MUSICA › ENTREVISTA AL GUITARRISTA Y COMPOSITOR MARIO CORRADINI
Cuando dice “allá” se refiere a Fermo, un pueblito medieval italiano, donde vive desde hace veinte años. Corradini, fundador de la mítica banda rosarina Irreal, viene a mostrar lo que está haciendo: “Quiero contribuir al futuro brillante que tiene la música argentina”.
› Por Cristian Vitale
“Yo vivo en Fermo.” No es lo que parece, pero parece. Mario Corradini efectivamente vive en Fermo, un pueblo medieval, rodeado de mar y colinas, cuya principal referencia urbana es Ancona, el puerto desde el cual parten barcos hacia Grecia, hace siglos. Vive en Fermo –tal vez de placer–, en una casa con muros muy altos, cuya existencia arrastra 600 años, y cena en una mesa que lleva dos siglos aguantando platos, vasos, vinos y cuchillos. Un marco de ensueño que, como si fuera una coda del destino, parece espejarse en el nombre de la banda que fundó, allá lejos en el tiempo, en su Rosario natal: Irreal. “Nunca lo había pensado así –se ríe–, pero algo de predestinación había ahí... sí, Fermo es un lugar irreal y la verdad es que me siento muy chiquito cuando toco esas paredes. Vaya uno a saber cuántos amores y cuántas muertes pasaron por ahí.”
Corradini es el guitarrista y compositor argentino que fundó y escribió las letras de Irreal, banda mítica –germen de la trova rosarina– que también integraban Juan Carlos Baglietto y el Tuerto Wirtz. Es, también, una figura clave en la renovación de la música litoraleña, que aportó canciones para Mercedes Sosa, Teresa Parodi y Las Voces Blancas. Y es de los cerebros musicales que se fugaron del país tras la hiperinflación del ’89, para reconstruir su hacer en otras tierras: “Teníamos dos caminos: nos dedicábamos a cualquier otra cosa o seguíamos haciendo lo mismo, pero en otro lado”, evoca.
–Y ganó la segunda opción.
–No quedó otra, tuvimos que vender las joyas de la abuela para irnos.
El plural incluye a su hermano Claudio, virtuoso pianista, también integrante de un trío de música popular que había hecho roncha en la escena alternativa argentina de la década del ochenta, entre otras cosas por el apadrinamiento de León Gieco y Tarragó Ros. “Hicimos muchas giras por el país gracias a ellos, pero la situación económica nos obligó a migrar –insiste Corradini– y la verdad que tuvimos mucha suerte, porque llegamos a Italia y en una semana ya estábamos tocando en los boliches latinos de Roma, y no hemos parado hasta ahora, incluso con la nuestra, porque nadie nunca nos dijo qué hacer con nuestra música.” Su visita a Buenos Aires tiene el fin de continuar con la larga gira que el Corradini Trío mantuvo durante las últimas tres décadas. La coyuntura marca que viene a presentar Ala y Raíz, su decimoséptimo disco a la fecha, esta noche en el Café Vinilo, pero el guitarrista agrega otra intención: “Quiero contribuir al futuro brillante que tiene la música argentina”.
Corradini paseó su música por Croacia, Suiza, Eslovenia, Alemania. Y grabó diecisiete discos. Entre los salientes, Tierra del fuego (1994) marcó un punto de inflexión porque, entre otras cosas, ganó el Premio Revelación en el festival Italia Wave. “En ese disco hicimos una música con connotaciones sudamericanas que los europeos definen como jazz étnico o World Music. Ellos le ponen esos rótulos y es difícil hacerles entender que también hacés música argentina si no hacés tango. Para los italianos la música argentina tiene que ver casi absolutamente con el tango”, cuenta. Cuatro años después, casi como una concesión voluntaria, Corradini grabó El Tangonauta, un disco de composiciones propias en memoria de Astor Piazzolla. Fue otro punto de inflexión. “Fue mi chau a él desde el punto de vista musical. Digamos que me esmeré bastante y lo toqué con percusión, violines, contrabajo y guitarra. Es una suite pospiazzolliana”, define.
–Y una respuesta a esa mirada que tienen los italianos sobre la música argentina, cabe intuir...
–Sí, pero no sé si de la música argentina en sí o de la música hecha por argentinos, porque somos varios los que andamos haciendo música por allá. Desde la Argentina, te imaginás a un napolitano con mandolina y guitarra cantando “O sole mío”; tenemos ese estereotipo que, visto al revés, les da a los tanos el estereotipo del tango. Entonces, cuando les caés con estos discursos de música contemporánea argentina con raíces folklóricas, ellos no discuten nada y lo ponen como World Music, y ya está.
