Mié 27.06.2012
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MUSICA › ENTREVISTA A LEONOR WATLING Y ALEJANDRO PELAYO, DE MARLANGO

“En el escenario no hay pasado ni futuro, eso es la libertad”

La banda española, que completa el trompetista Oscar Ybarra, presentará mañana en La Trastienda su quinto disco, Un día extraordinario. “Es de la tensión que existe entre lo cotidiano y lo insólito que surgen las canciones”, explican la cantante y el pianista.

› Por María Zentner

En la película Una historia sencilla, un anciano decide recorrer seiscientos kilómetros de carretera montado en una cortadora de césped. La historia contada por el director David Lynch deja al descubierto la brutalidad de lo simple, el elogio de lo directo. La cantante y actriz Leonor Watling (protagonista de Hable con ella, de Pedro Almodóvar, y Los crímenes de Oxford, de Alex de la Iglesia) y su compañero de ruta musical, el pianista Alejandro Pelayo, parecerían haberse consagrado a esta liturgia que escapa a lo rebuscado con el fin de dar un mensaje más contundente. “Todo se hace y se desarma, todo infinitamente simple”, canta el estribillo de “Gira”, canción incluida en Un día extraordinario, quinto disco de estudio de Marlango (tras el debut epónimo, Automatic Imperfection, The Electrical Morning y Life in the Treehouse). El grupo –que se completa con el trompetista neoyorquino Oscar Ybarra– se presentará mañana a las 22 en La Trastienda (Balcarce 460). Antes, Watling y Pelayo se brindan a la entrevista con esa elegancia disfrazada de sencillez que se convirtió en su sello distintivo. Con una energía, una complicidad que los hace verse como a dos chicos: ella, la más linda del barrio; él, el hermano mayor serio y protector. Los años de trabajo juntos se traducen en un idioma interno de gestos y miradas, en una química que les permite terminarse las frases mutuamente, como si sus pensamientos fueran casi intercambiables.

–En la canción “Bocas prestadas” hablan de la historia que hay detrás de cada cosa, de prestar atención al camino recorrido para llegar a algo y a la proyección del pasado en el futuro. ¿Tiene esto algo que ver con el concepto de “nuevas canciones de toda la vida” que propone el disco?

Alejandro Pelayo: –Seguramente es casual, pero es verdad que hemos llegado a estas canciones a través de todas las que hemos estado haciendo en estos años. Hemos llegado al castellano después de transitar un recorrido en el inglés. Entonces, de alguna manera, es una coincidencia, pero también tiene algo inconsciente.

Leonor Watling: –Debió tratarse de una sensación que teníamos y que se cristalizó en esa letra.

–Sin embargo, en la canción que le sigue, “Ir”, hacen una exaltación de lo efímero de las cosas hablan de “sentirse instante”, o de “ser sólo parte del momento”. ¿Creen que esas dos miradas de la vida, quizá opuestas, pueden convivir?

L. W.: –Hasta ahora, siempre que escribimos una canción trabajamos en ella como si no tuviera nada alrededor. No trabajamos una idea de disco en plan “vamos a hablar de esto”. Nos damos cuenta cuando hemos acabado y, por ejemplo, hay que ponerle título al disco. De repente, las miramos todas juntas y nos fijamos qué tienen en común, y allí surgen contradicciones. De todos modos, yo sí creo que somos esas dos cosas a la vez. Escuchamos mucha música de antes y somos muy libres al momento de componer. Usamos lo que tengamos a mano. Para mí, lo mejor que puede pasarle a una canción es que sea “malinterpretada” por cada uno que la escucha. No hay una interpretación que sea la buena. Cuando escribo las letras, intento que sean lo suficientemente abiertas como para que cada uno pueda decidir en cada momento de qué hablan.

–En entrevistas anteriores ustedes hablan de sus canciones como si tuvieran autonomía y fueran ellas las que deciden. Sin embargo, en Un día extraordinario parecería que hubieran sido compuestas en orden. Tomando sólo la parte musical, el disco tiene un hilo narrativo muy marcado, como si la música sola contara una historia. Algún mérito tendrán ustedes...

