peruano de excelencia que lo acompañó por años, dándole un vuelo latinoamericano tropical enriquecedor. Miranda murió el año pasado en escena, cuando se presentaba con la banda de música afroperuana Guarango, que tenía a la par y con la que alimentaba sus raíces más genuinas. Como Riquelme, La Mona está feliz, y si alguna vez ha de pensar sobre la muerte, sin dudas querrá dejar a su público como el Bam-Bam, haciendo lo que mejor hace, sobre las tablas.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux