MUSICA › ROGER WATERS INICIó ANOCHE SU SERIE DE NUEVE RECITALES EN LA CANCHA DE RIVER
Unos 42 mil fans argentinos fueron testigos de un show notable, en el que confluyeron la perfección tecnológica y la calidad de canciones sin tiempo. El espectáculo The Wall Live mostró a Waters en gran forma y sólo se extrañó la guitarra de David Gilmour.
› Por Cristian Vitale
Oscuridad. Por cierto, no es la primera vez que ocurre Waters aquí. No es, porque lo fue hace puntillosamente diez años (7 de marzo del 2002), cuando este ídolo histórico de locos, desgarrados e idealistas exponía en Vélez su sinfonía de sentimientos. Era plena crisis, lloviznaba, y la larga ansiedad del floydiano criollo tipo (multiplicada por 40 mil) abdicaba ante el sonido cuadrofónico, envolvente y ensoñado de su arquitecto perfecto. O como cuando más acá (hace casi cinco años) el culto floydiano extasiaba ante la puesta completa de Dark Side of the Moon, más ciertos vueltos salpicados (cómo olvidar “Set the controls for the heart of the sun” o “Have a cigar”), en River y por dos. No había ayer, al menos para una buena porción de las 40 mil personas que asistieron a la fecha debut, primera vez ni primeras veces. Se sabía del gigantismo escenográfico, se intuían –reminiscentes– la perfección tecnológica, el empalago lumínico, el humo espeso, las proyecciones psicodélicas o el hechizo de un fuego abrumador. Se esperaba que “In the flesh”, “Mother” o “Vera” sonaran más o menos como en aquel marzo del 2007, básicamente por la precisión matemática con que Waters edifica y ejecuta sus músicas, y –data clave– transmite a un elenco de fieles reproductores casi estable –apenas se sumarían a la banda el ex guitarrista de Bob Dylan, George Edward Smith, y Robbie Wycoff en voz–. Era, en la previa e incluso para quienes se habían abstraído de hurgar en imágenes virtuales, una especie de a priori consumado... a lo sumo una sensación en tensión.
Oscuridad. Con la aguja del reloj besando la raya larga del nueve, y un negro noche a pleno, el silencio colectivo es abismal. Es como si ese a priori aparentemente consumado empezara a dudar de sí. Algunos lo palpitan, otros –la mayoría– quieren dejarse impactar como niños en pleno trance de asombro –suena, leve, “Outside the wall”–, pero todos le tienen el sí fácil a The Wall, y el pulso empieza a temblar. El golpe primal llegará en cualquier segundo. Los ojos de un floydiano anónimo –entrado en años– parecen desorbitarse y, por fin, el estruendo desencaja, saca a todos de sí, se cae la parte más pesada del glacial en pleno Buenos Aires, y con calor. Los 14 golpazos iniciales (7 y 7) de “In the flesh” se acompasan con sendos fuegos artificiales y tensionan las entrañas. Ligan los cinco sentidos humanos con el cosmos. Parece otro planeta. Es la larga búsqueda del rock espacial en acto. El cenit progresivo de algo que empezó con The piper at the gates of dawn (1967) y siguió –bemoles discursivos al margen– su rumbo natural. Las hoces que se entrecruzan en la pantalla circular dan cuenta de que el día llegó. Que George Roger Waters, el hijo de un comunista mutilado en la Segunda Guerra Mundial, es ese hombre quieto y de negro que ve cerrarse el muro a sus costados. El impacto derriba todos los aprioris posibles, los intuidos y los no. La potencia del instante desubica. Surca una delgada línea entre la irrealidad y lo real, y el avión de sofisticado cotillón que se estrella contra el muro le saca lustre a la bellísima calma de “The think ice”.
El The Wall Live Tour 2010-2012 empieza a desandar así sus primeros pasos en Argentina, que tendrán su continuación mañana, el 10, 12, 14, 15, 17, 18 y 20 de marzo a la misma hora y en el mismo lugar. Todo suena, luce y se ejecuta acorde con el grado de perfección y seriedad que Waters imprimió a sus casi 50 años de arte durante y después de Pink Floyd. La wallmanía, con sus deslices interesados y superficiales –ABC del rock de la Era–, es apenas un rótulo envasado en botella de plástico no retornable, ante el contenido histórico de lo que supuestamente envuelve. Lo que envuelve –y hechiza– hoy, aquí, es el arribo al cenit de una ópera-rock total que se valió del uso y aplicación de la mejor tecnología posible para expresar un mensaje antibélico, libertario y comprometido para con las víctimas que se caen por las grietas del sistema, que trasciende largamente el coyuntural bienestar de unos pocos. The Wall, aun con sus giros en verde, opera lo que operó en su origen: un lúcido aporte ético y estético al estado de conciencia universal de las masas, cuyo alcance –como quedó demostrado– concitó no sólo la atención de los casi tres millones de tipas y tipos que la presenciaron a la fecha, sino también de presidentas comprometidas con ideales similares.
The Wall of course, entonces: una nena que no supera los diez años se pega el susto de su vida ante el gigante y horrible profesor de primaria victoriana que se mueve, gesticula y fuerza sus ojos mientras “The happiest days of our lives” anuncia la parte dos de “Another brick in the wall”. Tras este tema emblemático del disco y de la película –para el que suben unos quince niños a hacer los coros–, Waters se dirige al público: “Gracias por darnos la bienvenida”, dice, para después dedicar el show a “los desaparecidos, muertos y torturados”.
“Mother”, por más que el solo sea aceptable, hace extrañar mucho a David Gilmour; “Goodbye blue sky” provoca otro momento de alto impacto cuando una cuadrilla de aviones guerreros parece sobrevolar en serio cada una de las 42 mil cabezas y el rojo sangre ilumina furioso el muro. Las bombas que caen de los aviones lucen los símbolos de la Shell y de la Mercedes Benz.
“Comfortably Numb” recuerda aún más al genial guitarrista ausente y es sintomático –tal vez venga al caso– ver el muro completamente levantado. Una luz en círculo le sigue los pasos a Waters, que parece mínimo, insignificante, ante esos cuatro metros que separan al piso del fin del techo; el principio de “One of my turns” resulta un orgasmo para la liturgia floydiana; “Hey you” –tema excluido de la película– hace justicia con la historia y la minimal belleza climática e instrumental de “Is there anybody out there” recuerda que no todo es descomunal en el corpus estético de Pink Floyd. Así será el devenir, mientras la noche consuma sus minutos, entre la apoteótica y triste “Vera” y la rabiosa “In the flesh II”; entre las licencias pesadas de “Run like hell” y el breve lapsus alucinado de “Stop”, hasta que “The Trial” (algo así como “el armageddon”, según Waters) anuncie la escasa suerte del muro... un antes y un después en cualquiera de los sentidos posibles. Un hecho único.
10-ROGER WATERS
THE WALL LIVE
7 de marzo
Lugar: Estadio River Plate.
Músicos: George Edward Smith: bajo y guitarra; Jon Carin: teclados, sintetizador y voz; Robbie Wycoff: voz; Harry Waters: sintetizador, piano y órgano; David Kilminster en guitarra; Jon Joyce, Kipp, Mark y Michael Lennon, en coros.
Público: 42 mil personas.
Nuevas funciones: mañana, 10, 12, 14, 15, 17, 18 y 20 de marzo.
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