–¿Les tuvo que explicar a sus músicos italianos qué era Tierra del Fuego?
–Ellos tienen unas visiones muy lindas de Tierra del Fuego, pero no se imaginan cómo es. Le puse así al disco, pensando en el faro del fin del mundo, que para mí es la alegoría perfecta de la muerte, porque es un faro que ilumina hacia la nada.
–¿Qué situación disparó las bases para la suite piazzolliana?
–Una de las emociones más grandes de mi vida, cuando Pia-zzolla nos vino a ver a un boliche de Punta del Este, en 1986. En cada tema que tocábamos, yo miraba dónde estaba el tipo para saber si se había ido o no (risas).
–¿Lo bancó?
–Fue uno de los peores conciertos de mi vida, ¡se me endurecieron los dedos!, pero superado ese momento, se tocó bien y él estuvo muy amable porque se acercó y nos dio un par de sugerencias. Le caímos bastante bien, incluso nos sacamos la foto con él y la pusimos en el disco.
–¿Y Ala y Raíz qué es?
–Una recopilación del manojo de canciones que le había mandado a Mercedes Sosa, de las cuales grabó algunas, y una forma de reivindicar las raíces que tenemos en común con toda la música argentina. Hacemos la zamba “Perfumito de jardín”, la litoraleña “Jacarandá” y un cuento musicalizado que se llama “Subiendo y bajando de los trenes”, una especie de autobiografía metafórica que habla de lo que es la vida de uno arriba de un tren. Nos da mucho relax y mucha alegría tocar estar versiones innovadoras también para nosotros: sería aburrido tocarlas siempre igual.
El flamante disco participa a los integrantes estables del trío (su hermanos más Fernando Romairone en percusión y Alberto Felici en voz), Pablo y Julián (sus dos hijos), más una decena de solistas pertenecientes a la Escuela de Biomúsica Internacional, que Corradini fundó en Italia con el propósito de investigar el uso del sonido con objetivos terapéuticos. “Fue algo paralelo a mi andar con el trío. Empecé a trabajar en un proyecto de musicoterapia dentro de una comunidad para chicos con problemas de adicción a las drogas. Como ya estaban bastante gastados los caminos de la psicología para acercarse a ellos, se empezó a probar con las artes terapéuticas, y me tocó trabajar allí. Empecé a forjar un método (que devendría con el tiempo en la Escuela de Biomúsica Internacional) que consistía en juegos y ejercicios basados en la música y logramos que los pibes entraran más fácil en el ser emocional. Hoy, por suerte, la idea ya no es preocuparse por la adicción en sí, sino poner el acento en la persona, porque cuando se propusieron reprimir la droga, lo único que consiguieron fue que los chicos se drogaran más... El asunto es que esa autolección no sea considerada una enfermedad, sino que se piense que se trata de una persona que necesita de ese estímulo para encontrarle un sentido a la vida, y es aquí donde entramos con la música”, explica.
–Volviendo a Fermo, ¿cómo se traduciría ese ambiente en el que vive, en sus composiciones musicales?
–En la perspectiva con la que hacés las cosas. Lo que me influye mucho del paisaje es ver para adelante lo más largo posible. Cuando vivía aquí, estaba acostumbrado a ver hasta el mes que viene. Allá te dicen: “en seis meses tiene que tocar en la ciudad de Lugano, va a cobrar esto, y se va a alojar en tal hotel”. Eso te da tranquilidad para proyectar tu música.
–Algo de predeterminación tenía el grupo rosarino, parece que está viviendo en un lugar irreal...
–Sí. Lo real de Irreal fue rock sinfónico, giras múltiples y problemas.
–¿Problemas?
–Sí, la dictadura. Una vez, después de intentar una actuación en San Nicolás, caímos presos y tuvimos que explicar de qué iban las “letritas subversivas” que estábamos exponiendo. Como yo era el letrista, bueno, me tuve que ir a vivir a Mar del Plata.
–Se puso pesado...
–Muy, porque los tipos no entendían bien qué estaban censurando, pero la frase de ellos era “Irreal fue Irreal” (risas). Fuimos amenazados e incluso, como en esa época la amplificación era bastante deplorable, no tuvimos mejor idea que imprimir las letras en cuadernillos y entregárselas al público... Se la dejamos servida en bandeja. Lamentablemente nos tuvimos que cuidar un poco y eso fue la diáspora, que de última vino bien porque cada uno siguió su camino.
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