Mar 06.03.2012
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MUSICA › EL CANTAUTOR BRASILEñO PAULINHO MOSKA, ANTES DE UNA NUEVA VISITA AL PAíS

“Quise ser esto, un vagabundo acompañado”

Amigo de los cruces con otros artistas latinoamericanos, amante de la fotografía, el teatro, el cine y la filosofía, el músico carioca reconoce que le gusta “hacer muchas cosas al mismo tiempo, ese es mi punto de equilibrio”.

› Por Karina Micheletto

Tiene su público fiel en la Argentina: tanto que después de dar un concierto en la calle Corrientes unos pocos meses atrás, vuelve a tocar este viernes, ahora en el teatro ND Ateneo (Paraguay 918). Paulinho Moska es parte de una generación de músicos brasileños que supieron darle acento local al pop y al rock, mientras acudían tanto a la electrónica como al samba. Con esa misma naturalidad grabó su último trabajo, Muito Pouco, un disco doble en el que plantea, por un lado, el despliegue de una gran banda y, por el otro, una serie de canciones bien intimistas, sin batería, con apenas algunas percusiones.

Moska conversa con Página/12 vía telefónica y en plena filmación: como parte de su múltiple perfil de músico, fotógrafo, actor y director, “entre otras cosas”, está en este mismo momento filmando una película. “Es una película con tres actores, que cuenta la historia de dos hombres en un carro con un caballo: Yo soy el caballo”, es lo que puede contar por ahora el carioca, que también está a cargo de la banda de sonido de este segundo film del premiado realizador independiente Caio Sóh. “También estoy por empezar la séptima temporada de mi programa de televisión, Zoombido. Allí espero seguir abriendo el espacio a cantautores brasileños y latinoamericanos, mi amigo Kevin (Johansen), por ejemplo, ya estuvo. Me gusta hacer muchas cosas al mismo tiempo, ese es mi punto de equilibrio”, asegura. Un punto de equilibrio que parece venir buscando desde hace tiempo, porque su formación incluye estudios de cine, teatro, fotografía, y algo de filosofía, además de música.

–¿Cómo se relacionan todas estas artes?

–Las relaciono yo, naturalmente, es que siempre quise ser un poco artista de variedades: yo quería ser el payaso, el domador de leones, el presentador, el malabarista, el dueño del circo... Mi papá era editor de fotografía de un periódico y tenía todos los equipos en casa, así que desde chico me apasioné por esa magia del revelado. Lo recuerdo a mi papá cortando y pegando, haciendo ampliaciones, cosas... Todos esos intentos de composición que ahora se hacen con una computadora, yo los vi directamente, y crecí con esa información de la imagen. Por otra parte, cuando renunció al periódico, mi padre comenzó a administrar el Pan de Azúcar. Allí había un local nocturno muy famoso, por el que pasaron todos: Hermeto Pascoal, Egberto Gismonti, Caetano Veloso, Gilberto Gil, Ney Matogrosso, Gal Costa, Zezé Motta... Yo tenía nueve, diez años, y obviamente ningún niño podía entrar allí, pero mi padre era el administrador y alguna franquicia había. Vivía escondido debajo de las mesas, también recuerdo esa sensación de estar haciendo algo prohibido y a la vez fascinante. Eso es mágico para un niño. Creo que toda esa formación tuvo que ver con lo que soy hoy.

–¿Y qué siente que es, entre tanta diversidad?

–Soy un tipo que agrega cosas a su vida, no para ser el mejor en nada, sino para ser, finalmente, mejor persona yo. Cada vez que me envuelvo en una práctica diferente, las otras prácticas ganan una potencia diferente: actuar me enseña a fotografiar, fotografiar me potencia para hacer canciones, querer cantar mejor esas canciones en vivo me pone en contacto con la actuación. Los que hacemos arte siempre intentamos componer una poesía. Un director de teatro de Brasil dice que poesía es todo aquello que no conseguimos explicar: hacemos esto, que podemos explicar, para intentar avanzar en algo inexplicable. Esa es la paradoja. No hay poesía sin paradoja, no hay arte sin paradoja, por eso estamos en esto.

–¿Y la filosofía, qué le aportó?

–No estudié formalmente filosofía, tomé cursos, participé de un grupo que se especializaba en Gilles Deleuze. Yo andaba buscando respuestas, ¡y cómo me desorientó! La conclusión fue la misma: yo estaba perdido entre tantas cosas, y lo que hice fue animarme a todos. Tuve que comprender que no hay necesidad de ser el mejor fotógrafo del mundo, el mejor cantautor, el mejor actor. Puedo hacer todo, lo mejor que pueda.

–¿Cuál es la mayor dificultad que conlleva ese planteo?

–La dificultad está en la organización, desde luego. La tarea es la de una suerte de maestro de ceremonias, yo voy haciendo cosas y cosas y a lo mejor no me doy cuenta de que ese proceso creativo ya empezó, hasta que en un momento dado percibo que hay una materia prima, una idea. Allí es cuando comienza la parte más delicada, hay que organizar esa materia, no se puede perder la poesía, pero hay que darle una forma.

–¿Y la mayor satisfacción?

–Cuando todo empieza a tomar su forma, su singularidad. Cuando te das cuenta de que aquello que pensabas que era un error es lo que hace diferente al trabajo, cuando cobra sentido en la idea general. Creo que esta forma de trabajar sólo es posible cuando te das la libertad de no tener que llegar al primer lugar, eso es algo malo de nuestro tiempo, vamos perdiendo un poco de poesía con tanta especialización.

–Pero usted es más reconocido como cantautor que por sus otros oficios...

–Bueno, sí la canción fue la forma en que mi vida se tornó viable para mí, y entonces claro, todo se decide en primer lugar para la canción. Es con las canciones que puedo viajar, conocer otras culturas, hacer amigos. Eso es mágico para mí, y además soy un apasionado de la canción. Entonces sí, todas las cosas que fui haciendo en el último tiempo se han ido volviendo canción. Creo que la canción es mi dios.

–Usted ha compartido su obra con colegas como Johansen o Pedro Aznar, también con Jorge Drexler o Fernando Cabrera; hasta han planteado conciertos conjuntos. ¿Por qué le interesan esos cruces?

–Para mí es un privilegio poder llegar a un país y encontrar hermanos, espejos, cantautores que se preocupan con rigor en las letras y las melodías, en los que me puedo mirar y reconocer, pero también aprender. Ahora estoy muy cerca también de Lisandro Aristimuño, me encanta lo que hace, ojalá pueda estar el viernes en el concierto. Me interesa también el acercamiento a la lengua que recibo a través de esos poetas: yo no hablaba una palabra de español y ahora hablo un portuñol de lujo. Para mí, estos cruces son una manera de entender la carrera, y también la vida. Los amigos músicos que hice en Argentina, Uruguay, Chile, Colombia, me han cambiado la vida. Ahora estamos armando festivales latinoamericanos. En julio vamos a Colombia con Lisandro, Aterciopelados y Fernando Cabrera. Cuando empecé a tocar la guitarra lo hice exactamente para esto: para conocer a otros que tocaban, cantar con ellos en los campamentos, ir de un lado al otro. Siempre quise ser esto: un vagabundo acompañado.

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