MUSICA › ENTREVISTA CON GUILLERMO BONETTO, CANTANTE DE LOS CAFRES
Los logros de la banda, el arte de las cosas, la mística y la función de la música son algunos de los temas sobre los que el cantante comparte sus miradas e información. “Si todos pusiéramos más verdad en lo que hacemos, todo cambiaría muchísimo”, señala.
› Por Luis Paz
“Los diseñadores de autos y de aviones son lo más grosso que existe”, lanza categóricamente (y a priori de manera exagerada) Guillermo Bonetto, cantante de Los Cafres, desde su instrumento, izado allá a lo lejos de sus pies. Si su altura le permite una perspectiva indudable sobre las cosas, Bonetto es uno de esos que no tienen problemas en transmitirla. Es más, asegura estar al tanto de que ésa es su misión y dice haber llegado a conocer que su función es la de ser un canal. Y como tal, en funciones es bien pedagógico y no esquiva explicaciones: “El arquitecto usa mucha regla, pero los diseñadores de autos hacen cosas hermosas a mano alzada, con una funcionalidad y con ciencia, con aerodinámica y qué sé yo. Para mí los autos son sagrados, para mí son arte. Está bien, autos y aviones tienen el error de contaminar un montón, pero de todas maneras son hermosos”, recarga. Y dispara: “El que creó Internet fue otro gran artista; el creador de Internet fue un soñador increíble”. Los anhelos, los logros, el arte de las cosas, la perspectiva, la ciencia y la mística, lo sagrado y la función de la música son algunos de los temas sobre los que comparte sus miradas e información en el marco de esta entrevista, con el motivo de la actuación de Los Cafres en el Luna Park. Allí presentarán El paso gigante, su séptimo disco de estudio, el próximo viernes a las 21. Una obra que le sumó a la batea de 2011, de por sí bien provista de buenas canciones de todas las estéticas y orígenes, unas notables piezas de reggae que, confesional, testimonial o poéticamente se refieren a las noblezas, las verdades, las quimeras y los problemas de la búsqueda de salir adelante.
Por estos días, Los Cafres están cumpliendo dos décadas de trayectoria, si bien tuvieron una breve experiencia anterior, entre 1987 y 1989, que entró en una impasse cuando Bonetto y el co-compositor Claudio Illobre se mudaron a Canadá. “Nunca tuve dudas de que íbamos a seguir haciendo música. Los Cafres era y es mi vida”, asegura hoy Bonetto. Desde 1992, publicaron seis discos, entre ellos una última placa doble (Barrilete/Hombre simple, de 2007) y Quién da más?, cuya canción “Si el amor se cae” los acercó a una mayor difusión y circulación. A partir de entonces, Los Cafres se convirtieron en uno de los más notables ensambles de reggae de la Argentina y Latinoamérica, un combo de actualmente diez músicos con fineza compositiva y solvencia intrepretativa que tiene en Bonetto a un cantante notable (algo frecuente en el reggae desde su origen) y una sección de vientos de las más destacables. Pero lo elemental han sido sus canciones: creaciones que pese (o gracias) a su aparente simpleza denotan una capacidad melódica irrefutable y pusieron varias páginas en la historia del estallido del reggae en castellano en el país.
–¿Qué es lo que busca usted a la hora de hacer una canción?
–Me gusta que sea hermosa, creo que es lo más importante. Puede ser una canción compleja o simple, puede ser una canción salvaje como las de los Buzzcocks, pero tiene que ser hermosa. La canción es un camino al que vale la pena apostar. Obviamente, hay que inventar cosas y trasladar las inspiraciones a uno para luego poder transmitirlas. En mi forma de escribir, me siento muy lejos de ser un poeta. Sé que invento cosas, pero eso no significa que sean buenas. Hice cosas buenas y cosas que no, pero puedo disfrutar de cosas que últimamente descubrí, con las que estoy satisfecho.
–¿Por ejemplo?
–Un modo de llegar a la sensación a través de la palabra: la compulsión. Hay que escribir mucho si se quiere escribir fluidamente o tener un contacto potable con la escritura. El ejercicio de la descarga emocional a través de la escritura, además, es algo muy lindo, que alivia y que nos da conocimiento.
–¿Y cuál es su relación con el autoconocimiento y con el reconocimiento? ¿Están en tensión?
–Uno siempre se deforma: te mirás al espejo y después te pensás, y en pensarte te deformás; pero cuanto más te ves, más cerca estás de vos, también. Yo quiero vivir de hacer canciones y para hacer eso hay que tener un eje propio: no podés agarrarte de todo lo que le pasa a la gente con ellas. Me hace bien que me digan cosas lindas, me reafirma las ganas de trasmitir sensaciones e ideas. Pero si te basás en ser reconocido o no, eso te puede generar frustración. El hecho de que no exista interés por ser o no reconocido como poeta, como cantante, como músico, te libera mucho, es fortalecedor y te da una libertad muy grande para acercarte a tu verdadero talento. Las interpretaciones del resto son tan infinitas que no puedo agarrarlas, se escapan. Pero la canción que escribí siempre será mía.
–¿Cuál cree que es su talento, entonces?
