Mar 12.06.2012
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MUSICA › LOS PéREZ GARCíA ANTE LA EDICIóN DE LA MESA ESTá SERVIDA, SU QUINTO DISCO

Nuevas canciones, apellidos familiares

“Es raro teorizar sobre las canciones porque se habla a través de ellas”, dicen los integrantes de una banda que prefieren no autoimponerse límites o reglas rígidas: “Lo nuestro es la cuota rockera más aires folklóricos, latinos y cancioneros”.

› Por Cristian Vitale

“Lo último que sé es que Europa es la que está en crisis”, arguye Pablo Tofanari, baterista de Los Pérez García, sobre una pregunta recurrente, capusottiana: ¿Está en crisis el rock? Beto Olguín, guitarra fundadora y voz, y Fede Esquivel, guitarra, apelan a una respuesta de casete. Uno dice que “se está moviendo”, y el otro que el género no tiene la necesidad de imponerse porque ya se impuso como corriente, movimiento e identidad. “Hasta Calle 13 entra dentro del rock, y como ideología es lo mismo: nadie se abraza a una forma de resistencia, como tal vez era en los setenta”, sentencia. Del todo a la parte, entonces, este breve esbozo da una primera aproximación al marco de acción de la banda originada en Aldo Bonzi, allá por 1995: No ocupa un campo específico dentro del rock. Sus cinco discos hasta acá (Buenas Noches, ¡Ya!, Santo Remedio, Asuntos de familia y el flamante La mesa está servida) interpelan estilos, buscan. La columna vertebral es siempre la canción y, desde allí, bifurcan ramas. “Lo nuestro es la cuota rockera más aires folklóricos, latinos y cancioneros... más allá de la ropa que le pongas, si la música está buena, listo”, resume Olguín, un artesano de historias y sonidos callejeros.

–Ningún campo de referencia, entonces.

Beto Olguín: –No. Yo puedo escuchar Motorhead, Calle 13 y Peteco Carabajal, y todo me gusta, como me gusta la ensalada. Puedo poner un disco de Viticus y después uno de los Decadentes... ¡Tenemos una pata en cada campo! (Risas.)

Lo específico de La mesa está servida, que la banda que completan Mingo Catanzariti en bajo, Julio Medina en teclados, Tatu Garibaldi en percusión y Martín Sarceda en saxo presentará el sábado 30 en La Trastienda Club (Balcarce 460), focaliza entonces en un continuum de historias a sol y sombra, bajo el ropaje de un buen trato musical, basado en baladas y rock canción. Despojados –dicho está– de un patrón a seguir, melodías y letras se funden para contar acerca de amores y desengaños (“Doble Carolina” o “Asuntos internos”); de estados de calma después de una paliza (“Todo eso que nos queda”), de codas hip hop (“Monoloco”) o sonidos para fiesta (“La previa” o “Curarte”). “Es un disco compañero”, describe Martín Méndez, su productor, y sigue: “Es un disco bailable, rutero, de emociones desatadas, canciones frescas y maduras a la vez... la banda está a punto caramelo”. Pablo amplía al decir que es “un disco que hicimos deliberadamente más rápido, y salió fresco. En seis meses se logró todo, grabamos todo lo que nos gustó y está más surtidito, más pulido.

–Hace quince años que están tocando e incluso tuvieron la oportunidad de invitar a León Gieco para que interviniera en la versión de “El fantasma de Canterville”, que incluyeron en el disco ¡Ya! ¿Invirtieron bien el tiempo?

B. O.: –A ver, ésta sigue siendo una empresa autogestiva en la que tenés que estar atento, despierto. Si bien hoy por hoy estamos más abocados a lo estrictamente musical, no podemos descuidar ningún detalle, porque es nuestro trabajo principal. Cada uno tiene su kiosco aparte, pero Pérez García es el más importante. Pesa también el factor tiempo. Es raro teorizar sobre las canciones porque se habla a través de ellas, pero creo que radican en la visión de un tipo maduro. Hay canciones más reflexivas, otras más de fiesta, un poco de todo, y todo es sin plan. Sale así.

–¿Ejemplos tangibles?

B. O.: –Desde lo musical, yo rescataría “Halcón peregrino”, un rock medio oscuro y a la vez esperanzador que abre el disco y sirve para tirar un link con el que lo cierra, porque “Todo eso que nos queda” –el final– es melancólica y reflexiva, brinda por todo eso que nos falta y nos queda. El mensaje es que cuando uno cree que está todo mal, tiene que darle valor a lo que hay.

Cuatro cortados en un bar de Flores median entre las palabras que le hacen una biopsia al disco, a la vez que recortan hechos de una historia común: el origen del nombre, por caso. “La verdad es que nos pusimos así porque nos cayó bien referir a un nombre de familia, nos gustó meternos debajo de un apellido compuesto, y lo hicimos propio, previo paso por marcas y patentes. Como no podíamos poner los Ramones, entonces nos pusimos Pérez García”, ironiza Olguín, y el resto ríe. Ramones agranda el abanico de nombres propios que dan entidad al doble apellido.

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