MUSICA › RECITAL DE ENRIQUE BUNBURY EN LA CANCHA DE FERRO
El ex líder de Héroes del Silencio recibió la ovación de un público en su mayoría femenino para la presentación de Licenciado Cantinas, su último trabajo, integrado por versiones del cancionero popular latinoamericano.
› Por Julia González
“Una imagen vale más que mil palabras” podría ser la frase hecha para ilustrar el concierto que Enrique Bunbury dio el sábado en el Estadio Ferro. Porque, si bien ya lo había cantado en “El extranjero” (de su segundo disco solista, Pequeño), el zaragozano se siente en casa en América y de ello se jacta en Licenciado Cantinas, su último trabajo, compuesto de versiones del cancionero popular latinoamericano. Con sus presentaciones en Córdoba y Buenos Aires inició el tramo latinoamericano de su gira.
Pasadas las 21.30, apareció Bunbury, luego de que su banda, los certeros Santos Inocentes, tocara el bolero instrumental “El mar, el cielo y tú”, pieza que abre su último disco. Sin su sombrero de prestidigitador y con una energía contagiosa, el ex líder de Héroes del Silencio recibió la ovación de un público en su mayoría femenino, aunque en compañía de sus parejas que, teniendo en cuenta el nivel del show, deben haber ido directo a la discografía del músico al llegar a sus casas. Por supuesto que los fans masculinos también dijeron presente y se hicieron eco de las canciones repasadas en dos horas de show, haciendo hincapié en los discos El viaje a ninguna parte, Flamingos, Pequeño y, por supuesto, Licenciado Cantinas.
Bunbury, de palpable buen humor, se ocupó de cantar con esa técnica vocal siempre agraciada, sin hacer alardes de sus pasos de baile ni abundar en coreografías de esas que supieron representar su figura, una mezcla de Raphael, Sandro y Elvis. Tal vez el hecho de relajar la pose y dejar de lado sus célebres movimientos logró una conexión más profunda con el público que aplaudió y vitoreó siempre su nombre, aunque al final no se pudo morder la lengua y le preguntó cuándo se reunía Héroes. La respuesta silenciosa estuvo flotando en el viento, ya que no sonó ninguna canción de su ex banda.
“Es un inmenso placer y un honor estar aquí en el Estadio Ferro”, saludó al término de “Llévame”, y anunció que cantaría algunas canciones revolucionarias, otras repletas de melancolía y muchas cantineras. La nueva incorporación del set de percusión a cargo de Quino Bejar aportó sutilmente esa huella sudamericana con claves de son, ralladores y shakers, que escoltaron los arreglos hasta de algunas viejas canciones, como “Sácame de aquí”. “El solitario (Diario de un borracho)”, una cumbia colombiana con aires mexicanos que promete una muerte en aguardiente, se mechó con “La Señorita hermafrodita” y “El extranjero”. Con “Odiame”, el graduado volvió a los bares. Entonces el público le dio su diploma al cantarle como en la cancha “Dale, Licenciado”, a lo que Bunbury agradeció impersonalmente los honores, “uno que nunca estudió, acabó licenciándose en algo, en las cantinas de Latinoamérica”. Antes de que el público del campo del fondo le gritara que no se escuchaba, y frente a un entristecido “no me digan eso, carajo”, del músico, la banda arremetió con un set de viejas glorias como “Los habitantes”, “El anzuelo” y “No me llames cariño”. En el transcurso de estas canciones y después de que Bunbury golpeara uno de los monitores del escenario, el volumen del Estadio subió gradualmente. El acordeonista se lució en el flamante corrido mexicano “Animas, que no amanezca” para dar paso a “Que tengas suertecita”, “El día de mi suerte”, “De todo el mundo”, y el final de la primera parte con el rocanrolero “El hombre delgado que no flaqueará jamás”.
La banda se despidió pero las luces del estadio no se encendieron y enseguida la banda volvió al escenario para hacer “Un blues de Atahualpa”. Mientras tanto, respetuosos aplausos cubrieron la estampa del músico que por única vez en la noche se quedó quieto frente al pie del micrófono, cantando con los ojos cerrados y su sombrero de cowboy “El cielo está dentro de mí”, hermosa versión matizada por el guitarrista Jordi Mena. La primera tanda de bises terminó con “Bujías para el dolor” y una conmovedora “Infinito”, grabada en 1999 pero que ya profetizaba esas “rolas cantineras”. Hubo un segundo bis que incluyó el tango dedicado a “los argentinos y argentinas”, “Cosas olvidadas”. Y para decir adiós, Bunbury volvió a atar con todas sus fuerzas ese cariño con su público rioplatense, cantando el bello vals de despedida: “Y al final”.
8-Enrique Bunbury
Músicos: Los Santos Inocentes, Robert Castellanos, Alvaro Suite, Jordi Mena, Ramón Gacias, Jorge Rebe y Quino Bejar.
Lugar: Estadio Ferrocarril Oeste.
Duración: 120 minutos.
Público: 8000 personas.
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