MUSICA › KISS Y OTRA CEREMONIA FERVOROSA EN EL MONUMENTAL, ANTE MAS DE 40 MIL PERSONAS
Más allá de los lugares comunes, los gestos de demagogia y el circo excesivo, el cuarteto volvió a demostrar que sabe cómo conmover a una multitud con otras armas genuinas. Y hasta se permitió mostrar cinco temas nuevos.
› Por Eduardo Fabregat
Todo está sobre el escenario, y nadie podrá decir que ha sido engañado. Desde hace años, Kiss es eso (y está bien), y como bien dijo Paul Stanley en la entrevista publicada por Página/12 el miércoles, “podemos tocar distintos temas, tener una puesta de luces diferente, detonar nuevos tipos de bombas. Pero tampoco podemos salir con tres piernas al escenario... ¿Qué más podemos hacer?”. Ninguno de los integrantes exhibió en el Monumental un miembro extra –más allá de la foto con el apéndice Macri en camarines–, y la presentación de Monster transitó los carriles esperados. Tan calculadora como potente, tan artificial como fogosa y tan única en lo suyo, tan rockera por debajo de los afeites, las pantallas y las explosiones, la banda extasió al Monumental y volvió a dejar repiqueteando en todos el inoxidable estribillo de “I wanna rock and roll all nite / And party every day”, boqueando hacia arriba ante el impactante show final de fuegos en el aire.
Frente a la perfección con que funciona la maquinaria ideada por Gene y Paul a comienzos de los ’70, es ocioso detenerse en los gestos de demagogia, en Paul entonando “Guantanamera” (al menos esta vez no cantó “La Bamba”) o el repetitivo recurso de los fuegos de artificio y Gene escupiendo fuego y sangre. Ni siquiera cabe considerar el sentido de cuatro grandulones poniendo en marcha ese circo kitsch que a veces bordea el mero ridículo. Todo eso debe estar, porque si no no sería un show de Kiss. Y nada de eso serviría de sucedáneo si el cuarteto no supiera perfectamente cómo es eso de tocar rock and roll. Y lo sabe. Y lo ejerce.
De hecho, en esa noche en que fue casi un milagro acceder al estadio a través de una ciudad colapsada, Kiss se puso realmente tribunero en el último tramo. Hubo un obvio arranque a todo gas con clásicos demoledores como “Detroit Rock City” y “Shout it out loud”, pero la banda también buscó actualizar el mito, incluyendo en la lista cinco temas de su disco nuevo. Demostró que todavía puede pelar temas dignos de ser escuchados como “Wall of sound” e incluso el single “Hell or hallelujah”, y le dio su momento de protagonismo a los empleados Singer –cantó “All for the love of rock’n’roll”– y Thayer, que se encargó de “Outta this world” y celebró su cumpleaños en escena. Recién después de cerrar Monster con “Long way down”, Simmons se largó a volar con “God of thunder” y, entonces sí, arrancó la avalancha de éxitos.
Baste el mero repaso para entender por qué en River todo terminó con miles y miles de sudorosas sonrisas de felicidad: lanzados en velocidad, los carapintadas más queribles encadenaron “Calling Dr. Love”, “Love gun”, “Black diamond” (que cerró el cuerpo principal), el hit del disco a cara lavada “Lick it up” y los himnos “I was made for lovin’ you” y, claro, “Rock and roll all nite”, con la lluvia de papelitos, despedida y show final de explosiones sacudiendo al barrio. De los viejos carrozas a los pibes de preescolar que poblaron el Monumental, todos salieron satisfechos: hay circos en los que no existe el concepto de payaso triste. Y aunque se lo vista de demonio, chico estrella, hombre del espacio o gato, el rock sigue siendo rock.
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