Lun 03.12.2012
espectaculos

MUSICA › PERSONAL FEST, EN LA SEDE SAN MARTíN DEL CLUB GEBA

A escuchar de acá para allá

En la vorágine festivalera hubo lugar y tiempo para todo. Desde el cancionero paranoico de Juanse hasta la sensualidad pop de Babasónicos. Y en continuado. Entre las propuestas extranjeras, Kings of Leon mostró su rock con ambiciones de estadio.

› Por Luis Paz

Si se apela al más inmediato sistema del sentido común, que es el prejuicio, es imaginable que, si en un festival se cruzan un cantante de un género popular como el reggae y un actor de TV, es probable que el músico espere sentado en medio del campo la salida de la próxima banda, mientras el actor se deja tomar fotos en el espacio más VIP posible. Para desanudar esto también sirven festivales como el que el sábado y ayer ocurrió en la sede San Martín del club GEBA. En el Personal Fest, el actor de cine, teatro y telenovelas del prime time Rafael Ferro aguarda con el traste en el piso y su hijo a un costado el comienzo de Babasónicos; mientras allá, en la cima de la carpa VIP del VIP, el músico ¿metavip? Dread Mar I acartona sonrisas. Descolocado por esto, el que asiste a la primera jornada se topa con que Juanse y Babasónicos suenan pegados o con que un exponente del rock de granjeros como Kings of Leon y un productor dance como James Murphy aparecen en continuado, o con que en un evento donde prima lo digital, hay problemas de sonido en uno de los escenarios. Así es un día en festivales: desconcertante de tanto ir de acá para allá, sorprendente por cuánto se aprende y se desaprende.

Ya desde la media tarde, algunas bandas del under local desatan el aviso paternal de que el rock lleva a los excesos y aleja de los deportes. En el estadio de básquet del predio, Go-Neko! hace una volcada de música limada para curiosos, y le deja en bandeja el lugar a Los Reyes del Falsete, que en la zona pintada muestran su paleta amplia de estilos revisados al calor del free rock. Pasando un stand maligno en el que el confianzudo que se presta a una foto delante de un fondo nevado acaba regado en espuma, baños químicos con luces leds y parrillas con grasas de hamburguesas capitales, donde chicas y muchachos esperan, en la otra punta: Erica García, Hana, Alejo Stivel, Leandro Fresco y Juanse, una hilazón de rock de riot girl con pop dulce, rock ibérico, electrónica porteña y rocanrol.

A todo esto, en el ojo de este huracán que desaliña más los prejuicios que los cuidados peinados de una multitud de jóvenes, maduras/os y pendeviejas/os que curten el cuero de botas y chaquetas ante el sol dañino, el foco del festival, que otrora presentó combos eminentes , se licuó en una brochette de actos. Los trajeados DeVotchKa, autores de la banda de sonido de Little Miss Sunshine, pervivieron al sol de la siesta con un enjambre de ritmos étnicos en velocidad record. Los Divine Fits destilaron un post punk sin sudor desde los dedos de Britt Daniel (de Spoon) y Dan Boeckner, con resultados divertidos y otros inquietantes. The Virgins hicieron justicia a su nombre con un inexperimentado recurso new wave, desprolijo y repetitivo. The Cribs y sus pelos aparentemente recién llegados de una sesión de alisado permanente desafiaron la frescura de la caída del sol con un set rusgoso de punk melódico primal, entre The Jam y Ramones, efectivo y vestido para matar, pero harto obvio.

Entonces sí, entre Juanse, que paseó su cancionero paranoico en la misma correa que el solista, con una banda que toca como Los Ratones pero no es Los Ratones, y Babasónicos, devolvieron los focos al rock argentino. Otra de esas cosas que permiten los festivales: la posibilidad de una isla en la que el rocanrol y los boleros sónicos comparten la misma costa. Otra de las cuestiones habilitadas por estos encuentros es la de discernir práctica y ya no teóricamente entre todas esas bandas que la prensa (local e internacional) y la gente de marketing dicen que hay que escuchar antes de morir: el caso de The Cribs, que podrán mantener viva una tradición, pero por otra parte sirven mejor para la charla distraída. Bueno, el concepto de banda de pub, esos grupos que están bien sonando de fondo.

Babasónicos nunca cayó en esa gaveta. Ya en el origen, la flexibilización de los límites poéticos y musicales estuvo presente en sus saltos entre el trash, la psicodelia y la música de crucero tropical. “Perfume casino”, un fenomenal anticipo de esa veta de sensualidad cansina que hicieron estallar en Infame, fue una grata sorpresa para fanáticos. Pero incluso para los que creyeron que verlos en un festival era buena ocasión para entregarse a sus hits, momentos conspicuos como “Así se habla”, de un lado, y “Putita”, del otro, agraciaron la noche, entre algún problema con las pistas, alguna ya permanente intromisión (“Egocripta” dentro de “Y qué”) y algún ejemplo más de por qué son más sabrosas las bandas de paladar holgado que las de platos favoritos.

No ocurrió lo mismo con Kings of Leon, acto principal de la noche. Los fanáticos de este grupo familiar de ascendencia rural y redneck estadounidense gozaron desde “Molly’s Chamber” hasta “Black Thumbnail”, entre “Taper Jean Girl” y “Knocked Up”. Los que no iban específicamente a su encuentro, eso sí, acabaron obligándose a hacer valer el precio pagado por la entrada viendo a los Followill desplegar un mapita así de chiquito donde se concentra toda su geolocalización sonora: un rock habitual, normal, tradicional, lineal, con ambiciones de estadio y emociones de cajita musical.

Al término de ese bloque, ocurrió otra constricción del concepto festivalero: esta edición albergó a un DJ menos ducho en el pase de bandeja a bandeja que en la operación de perillas y sutiles himnos bailables. James Murphy, que en el verano de 2011 incendió Groove con LCD Soundsystem, actuó ante centenares de personas (habrán pasado unas 15 mil durante toda la jornada) ofreciendo un set de intervenciones house sobre matrices pop y étnicas. Murphy brindó un rato muy divertido, hasta que se notó que su propuesta no ponía tercera nunca. De a poco, quizás agotados por las diez horas de festival, tal vez con la certeza de ya haber picado lo suficiente, los residentes fueron dejando el predio y, en el camino, algún prejuicio perdido.

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