MUSICA › UTE LEMPER PRESENTO ULTIMO TANGO EN BERLIN EN EL GRAN REX
En su sexta visita a Buenos Aires, la intérprete alemana ofreció dos horas de canciones, secundada por el pianista Vana Gierig y el bandoneonista argentino Marcelo Nisinman. Un espectáculo hecho de temas que van y vienen en torno de una idea casi metafísica del tango.
› Por Santiago Giordano
El bandoneón suena con notas largas y lánguidas, mientras una mujer pálida y delgada, vestida de negro con brillos, camina lentamente hacia el centro de la escena. Una estola roja le estalla en el cuello maravilloso. El piano desgrana acordes y la rubia empieza a cantar con voz oscura. Dice cosas de la luna mientras su voz va tomando otros reflejos, cambiando acentos y colores. Dan ganas de quedarse solo, de pronto convertirse en espectador único de lo que está sucediendo. O, por lo menos, de prender un cigarrillo. Comienza un espectáculo de Ute Lemper. En muchos sentidos, un viaje.
El miércoles, en un Teatro Gran Rex que horas antes se había enrarecido con la bomba y la visita del ex presidente colombiano Alvaro Uribe, Ute Lemper presentó una vez más su Ultimo tango en Berlín: un espectáculo hecho de canciones que van y vienen en torno de una idea casi metafísica del tango. En su sexta visita a Buenos Aires, la cantante alemana de Manhattan ofreció dos horas de canciones, secundada por el pianista Vana Gierig y el bandoneonista argentino radicado en Suiza Marcelo Nisinman. Canciones cantadas, contadas y actuadas. Canciones que vienen de ese territorio –o que van hacia él– donde la existencia se figura con trazos gruesos. Canciones de autor y canciones de intérprete, que además son, inevitablemente, tiempo y espacio. Si el cabaret alemán, aquel de la República de Weimar que hoy es casi una metáfora de la libertad en el delicado equilibrio de su último instante, fue punto de partida y de llegada del espectáculo, en el medio la comedia humana mostró diversas maneras de esa metáfora. Berlín, Mahagonny, Buenos Aires, París confluyen en la zona franca del cosmopolitismo, por donde transitan y conviven distintas formas de decir lo mismo.
Con el piano a su derecha y el bandoneón a su izquierda, el amplio centro de la escena le pertenece a la cantante. Una silla, un atril y una banqueta le bastan. Lemper construye cuadros escénicos con las canciones, especie de collages, ligados con monólogos en los que la voz habla, dialoga con los músicos, con el público, con ella misma, hasta sumergirse sin solución de continuidad en el canto. Las graduaciones de su decir van del recitativo hasta el desgarro cantado, conducidas por un histrionismo de múltiples aristas, que sabe ser intenso sin hostigar a la canción. En el teatro de su voz, Lemper puede brillar exasperada en las alturas o desbarrancarse en las profundidades del pentagrama con idéntico encanto y precisión sentimental –y técnica–. Batir las erres del alemán o empastar las eses del castellano son parte de esa variedad. Hasta puede en un momento del show imitar una trompeta con sordina –por lo sedoso del timbre posiblemente pensaba en un fluguelhorn–, antes de desembocar en el scat. A cada uno de los múltiples gestos de la voz de Lemper le corresponde un gesto de su otro teatro, el cuerpo. Es histriónica hasta cuando afronta una pelea imprevista con el largo de su vestido o cuando en silencio desde su banqueta mira a Marcelo Nisinman hacer su logradísima versión de “Adiós Nonino”.
A propósito del bandoneonista, dentro del viaje de Lemper hay otro viaje: el del bandoneón que regresa a Europa. Lemper se mueve entre Weill-Brecht y Piazzolla-Ferrer. El timbre y el fraseo del fueye de Nisinman se articulan con natural hermosura en todas las texturas y los ritmos. Junto al preciso piano de Gierig, por momentos logran que la suma de las partes supere el total.
Para los custodios de los estilos, posiblemente las versiones que Lemper ofreció de “Yo soy María”, el número de la operita María de Buenos Aires, o el más insulso “Che tango che”, no reflejen con fidelidad el espíritu de la dupla Piazzolla-Ferrer. Sin embargo hay algo de encantador que retumba en ese cocoliche de acentos que nutre la pronunciación de su español. Acaso, en distintas dosis, pueda suceder lo mismo con su francés, su inglés y su alemán, cuando salen de sí persiguiendo tiempos y lugares de las canciones. De todas maneras, más allá del idioma, Lemper es de las intérpretes que devoran con su sello.
La gran novedad de la noche fue la presentación del trabajo que Nisinman realizó sobre poesías de Pablo Neruda. “El viento en la isla”, “Ausencia”, “Si tú me olvidas”, fueron algunas de las páginas mostradas. Temas que destilan esos contrastes de melancolía y rabia que hacen al espíritu del tango –que fue además una marca del espectáculo– en las que el castellano original compartió esas pulsiones amorosas con traducciones en francés e inglés.
En el final, una versión de “Lili Marlen”, voz y fueye, y poco después la “Balada de Mackie Navaja”, que silbada se contagió a toda la sala, señalaron el regreso a Berlín. Parecía que la transitada melodía salida de La ópera de los tres centavos iba a ser la compañía con la que muchos regresarían silbando a casa, hasta que por fuerza de aplausos llegó como bis una versión de “Los pájaros perdidos”. Antes de poder, finalmente, salir y, entre la multitud, encender el postergado cigarrillo.
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