A. P.: –Lo que nos pasa es que todo el tiempo estamos detrás de la misma canción. Aún no somos lo suficientemente adultos componiendo como para tener un poder de decisión previo. Desde el punto de vista de la armonía y del arreglo, es la misma canción que viene siempre de la misma cepa. Una cepa que todavía es muy ingenua y que tiene una cosa buena que es la pureza en cuanto a que todo se pone a disposición de lo que necesite la melodía principal, la voz. De modo que nos dejamos llevar sin ningún tipo de resistencia. En cuanto al mérito, creo que reside en estar lo más atentos posible a que eso suceda. Las canciones que se ensayan y se graban son las que van quedando bien pero, para llegar a eso, seguramente nos hemos precipitado varias veces por el terraplén con otras muchas posibilidades de estrofas o estribillos que no han ido a ninguna parte porque no hemos estado lo suficientemente generosos como para...

L. W.: –¡Dejarlas entrar!

A. P.: –Claro. Hemos tenido en algunos casos ansiedad, y, en otros, miedo. Por prejuicios, a veces, porque la música que escuchas, la que te mola, te deja sensaciones muy buenas, y ganas de volver a confiar en el género humano, y energía para lo que haces. Pero también te deja la sensación de que la montaña es demasiado alta y que nunca vamos a llegar ni siquiera al campamento base. La música que me gusta me provoca las dos cosas a la vez: me hace bien, me cura, me hace sentir mejor persona, me gusta la banda de sonido que hace que mi personaje sea mejor en esta película, me hace vivir la fantasía de que la vida es más bonita, pero, por otro lado, no la he escrito yo.

–¿Les pasa lo mismo con alguna canción que hayan escrito ustedes?

A. P.: –Con las propias entra a jugar un elemento nuevo que es el cariño. Porque no tengo cariño por, por ejemplo, las canciones de los Beatles. Tengo otras cosas, pero no el cariño del autor. Y el cariño, lo que hace, es que justifique cosas con las que, tratándose de canciones de otro, sería mucho más cruel. Aparte, la nuestra no es una música estrictamente personal, es una música de los dos...

L. W.:–Igualmente somos bastante crueles con nuestra música...

A. P.: –Sí, yo no me siento cien por cien conforme nunca con nada de lo que hemos escrito hasta ahora porque siempre hay algo que podríamos haber hecho mejor. Las canciones adquieren en el escenario una identidad que nunca se consigue grabándolas. Cada vez que las tocamos es una oportunidad más de mejorarlas, y de hacerlas un poquito más cercanas a eso que me pasa cuando escucho las canciones que me gustan de Radiohead, o de Dylan.

–El disco fue grabado con la banda tocando toda junta. ¿Perdieron el temor que alguna vez mencionaron de sonar “barrocos”?

A. P.: –En esto tuvo mucho que ver nuestro productor, Suso Sáiz, pero también el hecho de que los músicos primero hubieran escuchado las versiones de las canciones en piano y voz para entenderlas, desde antes de meter las manos en los instrumentos. Suso justamente insistió en que el reto era que sonaran con siete elementos igual que lo hacían con dos. Ni más grandes ni rápidas ni diferentes. El oficio de aguantar. Que se mantenga lo original, pero con los siete tocando. Es muy divertido porque es justamente lo contrario de lo que uno tiende a hacer, ¿no? Es como sumar a lo ancho y no a lo alto. No poner una cosa encima de la otra, sino intentar que el sonido crezca hacia los lados. Nunca hemos subido ni en la tesitura de la partitura ni en el arreglo de la canción.

–En el disco le dedican “Si yo fuera otra” a Pedro Almodóvar. En esa letra habla de “ser todas las mujeres metidas en mi piel”. ¿Podría tratarse de su definición de ser actriz?

L. W.: –En realidad, se trata de una canción de amor. De un amor un poco perturbado, puede ser, pero de amor. Lo que pasa es que cuando la terminamos era tan poco nuestra, tan de todo el mundo, tan folklore... y el folklore que me gusta es el que he visto a través de Almodóvar, el folklore en technicolor, revisitado, que ha hecho Pedro siempre. Por eso se la dedicamos. No me había dado cuenta, pero finalmente sí parece una definición de lo que es ser actriz.

–Volviendo al supuesto de un hilo narrativo del disco, “Si yo fuera otra” vendría a ser como el número central, coral, con toda la compañía en el escenario de esta “comedia musical” encubierta.

A. P.: –Está bueno que menciones esa idea de cronología porque, aunque no era exactamente eso lo que buscábamos, lo que nos ha llevado más tiempo de este proceso ha sido establecer el orden de las canciones.

L. W.: –Cosa que en el fondo, ahora mismo da igual, porque la gente entra al Spotify y está desordenado, o se descargan canciones sueltas y no el disco entero. Y ahí quedan horas de pelea, de cuál será la primera de cada lado del vinilo...