–Creo en la idea de ser un canal. Ya sé que soy eso, estoy convencido de eso hace un buen tiempo. También creo que tengo una misión que es la de mostrar un punto de vista sobre las cosas. Claudio (“Cafre” Illobre, tecladista, percusionista y letrista de siete de las canciones de El paso gigante) y yo siento que somos veedores de rincones de la realidad sobre los que pocos dicen algo. No creo que seamos descubridores, pero por lo menos decimos esas cosas y no sobra gente que las diga, eso es una verdad. No tenemos ninguna gran verdad pero sabemos que cada uno tiene su pequeño grupo de verdades y las transmitimos. Si todos pusiéramos más verdad en lo que hacemos, todo cambiaría muchísimo. A mí me gusta decirle a la gente que tiene el poder de hacer lo que quiere, porque yo lo sé, lo hice toda mi vida. Toda mi vida laburé de dibujante, de músico, cosas estudiadas por mí, que me pelé los cantos buscando la forma de que salieran bien. Nunca me puse a estudiar otra cosa “por las dudas”. Para mí, todos podemos ser buenos periodistas, buenos artistas o buenos comerciantes.
–Su definición para encontrar el talento se parece a la común de “encontrarse a uno mismo”.
–Es que creo que lo místico tiene mucho más que ver con la realidad de lo que uno cree. La fe, que es un concepto muy complejo, siempre estuvo acompañado de un engaño. Hablemos de la fe como una serie de creencias en algo que no pudimos vivenciar aún: cuando te relajás para vivir eso como una realidad, se vuelve real y entonces la fe se convierte en certeza. Es el dicho ese de “amar lo que vives y vivir lo que amas”. Alguien dirá: “Qué piola éste que labura de lo que quiere, que es hacer canciones”. No es que yo sea un piola, es que el que no se da cuenta de que puede está siendo tonto.
–Lo que explica y el hecho de que el disco verse ampliamente sobre la superación, en muchos sentidos, sobre madurar, crecer, fortalecerse y progresar, ¿señala que ése es el “paso gigante”?
–Me gusta esa interpretación del concepto del disco, es muy potente. Pero no fue buscado así. Es que bueno, somos nosotros; pensamos de una forma y se cuela en las canciones, porque tendrá que hacerlo. Los Cafres tenemos mucha frecuencia interna. Uno es abogado, el otro productor, uno DJ, yo dibujante; pero tenemos la misma frecuencia y eso genera una sincronicidad. En el disco pasó lo mismo: fue una selección por calidad, no por temática; pero la mayoría de las canciones habla de un paso gigante en algún sentido. Creo que es una de esas causalidades que a mí me hacen muy feliz.
–¿A usted qué cosas, qué sensaciones o qué movimientos lo ayudan a dar ese paso gigante?
–Estar cerca de uno y de los demás hace que las cosas sean mejores. El crecimiento tiene mucho que ver con no huir de uno y con desechar búsquedas superfluas. No podría definirle ese camino, porque uno acierta y se equivoca, entra y sale del camino, que es muy personal, además; pero es estar cerca.
–¿Será la separación también la causa de estar constantemente mirando afuera, al otro?
–Sí, lo siento así. ¿Por qué siempre miraremos hacia fuera? Si siento envidia por alguien, yo soy el que tiene que cambiar, no el otro. ¿Te hablan mal en la calle? Dejalos hablando solos. Está bien, uno se engancha porque está cargado de todo lo que posterga y necesita estallar. Estamos siempre entre la culpa del pasado y el miedo al futuro. ¿Y el hoy, que es lo que te refresca y lo que te da energías para mañana y te hace disfrutar de lo de ayer? Nuestro software mental humano es una garcha. Para los budistas zen, vivir bien es vivir cada cosa en su momento: admirar el vaso, sentir lo que tiene, agarrarlo, sentirlo y beber ese vaso, sentir como el agua refresca, sentir la respiración. Pero no: uno agarra el vaso y dice “mirá ése y quién me llamó y tengo que hacer tal cosa y llego tarde” y ¡pum! Te atragantás. Yo no quiero vivir así, no creo que alguien quiera vivir así. Demos ese paso gigante.
–¿Cuál le parece que es el riesgo de estar separado de uno y de los demás?
–Separarnos hace que nos perdamos de todo; de la posibilidad de crecer, de la de creer, de la de ver. Todas las religiones, en su punto positivo y elemental, hacen lo mismo: nos dan consejos para vivir mejor. La envidia, los celos, la posesividad, la avaricia, la gula, la falta de empatía o hablar mal de la gente, los famosos pecados, son las cosas que uno no debería cometer para poder vivir mejor. Las cosas negativas van acompañadas siempre de miedo y de frustración, son cosas que vienen si uno no se siente realizado. Y esos pecados nos alejan del arte. No creo que se necesiten restricciones para no hacer las cosas malas, creo que es una cuestión de educación, de valores y de tener empatía. Hay que relacionar las cosas, no hay que separarlas más porque nos fue mal así. ¿Por qué separar al artista del médico? El médico, cuando te atiende sin arte, te trata como la mierda, no te da bola. Hay médicos que te dan la mano y ya te curaste porque saben que vas a curarte.
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