MUSICA › LISANDRO ARISTIMUÑO HABLA DEL FLAMANTE MUNDO ANFIBIO
El cantante rionegrino afirma que su nuevo trabajo es “más realista, más frontal”, y lo atribuye a la maduración personal y al hecho de haber sido padre. El cambio de sonido más notorio pasa por un acercamiento al primer rock argentino y menos introspección en las canciones.
› Por Sergio Sánchez
Como toda obra de arte, los discos son fotos de un momento histórico y de una etapa puntual del artista. En otras palabras, detrás de las canciones se pueden encontrar los retratos de una época desde la mirada del artista. Si se conjugan esos aspectos, se podría decir que Mundo anfibio, el quinto disco de Lisandro Aristimuño, habla tanto de él como del entorno. Y no de cualquier entorno, sino de uno agitado, en constante tensión. Aristimuño exagera y dice que ha salido de su “burbuja”. Es que en este disco se permite una crítica más explícita sobre el mercado de la música y el mundo todo y deja en segundo lugar las canciones introspectivas. Eso se lo atribuye a una maduración personal y al hecho de haber sido padre. “Este disco es más realista, más frontal”, le dice Aristimuño a Página/12, mientras prepara el terreno para presentarse por primera vez en el Gran Rex, el 3 de agosto.
Aristimuño es uno de los artistas argentinos más inquietantes y de mayor proyección de la escena musical contemporánea. Nacido en Viedma, Río Negro, en 1978, desembarcó durante la década pasada en Buenos Aires y comenzó un camino artístico que pareciera no detener sus pasos. Azules turquesas (2004), su primer disco, dio muestras de un sonido fresco y actual. El cancionista creó su propio idioma y un sello reconocible. Una música que abraza tradiciones y géneros, desde los folklores latinoamericanos hasta el rock, pasando por la llamada música electrónica y los climas y sonoridades pensados para el cine y el teatro. Pero quizá su rasgo más destacable sea su capacidad para mutar y no quedarse siempre en un mismo lugar.
Barajar y dar de nuevo o sacar un disco son lo mismo en el universo de Aristimuño. Eso sucede en Mundo anfibio, recién salido del horno. En este trabajo, sube la apuesta (y el volumen) y arriesga. No se queda con lo ya probado. Cambia de registro y explora en el primer rock y no tanto. Se notan las huellas de Luis Alberto Spinetta y Fito Páez, pero también de Divididos y Soda Stereo. De hecho, los invitados fueron Ricardo Mollo, Hilda Lizarazu y Boom Boom Kid. Y, a la vez, en las canciones conviven estructuras rítmicas folklóricas, como malambos y bagualas. “Cuanto más me sorprendo a mí mismo, más me gusta”, sostiene. El concepto del disco se completa con el arte de tapa a cargo del pintor Gabriel Sainz: una ciudad futurista de hombres anfibios que conviven en un ambiente totalmente contaminado.
Entre otras cosas, éste es un disco que habla de “animales peligrosos y elefantes ambiciosos”, esos que dicen preocuparse por los intereses de los músicos (y la música) pero sólo piensan en el billete. Para Aristimuño, la autogestión no es sólo una forma de producción alternativa, sino una manera de entender el arte y el mundo. Una postura política. “Nunca te traiciones, sigue tu camino, mírate al espejo, donde nadie mira”, canta en “Elefantes”, la contundente canción que abre el disco. Sin embargo, la independencia y esta forma de ver la música lo acompañan desde el primer disco. En esa sintonía, condujo en La Tribu un programa para darle lugar a música fuera de rotación, Ese asunto suena raro, y creó su propio sello discográfico independiente, Viento Azul.
–Mundo anfibio es un disco más fuerte, más rockero, pero no se corre del formato canción. ¿Trata de mutar en cada disco?
