Jueves, 2 de febrero de 2012 | Hoy
MUSICA › PALO PANDOLFO Y LEO GARCíA SE PRESENTAN EN EL TASSO
Cada jueves de febrero, estos dos cantautores se cruzan, guitarra acústica en mano, para interpretar temas propios y clásicos del rock argentino. “La sensibilidad musical es el lenguaje que compartimos”, afirman ellos.
Por Ana Asseo de Choch
Cada cual en lo suyo, estos dos artistas han dejado su huella en el enrevesado camino de la música popular argentina. Pero hay datos puntuales que unen a estos trovadores: su identidad de cantautores y de suerte de “guerreros existenciales de la guitarra criolla” que defienden la canción. Varios de sus discos marcaron épocas –como mínimo– intensas, y son hoy vívidos relatos de esos momentos. Leo García emergió a cierta popularidad con Mar (2001), apenas antecediendo al colapso socioeconómico que, aún sin helicópteros escapando de la Casa Rosada, contaba con una seguidilla de aviones atestados de jóvenes que huían del país. Palo Pandolfo no sólo se erigió como poeta en combustión con Don Cornelio y La Zona a fines de los ’80, sino que, en pleno menemismo, sacó a la luz un monumento llamado Salud universal, junto a Los Visitantes. El disco resignificó una vapuleada identidad porteña, barrial y de clase media, que, al igual que en ciertos libros, comics e incluso formas de vestir –poco preocupadas por modas y costumbres–, encontraba en aquel grupo una de sus más grandes voces. Desenfrenado, políticamente incorrecto y poco impresionado por lo que se vendía como el “triunfo financiero del uno a uno”, el disco fue un alivio para quienes encontraban su oferta musical un tanto limitada al fenómeno ricotero, o a lo estrictamente marketinero de entonces. Vinieron más discos de aquel grupo y, finalizado el ciclo, el renacer fue con un fructífero camino solista, cuyo punto cúlmine desde lo formal es Ritual criollo (2008). Pero que, artísticamente, continuó con una intensa actividad de giras, colaboraciones y hasta programas de tevé. Simpatizantes del trabajo en equipo, Pandolfo y García conforman hoy una yunta insospechada y bien recibida: todos los jueves de febrero, a las 22, en el Centro Cultural Torquato Tasso (Defensa 1525), ambos revisitarán temas propios, presentarán nuevas canciones y, como bonus, interpretarán a dúo clásicos de rock argentino.
–¿Qué conocía el uno del otro antes de empezar a trabajar en conjunto?
Leo García: –Yo escuchaba los discos de Don Cornelio y La Zona, en los ‘80, cuando era chico. Era uno de mis grupos favoritos, en ese contexto de bandas como Virus o Soda Stereo. También me gustaban The Cure, Joy Division. Notaba que la voz de Palo estaba como afectada, pero no estaba imitando nada, que era un poco la tendencia de aquel momento. Escuchabas cantar a Palo y era Palo, no estaba imitando nada. Por otro lado, las canciones del primer disco de Don Cornelio sonaban mucho en la radio. Después compré el vinilo, con un amigo de Morón. No iba a ver shows en vivo en aquel momento; no me animaba todavía a venir a ver shows en Capital, estaba en el oeste, todavía. Sí iba a Morón o a Moreno a ver música en vivo. Pero me habían llegado su música y sus videos.
Palo Pandolfo: –De alguna manera me llegó Avant Press (primera banda de García), de quienes no tenía el disco, lamentablemente, pero en casas de amigos se escuchaba, y lo asimilé hace mucho, en la primera mitad de los ’90.
–¿Cómo surgió esta colaboración?
L. G.: –En Cemento habíamos compartido escenario con Palo, junto con Francisco Bochatón. Ahí nos conocimos, empezamos a charlar. Creo recordar que esa noche fuimos a lo de Palo. Después de eso, hicimos una especie de gira, viajamos a Santiago del Estero.
P. P.: –Porque Leo vivía más lejos... (a García), eras del oeste, también, y tomabas el micro, ¿te acordás? Nos acercaron aquella vez después de Cemento. Vos eras el último en bajarte, porque vivías más lejos.
–Aparecida la química, comenzaron los ensayos.
