Lunes, 16 de julio de 2012 | Hoy
MUSICA › RECITAL DE VIEJAS LOCAS EN LA CANCHA DE RACING
Pity Alvarez, líder y cantante de lo que queda de Viejas Locas, ratificó que no está en condiciones de subirse a un escenario. Llegó dos horas tarde, lució desconectado del resto de la banda y terminó aburriendo a su público.
Por Mario Yannoulas
Difícil era igualar el desastre hecho en la cancha de Vélez. En noviembre de 2009, el esperado regreso de Viejas Locas, emblema del rock stone barrial, había sido un fiasco. La banda liderada por Pity Alvarez y Fachi Crea se había paseado por Liniers como un fantasma y, al margen de lo musical, el resultado más triste fue la muerte de Rubén Carballo, de 17 años, víctima de la represión policial.
Aunque sin noticias trágicas, lo ocurrido el sábado en Racing no hizo, cuanto menos, sino igualar en pobreza a aquel fallido regreso. Con los minutos, la helada realidad fue apagando los entusiasmos.
Las complicaciones del ingreso evocaron las batallas del rock chabón de los ’90, y dentro del estadio comenzó el letargo. Primero con la espera, que fue de dos horas en una de las noches más frías del año. Objetos contundentes llovieron sobre el escenario hasta que alguien del staff tomó el micrófono y pidió paciencia: “Pity está llegando”. Pity finalmente apareció... para pedir cinco minutos más de tiempo muerto.
Luego todo fue una serie de anécdotas propias de un perfecto anti-show, producto de la desidia. Si la edición del disco Contra la pared (2011), el primero desde la reunión, dio cuenta de que la banda tiene poco para decir, la puesta en escena no fue mucho más: la pantalla ovalada y el segundo escenario en el medio del campo remitían a la gira de Bridges to Babylon, de los Stones, incompatibilidades aparte. Tras un extenso apagón sonó “El árbol de la vida”. Las luces ayudaron a parir una versión potable, de las pocas que destilaron algo de mística, quizá junto con “Una vez más”. Rápidamente, Viejas Locas –lo que queda de ellos, con sólo dos miembros originales– se transformó en un barco a la deriva.
Por el destrato, fue fría la respuesta del público (unas 25 mil personas), que llenó el campo, pero apenas nutrió populares y plateas. La apatía crecía mientras se profundizaban los desvaríos. Tras algunas buenas canciones pobremente interpretadas (“Hermanos de sangre”, “Adrenalina”, “Dos nenas”), la sucesión de piezas del último disco instaló una sensación de bodrio. “Perdón por todo este bastardeo de andar cambiando de lugar”, dijo Pity en alusión a las contramarchas de fecha y locación. Se hizo tarde para buscar complicidad declarando al estadio “zona liberada” o pidiendo que no persiguieran al público de Viejas Locas. “Ustedes son como yo”, proclamó, y levantó tibios aplausos.
La incursión en el segundo escenario fue para peor. Problemas de sonido conspiraron con la poca inspiración de los músicos, algunos ya con cara de “tragame tierra”. “Se hace muy difícil tocar acá. Lo que pasa que no vine a probar sonido”, se excusó Pity. Clásicos como “Perra”, “Lo artesanal” u “Homero” tampoco movieron las agujas. Los músicos se despidieron y Pity quedó solo para estirar su práctica autista hasta cerrar con canciones de Intoxicados. Muchos iniciaron el éxodo antes del final. Un episodio más de la larga agonía del rock barrial como fenómeno de estadios. Pity Alvarez no está en condiciones de subirse a un escenario, y esto no es gracioso.
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