Miércoles, 23 de mayo de 2012 | Hoy
MUSICA › UTE LEMPER PRESENTARá EL úLTIMO TANGO EN BERLíN EN EL GRAN REX
La notable cantante alemana, responsable de haber revitalizado el interés en la obra de Kurt Weill, será acompañada por el bandoneonista Marcelo Nisinman y el pianista Vana Gierig. En el espectáculo hay canciones de Piazzolla-Ferrer.
Por Diego Fischerman
“Vi un tribunal de justicia donde todos los fallos eran justos de nuevo”, decía el Barón de Münchaussen, el mentiroso más famoso de Alemania, en la canción de Frederick Hollander que Ute Lemper volvió a la vida en su ejemplar disco dedicado a Canciones de Cabaret. Ese álbum fue publicado en 1996 por el sello Decca, como parte de la serie Entartete Musik (música degenerada). La ironía ( “...todos los abogados trabajaban gratis y todos ellos eran hombres honestos. / Uno podía ser rico o uno podía ser pobre, / uno podía ser cristiano o un judío... Ellos juzgaban a todos con equidad...”) le calzaba, a Lemper, como un guante. Allí podía tensar la cuerda del histrionismo, ir de la frialdad más absoluta –al fin y al cabo es quien cantó “The Thin Ice” en la versión de The Wall que Roger Waters presentó contra la sombra del Muro de Berlín– a la extrema ternura.
Delgada, elegante hasta el paroxismo y con un inevitable aire a Marlene Dietrich, al hablar recorre ese mismo espectro. Lemper es lacerante con lo que desprecia –el provincianismo, por ejemplo–, estrictamente analítica en sus puntos de vista y, a la vez, muestra una calidez y una cercanía sorprendentes, montadas sobre una locuacidad que va mucho más allá de los deberes de una cantante en gira –casi siempre las mismas preguntas; casi siempre las mismas respuestas–. Hoy cantará en Buenos Aires nuevamente: a las 21 se presentará en el Gran Rex (Corrientes 857). La primera vez fue en 2000, luego estuvo en 2005 (cuando interpretó una exquisita versión de Los siete pecados capitales de Kurt Weill y Bertolt Brecht, con la Filarmónica de Buenos Aires), 2007, 2009 y 2010. Ahora, con un acompañamiento mínimo (“pero que por momentos parece una orquesta”, dice), junto a Marcelo Nisinman en bandoneón y su partenaire desde siempre, el pianista Vana Gierig, presentará El último tango en Berlín, un título que remite al de aquel postrer tango parisino que filmó Bernardo Bertolucci y al que el Gato Barbieri puso música. En este caso, el último tango es en Berlín y, para Ute Lemper, se trata de un punto de partida. “Todo comienza, para mí, en Europa en los años ’20: el cabaret, la chanson francesa, el tango; es el momento anterior a la explosión, a los exilios forzados. Esas músicas acabarán en Broadway, o en Hollywood, o simplemente prohibidas, como muchas de las canciones del cabaret berlinés que fueron consideradas degeneradas por el nazismo. Pero el viaje tiene un origen en ese último tango, una canción de nostalgia, al fin y al cabo, y en Berlín, que es donde empieza mi propio viaje.”
Lemper diferencia, en rigor, entre ese tango primigenio, que confiesa no conocer mucho, pero al que considera “muy argentino; muy emparentado con la manera de ser de los argentinos, con toda esa tristeza y esa profundidad”, y los de Piazzolla y Ferrer, que interpreta. “Hay algo allí que tiene que ver con el existencialismo, y con el expresionismo también, una poesía muy desgarrada, mucha soledad, y un sonido cosmopolita, además, que es lo que me interesa. Piazzolla fue alguien que escuchó al jazz, que estudió con Nadia Boulanger. Se trata de una música abierta en múltiples direcciones, no de algo que se cierra en sí mismo. Es un tango que rompió todas las reglas. Tiene todo el gesto de la tradición pero, al mismo tiempo, es rebelde y moderno.” En el espectáculo estrenará, además, una serie de canciones compuestas por Nisinman sobre textos de Pablo Neruda. “Nisinman es inmensamente talentoso y de una ductilidad increíble. Es notable cómo el bandoneón se adapta a la música europea, también. Es cierto que es un instrumento que nació en Alemania, pero su sonido, en principio, se asocia con Buenos Aires. Sin embargo, en las canciones francesas o en el repertorio del cabaret suena perfecto. O Nisinman lo hace sonar perfecto, en todo caso. En el grupo no hay un director musical o un arreglador. Se trabaja todo entre todos. Somos muy pocos y eso nos permite trabajar cada canción como un mundo en sí mismo.”