A. P.: –Es un poco lo que hablábamos antes, el recorrido de la misma canción paseando y planteando sitios distintos pero que está haciendo una especie de espiral hacia un sitio que no sabemos cuál es, porque si lo supiéramos, ¡haríamos un disco de ese sitio solo! Es como si todo el rato anduviéramos en los alrededores de esa sensación que se ve que es la que nos anima y nos provoca a escribir una canción y que seguramente tiene que ver con nuestra incomprensión de lo que nos rodea que es, desde hace ocho años, el motor de Marlango.

–¿La incomprensión de lo que los rodea es su leitmotiv?

L.W.: –Más bien el afán por entender lo extraordinaria que es la normalidad, ¿no? Las cosas que parecen normales pero cuando la miras te dices “no hay nada normal en esta situación, ¿cómo hemos logrado que esto sea normal?” Estar en la Argentina, a diez mil kilómetros de casa, presentando un disco: ¿cuándo se ha vuelto esto lo normal? ¡Es extraordinario! Es de esa tensión que existe entre lo cotidiano y lo insólito que surgen las canciones.

A. P.: –Creo que vamos encontrando respuestas a lo largo de todo el proceso y luego las vamos asociando a preguntas que nos han hecho en otro contexto. Hacemos un disco, hacemos su promoción, empezamos la gira y es en ese momento cuando empezamos a tener respuestas a interrogantes que nos planteamos al principio de todo. Preguntas que tienen que ver con de dónde vienen las canciones. Por ejemplo, recién ahora empiezo a entender cosas respecto del disco anterior, justamente mientras trato de contestar preguntas sobre el nuevo. Es extraño dónde encuentras las respuestas, pero es eso mismo lo que hace que volvamos a ir a escribir nuevas canciones.

–Algunos artistas describen al ejercicio del arte como un momento de libertad plena. En el caso de la actuación, le da la libertad de convertirse, de ser otras personas. ¿La música les brinda algún tipo de libertad parecida?

L. W.: –Tengo algo con la palabra “artista”... Creo que hay muy pocos artistas de verdad. Para mí, artistas son Chavela Vargas, Lola Flores. Yo no. Yo soy una artesana. Como artesana, sí que soy muy feliz en ese momento de presente puro que encuentro en el escenario. A veces pasa también grabando, o –muy poquito, quizá de los tres meses que pasas rodando, media hora en total– interpretando personajes en películas. Pero en el escenario es todo el tiempo. Allí no hay pasado ni futuro, y eso, creo que es la libertad.

–¿Se podría decir que la Leonor cantante es un personaje de la Leonor actriz?

L. W.: –Uff... Eso es muy Woody Allen. No. No soy tan complicada. Me encantaría añadirle misterio y poética, pero me parece que es bastante más sencillo. ¡Y sin terceras personas! Ser actriz, en definitiva, es como entrar a formar parte de un ejército: entras, te alistas, te pones un cuchillo en la boca, es el fin del mundo. Haces caso a lo que te diga el director o la directora, se termina y vuelves a tu casa. En los conciertos somos los jefes. Es una guerrilla, tenemos nosotros las armas. Nosotros decidimos qué colina vamos a tomar. Aunque, al fin y al cabo, las dos actividades vienen de lo mismo y apuntan a lo mismo, que es contar historias y comunicarse.

A. P.:–Somos artesanos. Tenemos un oficio que hacemos con las manos, como un carpintero. Nosotros escribimos una melodía en una partitura, y una letra, e intentamos juntarlas. Es la sensación del juego de las llaves y las cerraduras. Qué llave abre qué puerta. Vamos buscando. Y cuando entra la llave, gira y la puerta se abre, tenemos la sensación de que eso puede ser algo. Y es ahí donde entra el oficio: si eso puede ser una estrofa, un estribillo o un puente. Cómo debemos tratar a eso que surgió con los elementos que tenemos para tratar de que sea algo hermoso, que antes no existía y que ahora, que puede ser que exista, nos haga bien. Es una línea muy fina la que separa la posibilidad de tener una canción de la que te sientas orgulloso que cuando la toques tengas dos o tres minutos de encontrarte bien. Creo que nosotros todavía no tenemos ni la madurez ni el oficio de los verdaderos artistas. Todavía somos artesanos.

L. W.: –De lo que sí estamos seguros es de que somos mejores cantando que hablando.

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