L. G.: –Sí, esa cosa que generalmente se da entre artistas de cero distancia, de no perder el tiempo en tratar de conocernos. Cada uno intuye que el otro tendrá sus mambos personales; podés compartirlos o no en ese momento, pero hay algo que al músico lo moviliza, que es esa sensibilidad musical. Y que es el porqué estamos en esta vida, en definitiva. Eso nosotros lo manifestamos al toque, es un lenguaje que compartimos.
–Hay un fuerte contraste entre ambos registros y timbres de voz.
P. P.: –A mí me encanta. Soy un obsesivo de las voces y de las armonías. Trabajar con alguien que canta es buenísimo. Para que el yo esté representado, tiene que haber muchas voces. Me refiero a producir bandas, o a hacer mi música. Tener una armonía al lado de tu voz permite formar un ente, una unidad. Es como un partido de fútbol. Cerca del 2003 fui por última vez a la cancha y me di cuenta de lo que es el fútbol: es una configuración del ego. La pulsión de vida, el ello, es la hinchada propia. La pulsión de muerte, el superyó, es la hinchada contraria. Y, entre esas dos pulsiones, se encuentra el yo. Por eso me gustaba tanto el fútbol; todo está atravesado de trascendencia, depende de cómo uno escarbe.
L. G.: –Por fin entiendo el fútbol... (risas).
P. P.: –En el dúo vocal, también. En esa dualidad, ese contraste, es donde está la vibración. Igual: arte. Artísticamente, con Leo es genial, es un intérprete depurado. Yo compongo desde el ’77. En el ’76 hice la traducción de “Lucy in the Sky with Diamonds”, porque quería ver qué quiso decir el chabón con esa letra. Pero es muy loco, todo es lineal; es llamativo cómo todo se reduce a “Muchacha ojos de papel” y “Canción para mi muerte”. Yo escuchaba la radio, pero eso era lo que me llamaba la atención. Y quería hacer eso.
–Salud universal fue un disco único, en términos de un “costumbrismo rocanrolero” criollo. Pandolfo, ¿cómo se lleva con el hecho de que sigan pidiéndole temas de esa época?
P. P.: –Resignación menemista era desequilibrio; fue el triunfo del apocalipsis en mí. Estamos transitando el Año Nuevo chino y me emociona ver lo que significa Salud universal hoy, después de tanto tiempo. En su momento, cierta crítica le dio tres estrellas, a lo sumo un “bueno”. Pero el disco creó un rock criollo; tenía una impronta popular. Estaba adelantado quince años a lo nacional y popular que resuena ahora. Fue un milagro de la creación psicodélica y duró lo que tenía que durar. Amo esos temas, no tengo problemas en volver a tocarlos. Mi objetivo era aprender finalmente entero “Lucy in the Sky with Diamonds”, cantar la canción. Así que sólo me importa tocar las canciones. Si son mías, mató, gloria a Dios. Para mí, aquel disco significa mucho. Soy historicista en la vida, tanto de mi historia como de la nacional y de la del mundo. Encontré un libro de Eduardo Galeano, que se llama Espejos, y relata la historia a través de viñetas. Por ejemplo, en media carilla está la historia de Julio César; abajo de ésta, la de María y demás. Y un poco veo todo así. Hay cuatro discos que son como links: primero Don Cornelio y La Zona, que da un pase loco a Patria o muerte, al año. Y, después, del ’88 un pase largo al ’91, cuando hago todo eso que es Salud universal. Toda esa composición me llama la atención. ¿Por qué lo hice? Era rarísimo, fue un cambio. Desde el principio, ni yo entendía bien por qué lo hacía. Había valses, tango, candombe, todo lo criollo...
L. G.: –Sin dudas, fue un disco muy vanguardista, muy anticipado también a lo que se escucha ahora con la explosión de los grupos uruguayos, por ejemplo. Es muy impresionante cómo antecede todo. Con la canción “Arte milenario”, por ejemplo, que tocamos al final del show –que es una gran canción y una de mis favoritas de todas las que tocamos juntos–, veo cómo Palo no se quedó sólo con el flower power y el “neohippismo” de los ’90, sino que supo significar más allá de eso, en una visión que tiene que ver con celebrarnos, en la era de acuario, de agarrarnos de la mano, de vivir en arte. Cuando lo escuché la primera vez no me maravilló tanto, recién ahora lo descubro. Yo también soy víctima de ser un dormido.
