Jueves, 15 de marzo de 2012 | Hoy
MUSICA › JOHN ZORN Y SU GRUPO MASADA, POR PRIMERA VEZ EN BUENOS AIRES
Saxofonista y compositor ecléctico, casi nada del mundo musical le ha sido ajeno. Con este cuarteto de virtuosos del jazz, toma como modelo a Ornette Coleman y lleva su tímbrica y el espíritu de libertad al mundo de la música judía centroeuropea.
Por Diego Fischerman
La formación del grupo remite, sin duda, a la de uno de los conjuntos cenitales en la historia del jazz, el cuarteto de Ornette Coleman con Don Cherry en la trompeta. La música, en cambio, si bien guarda una deuda en cuanto al lugar que allí tiene la libertad armónica y formal, no podría ser más diferente. Si en Ornette se trataba de una especie de híper bop, con una ampliación hasta el infinito de las cadenas de acordes (aunque fueran acordes imaginarios), en John Zorn, tal vez uno de sus discípulos más acabados, y, en particular en su grupo Masada, la referencia no podría ser más lejana: su material, o por lo menos su punto de partida, es el klezmer.
Conformado por cuatro virtuosos del jazz –el propio Zorn, Dave Douglas en trompeta, Greg Cohen en contrabajo y Joey Baron en batería–, Masada no hace exactamente jazz aunque, claro, el jazz tampoco deja de estar presente. Y esa mezcla tan extraña como improbable llegará hoy por primera vez a Buenos Aires, donde se presentará, a las 21, en el Teatro Coliseo (M. T. de Alvear 1125). Signado por el eclecticismo, Masada no se diferencia demasiado del resto de la producción de Zorn, que como compositor clásico ha transitado por una especie de estética del zapping y como músico de jazz ha combinado el free con los estilos más diversos y, de paso, los ha ilustrado, en las tapas de sus discos, con escenas japonesas de sadomasoquismo. Su diversidad, a la manera de los heterónimos de Pessoa –o de Robert Schumann–, toma la identidad de distintos proyectos bastante diferenciados entre sí: Naked City, Pankiller, Cobra, Bar Kokhba, Masada, Electric Masada y The Dreamers. Y en su vasta producción destacan los discos sobre Lulu, con la bella Louise Brooks (la Lulu de la película de Georg Pabst) en la tapa y en trío con Bill Frisell en guitarra eléctrica y George Lewis en trombón. Entre quienes han tocado con él se encuentran, además, John Medeski, Marc Ribot y Uri Caine. Y cada una de sus experiencias fue un mojón en el movimiento de vanguardia neoyorquina identificado como “música del downtown” y ligado a oscuros clubes de jazz de esa ciudad, como Knitting Factory, que acabaron siendo célebres.
Un quiebre en su carrera fue el disco The Big Gundown: John Zorn Plays the Music of Ennio Morricone, editado en 1985, por Nonesuch. En la década del ’90 crea su propio sello, Tzadik, donde lleva editados más de 200 álbumes, e incluye material original y provocativo de su autoría y de artistas que tienen su impronta creativa y de búsqueda permanente como Bill Laswell, Wadada Leo Smith, Steven Bernstein, Laurie Anderson, Lou Reed, Eyvind Kang o Dave Douglas. Su primer encuentro con la música judía centroeuropea se plasmó con la edición de Kristallnacht (una representación musical de La Noche de los Cristales Rotos, cuando, en 1938, los nazis atacaron los negocios y casas de los judíos). Tiempo después fue uno de los fundadores y dirigió del movimiento Radical Jewish Culture, de donde surgió Masada. Si la radicalización del free jazz de la Asociación de Músicos Creativos de Chicago había tenido que ver, en la década de 1970, con los movimientos por la lucha de los derechos de los negros estadounidenses, en este caso estaba ligada a otra clase de reivindicación.
Interesado en las teorías del juego y cercano a lo que podría considerarse una encarnación experimental del posmodernismo, Zorn asegura que “cada día hay una nueva posibilidad para reinventarse, pero el problema es que estamos demasiado vencidos por los poderes que hacen sentir a la gente feliz si está dormida. Veo enormes corporaciones que se comportan como faraones con los esclavos. Veo a McDonald’s por todos lados, veo la destrucción de lo que algunos de noso-tros amamos: los pequeños negocios a los que les preocupa la música reemplazados por supermercados. Y, después, los supermercados de la música devorados por su propia ineficiencia y cerrando uno detrás de otro. Es posible que en cien años el mundo le pertenezca a una sola corporación. Una de las defensas es imaginar políticas del arte, ir en busca de los artistas independientes y de los pequeños sellos que no están atados para escapar de la Inquisición”.
Para Zorn, por otra parte, “el término ‘jazz’ en sí mismo significa muy poco. Los músicos no piensan en casillas. Sé lo que es el jazz. Lo estudié. Lo amo. Pero cuando me siento a hacer música, vienen juntas un montón de cosas. Y a veces eso se va un poco más para el lado clásico, y a veces un poco más para el lado del jazz o un poco para el del rock, o, a veces, no se va en absoluto para ninguna parte. Yo floto en el limbo. En realidad, de la única tradición que me siento un poco más cerca que de las otras es de la de la vanguardia”.
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