Viernes, 5 de mayo de 2006 | Hoy
MUSICA › ECHO & THE BUNNYMEN DIO MUESTRAS DE VIGENCIA EN EL GRAN REX
El grupo de Liverpool demostró que tiene todo para recrear los ritos oscuros de los ’80, pero también una buena dosis de vitalidad. La excusa era Siberia, su disco más reciente, pero abundaron los viejos clásicos.
Por Roque Casciero
Como en su visita anterior a Buenos Aires, la aparición de Echo & The Bunnymen sobre el escenario fue casi desde las sombras, con apenas algunos haces de luz que se recortaban sobre el fondo oscuro. Apropiado, claro, si se piensa que la banda fue uno de los iconos del pospunk inglés, aquel de los sempiternos sobretodos negros. Echo no tenía la angustia existencial de Joy Division ni el halo gótico de Bauhaus o The Cure, pero sí contaba con las melodías y la gran voz de Ian McCulloch y la inspiración del guitarrista Will Sergeant para creerse por un rato que podían ser una banda masiva. El curso de la historia marcó que ese destino sería para sonidos menos ominosos –Duran Duran o U2, por ejemplo–, aunque los Bunnymen siempre mantuvieron su estatus de culto, incluso durante el parate de casi una década por la mala relación entre los músicos. La versión 06 está conformada por McCulloch, Sergeant y cuatro muy buenos músicos que los acompañan y suena más rockera y potente que en sus espartanos comienzos, pero no ha perdido la identidad. Y como declaración de principios, el concierto comenzó con Going up, la canción que abre el disco debut Crocodiles, de 1980.
McCulloch, con sus inalterables cabellos revueltos y lentes de sol, no es un frontman que se desviva por la atención del público: hizo pocos movimientos (pateó dos cigarrillos cuando terminó de fumarlos) y fue escueto para dirigirse al público con su cerradísimo acento de Liverpool. Da la impresión de que el cantante, un gran bocón acostumbrado al autoelogio desmedido y a dispararles dardos ácidos a sus colegas, estuviera tan confiado en el poder de sus canciones y su garganta como para no necesitar de gestos que puedan interpretarse como demagógicos. A su derecha, Sergeant –con aspecto de tía algo excedida de peso y con el peinado equivocado– disparó en el Gran Rex un arsenal de arreglos personalísimos con su guitarra y demostró que él es la esencia del sonido de la banda.
Aunque la excusa era la presentación de Siberia, su décimo trabajo de estudio, los Bunnymen apenas mostraron algunas canciones de ese trabajo, en el que recuperaron su sonido clásico: el muy radiable Stormy Weather, el climático In The Margins y el encendido Of A Life. La gran mayoría del show fue un repaso por los clásicos de la primera etapa de la banda –la que se cerró en 1988, cuando McCulloch dio el portazo para hacerse solista– y, al final, el hit del regreso, Nothing Last Forever, en el que intercalaron fragmentos de Walk on The Wild Side (Lou Reed), Don’t Let Me Down (The Beatles) y In The Midnight Hour (Wilson Pickett/Steve Cropper). Ese pasaje fue una especie de recordatorio, como si los Bunnymen dijeran “de aquí venimos”, que se completó con el cover del Roadhouse Blues de los Doors.
Toda la platea rigurosamente de pie contuvo el aliento para escuchar cómo la guitarra de doce cuerdas abría The Killing Moon, una canción inmortal de los años oscuros que llegó a una nueva generación de oyentes cuando fue incluida en el film de culto Donnie Darko. El pulso volvió a subir con una versión muy guitarrera de Never Stop y con una trepidante Villiers Terrace. El cierre previo a los consabidos bises llegó con dos clásicos: Rescue y The Cutter, en el que volvió a descollar Sergeant. El único momento cercano al bochorno no tuvo que ver con lo musical, sino con la aparición de una rubia vestida de conejita para bailar en escena durante el hit Lips Like Sugar. McCulloch la conoció durante su visita al programa de Fabián Quintiero en MTV y la invitó de inmediato (se supone que sin constatar si ella sabía bailar), como para confirmar aquel refrán que habla sobre la resistencia de ciertos vellos femeninos en comparación con la fuerza de una yunta de bueyes. Mac incluso llegó a cambiarle la letra a la canción para mencionar a Loba, que así se hace llamar la chica. Afortunadamente, los Bunnymen volvieron al escenario para despedirse con dos temazos, Over The Wall y Ocean Rain, como para que a los nostálgicos de los ’80 se les piantara un último lagrimón.
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