MUSICA › ALBERTO TARANTINI PRESENTA SU CD GERSHWIN Y PIAZZOLLA
En su flamante disco doble, el músico expone paralelismos en la obra y la vida de Gershwin y de Piazzolla, siempre con el jazz como base y el tango como línea de llegada. Pero Tarantini también tiene una rica historia personal para contar.
› Por Cristian Vitale
Es músico y economista. Es fan acérrimo de Piazzolla, y también de Gershwin. Es baterista, pero no entró por el rock sino por el tango. Y es cantante. Fue, allá lejos en el tiempo, presidente de una compañía de celulares, pero ama la bohemia. “No hace mucho que logré juntar mis esquizofrenias”, ironiza. Alberto Tarantini está a punto de mostrar su segundo disco a la fecha (Gershwin y Piazzolla) hoy a las 21.30 en Notorious (Callao 966) y un somero pero intenso recorrido por su vida da, sino una esquizofrenia, al menos un sistemático paralelismo de coyunturas contrastantes. Su discurso debe mezclar, necesariamente, el imperativo paterno de seguir ciencias económicas como condición “intransable” para estudiar batería; debe fusionar reuniones ejecutivas en cualquier país con estudios de canto en cuartos de hotel. Debe referir tanto a sus inicios profesionales en la música, como sesionista de Litto Nebbia o Pipo Pescador, como a su master en business administration en una Universidad de Estados Unidos. Debe enlazar, al cabo, universos en alto contraste. “Una vez, a fines de los ’80, me hicieron una nota por mi función como presidente de Movicom y, cuando dije que tocaba la batería, el tipo la dio vuelta. Quedé como ‘el baterista ejecutivo’ y cuando la leí dije ‘puta, me quedo sin laburo’”, se ríe.
–La plata o el alma...
–(Risas) Todo bien hasta que me agarró la globalización, tuve que empezar a viajar y ya no era dueño de mis tiempos ni de mi vida. La globalización me liquidó y no me divorcié porque mi mujer me hizo el aguante de una manera loable. Entonces dije, tengo que parar y hacer algo que sea mío. Bien mío.
Lo suyo venía de cuna de músicos. Su padre tocaba el violín en una orquesta típica, y la batería en una de jazz, y su madre cantaba en ambas. A los 14 años, mucho antes de encarar la vía universitaria, empezó a estudiar batería con José Corriale, que formaba parte del Conjunto 9 de Piazzolla. “Una noche fui a escucharlo al Teatro San Martín y de repente me encontré con el 9. ¡Me dieron vuelta la cabeza! Me metí de lleno en el piazzollismo y empecé a pelearme con mi viejo, un tanguero de los antiguos”, evoca. Al tiempo, se bancó la carrera tocando como sesionista, pero estar en el tiempo, en el lugar y con las condiciones indicadas implicaron un viraje en su hacer. “Nunca me olvidé de la música, pero gané mucha plata como ejecutivo trotamundos de empresa. Ya está, me fui. Perdí plata pero compré tiempo.”
–¿Y?
–Poco antes de renunciar a la empresa, salí caminando de mi casa en caracol, me compré un terreno a cuatro cuadras y, mientras viajaba, construí un estudio de grabación. Por eso digo que logré juntar mi esquizofrenia (risas). La puerta de mi oficina es acústica, no se escucha nada. Y eso me permite tener un pie en el mic y un oído en el teléfono. Me grabo, pruebo cosas, en fin. Soy lo que siempre quise ser.
Es el estudio en el que Tarantini, además de grabar las bandas de sonido de Elefante blanco, de Pablo Trapero, y varias películas de Daniel Burman, registró Jazzy, su disco debut, y el flamante Gershwin y Piazzolla, un cd doble, cuya pretensión es exponer paralelismos en la obra y la vida de ambos, con el jazz como base, y el tango como línea de llegada. Amparado en los arreglos de Juan Carlos Cirigliano, ex pianista del octeto electrónico del genio de Mar del Plata, en los vientos de Gabriel Santecchia, el contrabajo de Arturo Puertas y la batería de Fernando Martínez, Tarantini recrea, libre y desafiante, canciones de George e Ira Gershwin que parten de la ópera Porgy & Bess y de otras comedias musicales, y –excepto “Adiós Nonino” o “Libertango”– joyas ocultas de Piazzolla, que sólo han trascendido en circuitos de elite. “El títere”, con letra de Borges; “Escándalos privados”, con textos de Mario Trejo o dos composiciones en portugués (“Olhos de resaca” y “As ilhas”), cuyas letras pertenecen al poeta brasileño Geraldo Carneiro. “Gershwin llevó el jazz a las salas de concierto, y Piazzolla hizo lo mismo con el tango. A partir de esto, y de que me encantan sus melodías, es que decidí hacer el disco”, resume.
–No es el único nexo entre ambos...
–Totalmente. Los dos estuvieron en Nueva York, los dos eran muy urbanos. Piazzolla, de chico y después de caérsele las medias con el Quinteto del Elvino Vardaro, cuenta que les tocó a sus músicos la “Rhapsody in Blue” ¡en el bandoneón! Después hizo lo mismo cuando se ganó el puesto para arreglarle temas a Pichuco. Fue cuando los músicos se le pusieron de punta y le dijeron “pibe, eso dejalo para los yanquis”, porque le contrabandeaba acordes de Gershwin a los arreglos de Pichuco. El decía “yo tengo que seguir un swing y arriba adornarlo con música...eso es jazz”.
–El patrón estético con el que aborda las versiones de Piazzolla también es jazz. ¿No es un riesgo?
–Sí, tengo que tener cuidado con los tangueros piazzollistas, porque por ahí no les gusta. Hoy se escucha mucho Piazzolla, pero se escuchan los arreglos originales, y acá hay matices: trato de respetar el significado de las letras, más allá de que me vaya por las ramas en lo melódico.
–¿Por qué optó por piezas tan poco difundidas?
–Por gusto: escuché las que tienen letra, que son las que más me conmueven. En “Libertango”, por ejemplo, opté por tomar una parte del poema, que me parecía larguísimo, y cambiarle la melodía. Busqué que la letra y la melodía se lleven, que no se transforme en un trabalenguas. Lo mismo hice con “1964”, un tema denso, una oda a la muerte escrita por Borges. La mayoría de los cantantes recitan la primera mitad, no la cantan. Nosotros le buscamos la vuelta para cantarlo entero y poder expresar toda esa oscuridad que tiene, porque Piazzolla, pese a él mismo, tenía oscuridad. Era dramático.
–Y Gershwin estaba en las antípodas...
–Claro, un tipo festivo. Lo digo en el show: hay un tema suyo, “Who cares”, que dice “¿A quién le importa que quiebren los bancos, que las acciones se vayan al diablo y que todo pierda su valor?... lo único que importa es que yo te amo y tú me amas”. Eso se creó en 1931, en medio de la crisis, y él ya era famoso: tenía mucha guita y la pasó bien. En cambio, Piazzolla tenía diez en esa época, y la pasaba muy mal. Y eso, a la larga, queda... se impregna en las obras. Precisamente dividí el disco en dos, porque Piazzolla y Gershwin, pese a sus paralelismos, tienen distinto mood.
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