–Tiene mucho que ver con mi elección de ser un músico independiente. Es decir, no tengo límites ni una directiva de nadie. Nadie me dice: “Che, pegamos con este tema, hacete uno igual pero cambiale el estribillo”. Intento sorprenderme a mí mismo. A veces hasta soy medio egoísta en eso. No sé si pienso en el público a la hora de hacer un disco. Primero pienso en mí y en mi equipo de gente; y después, si gusta o no, es azaroso. Ante todo tengo que respetar mi música y lo que tengo ganas de hacer. Me gusta que la gente sepa que estoy todo el tiempo intentando mutar, cambiar y no quedarme con la fórmula que sé que funciona. ¡Juro que sé cuál es el tema que más gusta de mi disco! A veces mis discos necesitan un poco de tiempo. No porque sean increíbles, sino porque como laburo mucho la música en capas, vas descubriendo de a poco las cosas. Dejo bastante el relieve, como si fuera un cuadro. No tapo mucho, como para que cada uno vaya descubriendo las cosas con el tiempo.
–¿Hay una búsqueda por el primer rock de aquí?
–Es la primera vez que intenté basarme en la música argentina, no desde el lado del folklore, sino del rock. En discos anteriores era como si mi parte argentina fuera el folklore. Y lo otro que se escuchaba era música de Islandia, Alemania, Inglaterra. Pero en este momento tenía ganas de que lo argentino fuera el rock que se hizo acá. Eso fue lo que me hizo empezar a investigar más. Siempre escuché rock argentino, pero esta vez lo utilicé como disparador artístico. Entonces, me detuve en Pescado Rabioso, Canción animal de Soda Stereo, Ciudad de pobres corazones de Fito, Acariciando lo áspero de Divididos y Sumo. “Puta, qué grosso lo que tenemos”, dije. Me encanta el rock, pero no me considero de ningún género. Me gustan todos, no uno en particular. Sin embargo, nunca había usado tantas variantes del rock como en este disco. Me parece que es el disco más argentino que hice, incluso. Y también por lo ideológico.
–¿En qué sentido?
–Para lograr el concepto general de Mundo anfibio se me vinieron muchas ideas por la situación del país. Me refiero a todo este cambio de leyes, de mucho manifiesto, de mucho Yin y Yang. Estuve atento a la realidad social del país y me sirvió de disparador. Hay mucho River-Boca y eso es muy interesante. Es muy rico cuando existe un ring y hay dos boxeadores. Antes había uno que le pegaba al más flaquito. Y listo. Y era fácil la lectura. Ahora hay dos peleando y está bueno. Me parece que realmente se llegó a algo democrático. Al fin se escucharon las dos campanas y se destapó un lugar que estaba tapado. Y eso me sirvió. Por eso digo que es el disco más argentino. También porque maduré y le presto más atención a mi alrededor. A veces, cuando sos adolescente no sabés ni el nombre de tu presidente.
–¿No cree que a veces es negativo que todo se mida en blanco y negro? Es como si no hubiera grises y uno tuviera que estar de un lado o de otro.
–Entiendo eso y lo comparto. Pero me refería a que ahora está más visible que hay dos actores. Antes nadie sabía nada. Estaba todo atrás de bambalinas. Claro que hay cosas que están buenas y otras que no. Lo lindo es que se muestre y que vos puedas elegir.
–¿Cómo construyó el concepto de Mundo anfibio?
–Por un lado, pensé en la palabra anfibio porque significa doble vida. Me interesó porque la gente que está a mí alrededor y el argentino en general necesita tener una doble vida. Por un lado, tiene que tener un trabajo que le dé dinero, que lo estabilice económicamente, y por otro uno que le guste y le dé placer. Eso me parece muy cruel de parte del sistema. Me parece algo que no se manifiesta mucho. ¿Por qué nadie puede trabajar realmente de lo que quiere? ¿Por qué un pibe tiene que laburar en un locutorio y después salir a ensayar? ¿Por qué no hay un respaldo a lo artístico? El músico tiene que estar respaldado y tiene que tener el apoyo para hacer música y no estar pensando en cosas que no tienen nada que ver, como salir a buscar publicidad. Siento que hay un acostumbramiento a eso. Por otro lado, fui papá de una nena hace dos meses. Durante nueve meses ella estuvo en la panza, en el agua, y luego salió a la tierra, como el anfibio. Ese proceso me sirvió para componer y hacer la música. Incluso, en un tema está el sonido de ella adentro de la panza, cuando hicieron la ecografía. Ya me hizo coros desde la panza. El hecho de ser padre me hizo un clic muy grande en la cabeza; maduré, y pienso más en el futuro de los niños y del mundo.