–García, en ese época usted vivía en Once y ya había desarrollado su afición por el pop, la electrónica y Nino Bravo.
L. G.: –En casa había mucha diversidad. Se escuchaba Nino Bravo, obviamente Los Beatles, pero también había cosas como Kraftwerk o Cacho Tirao, que de hecho creo que me influyó fuertemente para comenzar a tocar la criolla. Cacho Tirao sonaba muchísimo en casa. Mucho tango, también, música disco. Mis hermanos tocaban la guitarra. Yo prefería el piano, pero no teníamos plata para comprar uno, así que arranqué con la guitarra. En ese momento era fácil comprarse discos, me dejé llevar mucho por el tocadiscos y eso está bueno: me hizo entender rápido la cultura DJ, también.
–¿Y cómo se lleva usted con interpretar repetidamente sus canciones, en especial las de Mar?
L. G.: –No hay ningún problema, si es mi mejor disco... Uno está haciendo su carrera, por más que suene como una frase de la vedette de turno. Es toda una construcción del historial propio y es un honor tener canciones y que te las pidan. Incluso cuando hay que hacer un nuevo álbum –siendo virginiano, siempre siento que me falta algo–, me pasa de decir “¡Cómo me gustaría hacer tal canción nueva!”. Sin embargo, la mejor canción podría ser aquella que ya hice. Creo en mi repertorio, definitivamente. Estoy armando una cosa que es mía y que me representa, desde que empecé y hasta donde llegaré.
–Alguna vez dijo que para ser artista hay que ser reconocido, si no es permanecer en un estado de artesanato.
L. G.: –Sí, y lo sigo creyendo, por eso estamos acá haciendo la nota (risas). Creo que un artista tiene que tener cierta notoriedad, ser público. El caso de Palo, por ejemplo, es claramente influyente. Su trayectoria, sus canciones, llegan a mucha gente. Así se genera una influencia para las nuevas generaciones, está bueno que sea así. Eso te lo da el hecho de haber editado, de haber tenido prensa, lo hayas buscado o no.
–Pandolfo, ¿cómo ve los cambios en el mercado local del rock?
P. P.: –Me baso total y absolutamente en la que llamo “nueva vanguardia”, que también puede definirse como “cantautores rioplatenses”, como los llama el libro de Martín Graciano. Y, más bien diría, “cantautores sudamericanos”. Basándonos en nosotros, hay mucha gente, como Tomi Lebrero, Pablo Dacal, Alfonso Barbieri, Lucio Mantel, encuadrada en un lugar fijo, donde yo enfoco una ruptura, que tiene que ver con la idea del rock.
–Los paradigmas cambian, el ámbito del rock local se transforma, pero no se sesionó para el proyecto de Ley de la Música.
P. P.: –Yo toqué en el Congreso. Canté un par de canciones por todo este tema de la Ley de la Música, además de que soy amigo de Cristian Aldana (cantante de El Otro Yo y uno de los principales impulsores de la norma). Pero a veces no se cuenta con la posibilidad del tiempo ni el espacio para dedicarse a estas cosas, tanto por lo laboral como por lo familiar (durante la entrevista están presentes los hijos de Pandolfo). Pero de vez en cuando hay que hacerse un minuto para algo. De todos modos, ésos son temas mundanos: a nosotros nos interesan temas más profundos y al mismo tiempo elevados. Las metas altas. Lo que nos hace estar erguidos, lo que nos acerca al cielo, a la luz. Por eso estamos aquí los seres humanos, en la Tierra: para tratar de abrir el tercer ojo. Ese es nuestro objetivo primordial. A veces uno siente que es complicado justamente avanzar en ese sentido, estando en el mundo material. Hay experiencias psicodélicas en el rock y no me estoy refiriendo a las drogas. Nací en el ’64; somos una generación muy volcada a la experimentación. Pero yo vengo experimentando psicodélicamente antes de consumir drogas. Siempre fui medium, siempre traté de ver más allá. Antes de ser músico ya era brujo; iba por el conocimiento desde el principio, desde chiquitito. Ya veía a Jesús. Y la música siempre fue un vehículo instantáneo para esa inquietud; me hacía decir... “Ah, ¡mirá vos!”. La música era instantánea para el pensamiento metafísico. Siempre el discurso mío va a terminar en eso.
