Con cientos de miles de entradas vendidas desde hace meses y una espera que tanto puede medirse en décadas como en milenios, los Stone Roses, esa suerte de Neanderthales del brit pop (cepa Manchester) adelantaron cinco semanas su anunciado retorno a los escenarios, con un concierto sorpresa, el primero en 22 años con su formación original. La voz sobre la fiesta para pocos se corrió, según los tiempos que corren, a través de las redes sociales y a lo largo del mismo día del show, en el que 1500 fans rápidos de reflejos recibieron su entrada en forma gratuita, con la única condición de presentar un disco, poster, remera o cualquier cachivache memorabílico de la banda. Casi en vivo, videos de la performance iban apareciendo en YouTube ¡en alta definición!, y los privilegiados asistentes –entre ellos, el ex Oasis Liam Gallagher– tuitearon en directo sus loas, tejidas hace años, para los Stone Roses.

¿Y por qué es importante el regreso conjunto del cantante Ian Brown, el guitarrista John Squire, el bajista Gary “Mani” Mounfield y el baterista Alan “Reni” Wren? Fugaces vedettes de aquella loca escena de Manchester apodada “Madchester”, los Roses fueron la gran esperanza de guitarra-bajo-batería durante la explosión electrónica de fines de los ’80, y tuvieron un ciclo Spinal Tap demasiado breve: la aventura duró lo que dos discos de estudio, The Stone Roses y Second Coming. Dos discos geniales, invencibles, pero apenas dos. Lo suficiente, sin embargo, como para convertirse en la banda de culto más popular de Gran Bretaña, y para ganar estatus de musa psicodélica, bailable y trunca entre todas las bandas de rock inglesas que usarían campera de gimnasia, por lo menos una vez, durante la década del ‘90. Las esquirlas de influencia y pleitesía llegaron hasta Buenos Aires, ya que las bases rítmicas, las guitarras como de virulana y las melodías agusanadas que caracterizaron a los Stone Roses bien pueden rastrearse aquí y allá en aquella camada del “Nuevo Rock Argentino”, por caso, en Pasto, el disco debut de Babasónicos, de 1992. El lazo con Babasónicos crecería, al punto de que el cantante Ian Brown los invitaría a grabar, en su disco solista Golden greats, una canción que terminaría llamándose... “Babasónicos”.

La reunión del elenco original de los Stone Roses parece respuesta a un operativo clamor que pudo palparse en cuanta encuesta hicieran por años los medios especializados británicos. Y la gira de retorno ya abarca varios países de Europa y Asia, pero –por el momento– no alcanza a la Argentina (Brown, como solista, estuvo por aquí en el Personal Fest de 2006, donde renovó idilio con Babasónicos y los invitó al escenario; mientras que el bajista Mani ya pasó por Buenos Aires tres veces, en calidad de integrante de los Primal Scream). Y no se trata de un regreso improvisado, claro, ya que incluye, además de los conciertos con localidades agotadas, todo lo que el rock-espectáculo necesita: contrato para disco de nuevo material, campaña de donaciones para escuelas ugandesas, road-movie en camino (Spike Island, basada en un concierto de la banda de 1990 y dirigida por un fan madchesteriano como Chris Coghill, actor en la también madchesteriana 24 Hour Party People) y un cuidado merchandising con estética de stencil y diseño autorreferencial. No por nada, el doble bombo que el batero Reni usó la semana pasada durante el show sorpresa en Cheshire, Inglaterra, tenía pintada la rodaja de limón que ilustrara la tapa del disco debut del grupo, de 1989. Ese mismo cítrico al que la mitología hooligan de Manchester le atribuía la propiedad de combatir los efectos del gas lacrimógeno de la policía. Y que implicaba, en código, que cuando llegue la revolución, o al menos, el quilombo, los Stone Roses van a estar listos.