Nacida en Münster en 1963, hija de una cantante de ópera y de un empleado bancario (un mapa genético que de alguna manera anticipa su permanente juego entre el melodrama y el cálculo), Ute Lemper empezó a estudiar danza y piano a los 9 años. Luego se perfeccionó en el Seminario Max Reinhardt de Viena, en Salzburgo, Colonia y Berlín y, a los 19 años, la descubrió Andrew Lloyd Webber, que la llamó para formar parte de la producción vienesa de Cats. En 1984, Jérôme Savary la conoció en el Stadtheater de Stuttgart y le propuso un papel que resultaría premonitorio: Sally Bowles en la versión teatral de Cabaret, de Bob Fosse. El espectáculo se presentó en París, Lyon, Düsseldorf y Roma y, con él, Lemper ganó el codiciado Premio Molière como mejor actriz del año. El cabaret, el repertorio ligado al Berlín de la República de Weimar, incluyendo las canciones y óperas de Kurt Weill y, en particular, la figura de Marlene Dietrich, serían esenciales para el perfil que Lemper se construyó a sí misma.
Después de su éxito con Cabaret, Lemper llegó a Weill. Con un espectáculo basado en su vida y estrenado en 1987, realizó su primera gira: Nueva York, el Piccolo Teatro de Milán, el Berliner Ensamble, Tokio, Hong Kong, París, Londres, Jerusalén, Barcelona. Junto al director John Mauceri grabó la Opera de tres centavos y dos álbumes con canciones de Weill. Por un lado, su voz empezó a ser una referencia inevitable en ese repertorio. Un repertorio que, además, ella ayudó a revitalizar y redescubrir. Desde Lotte Lenya –la mujer de Weill– que nadie ponía tanto empeño en la obra de este autor. Uno de los espectáculos sobre Weill en los que ella participó tuvo como coreógrafa y directora de escena a Pina Bausch. Por esos años, también, Maurice Béjart compuso una coreografía especialmente para ella, con el nombre de una cerveza belga de alta graduación: La Mort Subit. También participó, como Ceres, en Prospero’s Book –la versión de Peter Greenaway de La Tempestad de Shakespeare–, donde además cantó algunas de las canciones escritas por Michael Nyman, y actuó en L’Autrichienne, de Pierre Granier-Deferre, donde hizo el papel de María Antonieta. Sus apariciones como actriz incluyen Bogus, de Norman Jewison, y un episodio de la serie televisiva Tales from the Crypt.
“El cabaret era, en su origen, el lugar donde se cantaba. Después, esa palabra, por sí sola, empezó a alcanzar para nombrar un mundo particular, que uno asocia con el origen nocturno, casi prohibido, con la caída de valores morales, con el derrumbe de una idea acerca del mundo en las primeras décadas del sigo XX y con las posteriores persecuciones políticas –dice Lemper–. La música de cabaret es irónica, las letras son crueles, sardónicas, satíricas, muchas veces llenas de explicitaciones sexuales, en ocasiones decadentes. Pero no es una clase de canciones que se agote allí. Yo creo que actualmente hay artistas que desarrollan esa línea. Las canciones de Nick Drake o Elvis Costello, los tangos de Piazzolla y Ferrer son, en ese sentido, como modernas canciones de cabaret.”
–Usted grabó en 2000 un disco (Punishung Kiss) dedicado a esa especie de nuevas canciones de cabaret: Drake, Costello, Divine Comedy. Pero después no siguió cultivando ese repertorio.
–Esta vez cantaré alguna de esas canciones, algo de Tom Waits. En realidad, en ese momento estaba buscando nuevos caminos y nuevas posibilidades. Empecé a cantar esas canciones y también a componer. Creo que ese lugar, finalmente, quedó ocupado por mis propias canciones. En un punto, no necesito cantar canciones de Costello si puedo decir yo misma lo que quiero. Esto no tiene nada que ver con mi valoración de estas canciones. Hay piezas que puedo disfrutar muchísimo como oyente, pero no tiene mucho sentido que las incorpore a mi repertorio.
–Cuando habla de su elección en cuanto a vivir en Nueva York, diferencia la vida en esa ciudad de la del resto de los Estados Unidos. También suele referirse en forma condenatoria al voto en las zonas más alejadas de las grandes ciudades, en Francia, Austria o Alemania. Y, obviamente, sus canciones pertenecen a las ciudades.
–Amo las ciudades; las necesito. Y, al mismo tiempo, detesto el provincianismo. Nueva York, para mí, es como una isla. En Europa, aun en ciudades como Berlín o París, hay mucha tradición detrás. Y hay racismo y defensas de las herencias culturales que a veces son violentas o intolerantes. La gente de las zonas rurales tiene, por supuesto, puntos de vista respetables, que tienen que ver con sus propias experiencias y aprendizajes y tradiciones. Pero no es un estilo que me guste ni con el que me resulte fácil relacionarme.
–Pero Berlín, en la actualidad, es un centro de irradiación cultural fenomenal, en las artes plásticas, en el teatro, en la música.
–Berlín es fantástica. Tiene todo. Pero allí soy un personaje importante. Están pendientes de lo que hago o dejo de hacer. En Nueva York soy una mujer normal, una madre que lleva sus hijos a la escuela. Camino por la calle como una más. Y es que, aunque cante, soy una mujer normal y me encanta vivir de esa manera.
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