MUSICA › EL CUATRISTA VENEZOLANO HERNáN GAMBOA PRESENTA SU CD UNIENDO MUNDOS
Transformó el tradicional instrumento en solista y acaba de ponerlo al servicio de rancheras, fados, tangos y joropos, pero también de canciones chinas, africanas y árabes: “Uno de mis sueños era llevar el cuatro venezolano por el mundo. Y lo he cumplido en gran parte”.
› Por Cristian Vitale
El mundo cabe en cuatro cuerdas. O “su” cuatro le cabe al mundo. A Moscú, por tomar una entre las mil ciudades que rozó. Hernán Gamboa, primer solista de tal instrumento en el universo, estaba en una plaza cercana al Kremlin, intentando tocar en un banco. “No para el público, sino para mí”, acerca. La pieza, algo así como la previa del toque en un teatro, era “Natalia”, el vals más famoso de Antonio Lauro, y un ruso del común le plantó la mirada. “‘¡Natalia!’, me dijo, y me mató. Se sentó a mi lado y no lo podía creer, porque es un vals para guitarra y yo lo estaba tocando en el cuatro. El tipo estaba del otro lado del mundo y conocía ‘Natalia’... notable.” También a Pisa, apenas otro mojón de su largo periplo europeo, donde lo nombraron “Il Pavarotti del cuatro”, mientras se le animaba a una versión personalísima de “Torna a sorrento”. Pero más, por cercanía y nido –hoy vive en Palermo–, le cabe a Buenos Aires. El cuatrista que no sólo transformó tal instrumento en solista, sino que inventó la técnica del rasgapunteo, está por presentar Uniendo mundos –título exacto si los hay–, que, precisamente, traspasa a música tales vivencias. Y más. “Uno de mis sueños era llevar el cuatro venezolano por el mundo. Y lo he cumplido en gran parte: podría estar toda la tarde hablando de mis viajes”, se ríe el venezolano nacido en Santo Tomé, barrio de las afueras de la caribeña ciudad de Anzoátegui.
La cita es hoy a las 22 en Los 36 Billares (Avenida de Mayo 1265) y el fin de este “globalizador del cuatro” es exponer 23 piezas de los más diversos géneros musicales pasadas por su tamiz. Uniendo mundos es tal porque Gamboa pone el cuatro (instrumento clave para el desarrollo histórico del joropo, el pasaje, el corrió, el merengue y el calipso, en principio) a disposición de rancheras mexicanas, fados portugueses, tangos argentinos, vallenatos, bachatas, cuecas, pasillos y joropos, pero también de canciones chinas, francesas, africanas, israelíes y árabes”, es decir, ese mundo que cabe en su cuatro. “Me he metido en flor de lío –confiesa y sonríe–; tuve que oír mucho a Edith Piaf para poder descubrir los secretos de ‘La vie en rose’ o mirar varias veces Zorba el Griego para lograr la versión de esa danza popular de Mikis Theodorakis. Son cosas medio exóticas para nosotros que se contraponen con lo más granado, lo más común: con el joropo, digo, o el vallenato o el samba brasileño, en fin. Ahora estoy preparando un segundo volumen con canciones alemanas y rusas.”
–¿Cuál es el secreto que hace que un instrumento, que antes que usted se le atreviera ni siquiera era solista, se adapte a tan diversos formatos y latitudes?
–Bueno, desde el punto de vista de su ejecución, el instrumento adopta distintas sonoridades y timbres, dependiendo de la canción. Si oyes una canción china, el instrumento se transforma, y así con todos los géneros. Son, al cabo, distintas técnicas de ejecución para producir distintos sonidos y diversos timbres. Y la rítmica, claro, que necesita meterse dentro de cada canción. Creo que, en este sentido, la mano derecha juega un papel fundamental, porque es la que va a marcar el carácter de cada propuesta. Las notas –la mano izquierda– pueden ser similares, pero lo que determina que sea una canción árabe, brasileña o rusa es la mano derecha.
Cincuenta y siete años hace que Gamboa está fundido con el cuatro. A los 8 –hoy tiene 65– empezó a acompañar a su padre y a los 14, dice, una luz divina lo iluminó para inventar la técnica desde la nada, la del rasgapunteo, cuyo principal efecto es el de combinar los tres elementos de la música a la vez. Escuchar para creer: muchas de las versiones que el cuatrista encara conjugan armonía, melodía y ritmo al mismo tiempo, y con las mismas manos: una que puntea y otra que rasguea. “No necesito una guitarra o un piano que me estén llevando la armonía, ¿sabes?”
–¿Patentó el invento?
–Mis 50 discos están para eso. (risas).
–¿En quién se espejó para concretarlo?... era un adolescente.
–En nadie. Mi padre fue el primer sorprendido. No sé, habrá sido una luz de Dios, no sé. Yo lo acompañaba con el cuatro cuando tenía 9 o 10 años, y a los 14, no sé cómo, empecé a tocar un vals venezolano muy complejo. Era “Conticinio”, que quiere decir la hora más silenciosa de la noche. Un vals con cuatro partes que, cuando lo hice, me dijo “nunca he visto a nadie tocándolo así”. Son cosas inexplicables.
Gamboa, dicho está, tiene unos 50 discos grabados. Tres de ellos (El mundo en cuatro cuerdas, Serenatas en contrapuntos y La fiesta) han obtenido nominaciones para Grammy latinos. Y Joropotango, el antecesor de Uniendo mundos, es un muestreo sustancioso del cuatro aplicado a tangos, zambas y chacareras argentinas. De homenajes a Troilo, Yupanqui y Falú. Ha compartido escenario con artistas tan disímiles como los temas que encara: Joan Manuel Serrat, Chick Corea, Jaime Torres –con quien grabó el disco Charango y cuatro, en 1986–, George Benson, León Gieco, Ramón Navarro y Mercedes Sosa, junto a quien tocó en el Royal Albert Hall de Londres. También fue miembro fundador, barítono, primer cuatrista y arreglador de la Serenata Guayanesa, agrupación que redescubrió y le devolvió a Venezuela joyas perdidas de su identidad musical. “Anduve 15 años con la Serenata, y fueron años muy fructíferos, porque recopilamos mucha música que estaba casi extinguida. Fue un mérito musical y poético, porque también había mucha poesía perdida en Venezuela. Fue otro sueño cumplido, por suerte.”
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