MUSICA › RECITAL ACúSTICO DE JON ANDERSON EN EL TEATRO N/D ATENEO
El legendario cantante de Yes se lució como intérprete de “aquellas” canciones, después de haber sufrido severos problemas respiratorios. Pero también sus temas superaron el reto de pasar de aquel imponente ropaje instrumental a un formato íntimo y minimalista.
› Por Gloria Guerrero
Las mayores incertidumbres (expectativas, reparos) eran, al menos, tres.
La primera, comprobar cómo sonaría la voz de Anderson luego de haber sobrevivido (no sólo su voz sino todo él, porque casi se muere) a la severísima afección respiratorio-asmática que lo recluyó en un hospital en 2008, debiendo cancelarse la tan promovida reunión de Yes de entonces, con cuyos compañeros aparentemente había quedado en malos términos... salvo por Rick Wakeman, con quien sigue trabajando y con buen éxito. Prueba superada: la voz de Jon Anderson sigue estando impecable, elegante, limpia y perfecta. Increíble.
La segunda, verificar si los inmortales himnos de Yes, proviniendo de aquel supremo volcán comunal que fue la banda, podrían rendir en formato acústico unipersonal, minimalista y/o familiero. Aprobadísimo: las melodías son de Anderson, y suya es la garganta que las inventó. Ni el mejor solo de bajo de Chris Squire ni el más espectacular estruje de dedos de Steve Howe, solos y por su cuenta, arañarían siquiera la emoción de escuchar esta voz. Y dígale “sí” (yes). La tercera, evitar un posible embole. Y ésa fue la última y feroz asignatura superada. Dueño de un entrañable sentido del humor y de un ingenio y simpatía tremendos, Jon Anderson logró lo imposible: mantener en vilo a miles de personas, divertidas y plenas, estando solitos en el escenario, él y su alma.
Detrás, como única escenografía, una reproducción del símbolo de Olias of Sunhillow, y una decena de velones blancos grandes, encendidos. Delante, su breve humanidad y su guitarra. Anderson no toca muy bien la guitarra. De hecho, alguna vez admitió que se ensañó con este noble instrumento recién a sus 20 años pero, seamos justos, habría que admitir que durante el siguiente medio siglo no ha progresado más que como para hacer un aceptable fogón en plaza Francia. Con el resto de sus recursos se maneja más que correctamente, principalmente con el ukelele y con un antiquísimo coso de cuerdas chino que quizá (sólo quizá) se llame gorge y que él al parecer llama “George” (Jorge).
Recién después de tres temas Anderson habló por primera vez (luego, no habría forma de pararlo) para redireccionar a Bob Marley con “One Love” en “Time and a Word” (Yes, 1970)... y siguió su GPS seteado en bonito reggae hasta meter un cachito de “She Loves You” de los Beatles. Por cierto, hubo un plan emocional o espiritual para cualquier tramo de esta lista de canciones. Por ejemplo, también hubo una razón por la cual Anderson incluyó en esta gira una muy bendita versión de “America” (Simon and Garfunkel, 1968): hace un año y medio, el inglés decidió hacerse ciudadano norteamericano, pero bien envolvió el paquete aquí, en medio de un discurso durante el cual habló acerca de todos los europeos que llegaron a las Américas, anclando en el Sur. Hacía mucho que “America”, aquella canción, no se escuchaba tan entendible, sin segundas intenciones y con tanta maravilla expresiva (y sin el floreo que hicieron para Fragile, el álbum de Yes de 1971).
Ya pasó media hora. Anderson es un elfo en envase de hobbit. El tipo cuenta anécdotas en inglés y se alegra de que la platea las entienda. Tal cual prometió a este diario (véase la entrevista en la edición del viernes), lo que tiene para decir en Buenos Aires lo dice despacio, más bien lento porque, después de todo, nosotros hablamos castellano... pero a veces se chifla y manda todo de golpe: su peligroso primer encuentro con Vangelis, a quien encontró ¡mientras Vangelis disparaba flechas a través de una ventana! (“Cada cuatro años el tipo canta ‘Carrozas de fuego’”, se burla); la entrañable historia con su hermano mayor Tony, que da pie a una canción preciosa; el relato del último tema que escribió para Yes: “Sacred Ground”, el porqué hace “A Day in the Life”, de los Beatles, con el ukelele. Más de una vez, Anderson se detiene y da las gracias al público moviendo levemente las manitas, casi como pidiendo disculpas. Y el teatro se pone de pie.
Cuando llegan “Marry Me Again” (de sus trabajos con Rick Wakeman; la hace en teclados y realmente deshace al público en emociones) o todo lo que se esperaba de Yes: “Nous Sommes du Soleil”, “And You and I”, “Rondabout”, “Long Distance Ronaround”, “Owner of a Lonely Heart”, “All Good People”, “Wonderous Stories”, “Starship Tropper” o la tan pedida “Soon”, ahí la monada, tan respetuosa de lo íntimo del show al principio, una hora después ya está al palo y no para de arengar y de cantar a pecho pleno. Resulta que esas canciones, se nota, son indestructibles, porque quien las canta es indestructible.
Dan ganas de reducir a Anderson (¡más aún!) a lo jíbaro, y plantarlo en una mesita de luz, para siempre. Para que cante como canta esas cosas que canta. “Wonderous (wondrous) Stories”. Historias maravillosas, asombrosas: eso quiere decir. La gira sigue: recomendado.
8-AN ACOUSTIC EVENING WITH JON ANDERSON
Jon Anderson: guitarra acústica, ukelele, teclados, pedal de percusión y otros.
Duración: 90 minutos.
Teatro N/D Ateneo, Buenos Aires, viernes 28.
Repite: Tucumán (Teatro San Martín, miércoles 3); Córdoba (Teatro Luz y Fuerza, viernes 5); Mendoza (Teatro Plaza, domingo 7); Rosario (Teatro El Círculo, miércoles 10).
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