L. G.: –Me hace pensar mucho que cuando hacés una práctica religiosa, es lo mismo que un recital. Por un lado, tenés un gurú carismático, y por el otro, todos cantan alabanzas a Dios. Con la música es igual, con la diferencia de que no está nada establecido, simplemente está la libertad de captarlo o no.
–Pandolfo, está trabajando en un nuevo álbum, ¿verdad?
P. P.: –Sí, estoy grabando el nuevo disco con mi banda, La Hermandad, y me están ayudando a producir Charly Desidney y Goy Ogalde (La Peña Pop). Acabamos de grabar el demo, en La Boca. Vamos a ensayar un mes y en marzo grabamos el disco. La alquimia será cuando la banda se adueñe de los temas. Yo soy un mero intérprete. Estoy loco con el grupo, son chicos sensibles. Y también feliz de trabajar con Leo. Generar vínculos es muy interesante. Trae nuevos amigos y te hace reencontrarte con los viejos. Mi banda nueva es como un regreso a los ’90. Nos cagamos de risa, saca lo mejor y lo peor de nosotros, nuestro humor negro. La música popular es una danza, tiene que hacer vibrar a la gente, si no le falta algo. Y yo soy payaso, soy oscuro, soy loco, soy una persona densa. Creo que hay que reírse de la patota que uno tiene adentro. Este disco será como volver a las raíces: será un disco de banda de rock, que es lo que hice toda la vida. Hoy, en mí, todos estos linkeos que estás haciendo entre mis discos me convierten en ese artista de culto que soy, que comenzó a partir de Espiritango, con una veta en lo popular. Pero Maderita, por ejemplo, que es el disco que grabamos con Universal, es una isla en toda mi obra. A partir de ahí viene una decadencia; a partir de ahí me curto, como San Francisco de Asís, y lejos de firmar contratos con los ojos cerrados, estoy agrandado, me la creo. A eso me refiero con lo de decadencia. Pero bien. Mi vida es siempre la vibración, la depuración, Jesús, que haya luz. Siempre es ése el objetivo. La música es una excusa para buscarla.
–Y usted, García, ¿planea nuevo disco?
L. G.: –El último disco que saqué se llama Común y especial. Ahora estoy juntando canciones nuevas. Sigo grabando con diversos productores. Estoy en la búsqueda. Creo que esta vez, más que buscar algo conceptual, simplemente voy a juntar canciones que fui armando; prefiero ese concepto. Y produzco también una banda nueva, que se llama Naifeel; es una banda que me gusta mucho y además me alivia mucho moverme de cierto protagonismo.
–Juntos tocan temas de La Máquina de hacer Pájaros, Tanguito, Nino Bravo...
P. P.: –Leo es un maestro en la interpretación de rock nacional; él es un alfa en eso.
L. G.: –¡Un alfa! (risas) Con Nino Bravo, para después de marzo, planeo hacer algo más. No necesariamente con la palabra “homenaje”, pero algo con su repertorio voy a hacer. Como era mi primera vez en el Tasso, preparé un poco de todo lo que estoy haciendo. Me divierte cantar canciones de otros intérpretes que me gustan, pero si me piden las mías, las canto. En vivo hago mis canciones, pero no es que en casa me pongo a cantar “Reírme más” o “Morrissey”.
–¿Cómo definen este ciclo de presentaciones?
P. P.: –Es un espectáculo vivo que va a ir desarrollándose de un show al otro. Es un experimento, un work in progress, que va a sumar sorpresas. Este jueves, por ejemplo, vamos a tener como invitado a Goy.
L. G.: –Cuando nos juntamos con Palo surge una magia increíble, siento un estado de posesión, de explotar. Así que quiero vivir esa experiencia nuevamente. Vamos a hacer más canciones juntos. Mis sets cambian; me voy a permitir ir variando los shows, también. El horario, el lugar, la energía previa y posterior a los shows están buenísimos. Estoy en mi salsa y quiero divertirme. De todos modos, es muy difícil que me aburra arriba de un escenario. Pero vamos a ir también dándole variaciones, sin guionar, y seguramente trabajar más juntos.
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