–¿A eso se debe la fuerte crítica a la industria de la música?
–Me han ofrecido usar mi música para marcas de gaseosa, pañales, desodorantes... y con cifras tentadoras. Pero no me gusta ensuciar la música con cosas que no me parece que tengan que ver con ella. Quizá lo haría si fuera una marca de un equipo de guitarra porque está relacionado. No veo que lo visual de mi música sea un desodorante. No me sentiría bien. Pero no critico al que lo hace. Pero mi independencia viene por el lado del respeto a la música y a lo que hago. Primero eso. Respeto lo que hago, lo cuido e intento que sea lo mejor posible. Antes que músico, soy un amante de la música. La música me dio muchísimas cosas en la vida. Es como la tierra, hay que cuidarla. Por eso también abrí un sello discográfico y tuve un programa de radio durante cuatro años: quería que estuviera la música que es muy difícil de poder escuchar en otras emisoras. La mayoría tiene un listado que le pasa la discográfica y la tiene que poner tres veces por día porque pagaron una guita para que la publiciten. No me parece mal. La música también tiene su lado comercial; de hecho, vendo mis discos, y eso ya es comercio. Me siento honrado y orgulloso de ser músico y por eso mismo no quiero faltarle el respeto; porque me dio un lugar del cual estoy realmente agradecido y lo voy a defender.
–Una vez usted dijo que el músico no tiene que sentirse más que la canción...
–Es un problema de las multinaciones que piensan que tiene que ser así. Y hay músicos inocentes que caen en la trampa y después no saben cómo salir. A veces está la imagen o cualquier cosa antes, como si la música fuera algo secundario, un relleno. Eso, en algún punto, es lo que hizo que bajara la venta de discos. Las cajas y el arte eran cada vez más berretas porque a los tipos lo único que les interesaba era vender. Y eso hizo que la gente dejara de comprarlos. Los abrís y tienen dos hojas en blanco. Fue producto de estos tipos. Porque los que dicen que se venden cada vez menos discos son los que más guita hicieron con eso. Yo saqué mi primer disco en 2004 y ahora acabo de sacar el último, y vendo más discos ahora que antes. Depende a quién le preguntes. Si le preguntás a Sony, te van a decir que vende menos: algo hicieron mal. Si te mandaste un moco, la música te lo marca, te lo hace pagar. Es una fuerza muy grande.
–¿No cree que su música a veces se encierra en ciertos públicos y circuitos de ciudad de Buenos Aires?
–Por un lado, es muy difícil mover a un equipo de quince personas. Por otro, el lugar tiene que afrontar ciertos gastos y cierta estructura que a veces no tiene y piensa que sí. Y la terminás pasando mal. Tocás en un lugar y no tiene las condiciones para que suene bien. No es que uno pide doce uvas rojas. Quiero que suene bien y nada más. De cualquier manera, la recompensa cuando tocás en lugares del interior es grande. Terminás muy feliz porque te rompiste el orto para llegar ahí, sin estructura. Si ahora me asocié a una productora fue porque la estructura que tenía no alcanzaba y quería seguir viajando al interior. Porque no quiero ir con mi guitarrita y un cello. Ya lo hice, me encantó, pero me parece que el interior tiene que ver lo que va a suceder en el Gran Rex. Quiero llevar el mismo concierto a Puerto Madryn, a Salta o a donde sea. Por otra parte, una vez toqué en Morón y me fue muy mal. Fueron quince personas y tuve que sacar plata de mi bolsillo para pagarles a mis músicos. El músico independiente tiene que se consciente de las limitaciones que tiene. Es fácil quejarse, pero hay que llevar gente. ¿Llevo gente como para tocar en ese lugar? Ojalá pueda ir este año y haya más gente. Voy a insistir, obvio, porque creo en el federalismo musical. No soy de ningún lugar: intento ser un músico nómade y atemporal. Si me dan a elegir, elegiría no tener tiempos ni fechas ni lugar. Que este disco se pueda escuchar hoy, mañana o ayer. Si logro eso, me puedo morir tranquilo.
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