Cuando cantan es imposible identificar quién es quién. Isabel Castillo, Carolina Cohen y Andrea Cohen funcionan como una sola voz. Una voz, dividida en tres matices sobrios, muy sutiles, que se enfrenta a una profunda diversidad de ritmos y géneros latinoamericanos, y sale luciendo. De Tal Palo –así se llama el trío– hechiza. “Desde un principio, la idea fue dar a conocer la música latinoamericana que es nuestra, pero que muchas veces no pasa las fronteras: por ejemplo, acá no llega mucha música de Colombia o de México, salvo que sean las típicas cumbias o los típicos boleros, ¿no? La idea fue, humildemente, dar a conocer nuestra cultura”, enfatiza Isabel y la prueba está en los hechos: los dos discos que llevan registrados del origen a la fecha –De Tal Palo (2005) y La luna está roja (2008)– portan un repertorio de patria extensa que, sin pompa instrumental y centrado en finos arreglos corales en bloque, abarca sayas bolivianas, yumbos ecuatorianos, joropos venezolanos, milongas argentinas y festejos peruanos. “Tratamos de mantener la esencia de cada estilo, algo que no es nada fácil... es complejo pero, dentro de lo que nos da el cuero y tratando de mantener las raíces a full, le ponemos nuestra cuota detalpalística, nuestro Bach”, profundiza Carolina, también cultora del cajón peruano.

–¿Qué sería la cuota “detalpalística”?

Andrea Cohen: –El resultado de un montón de influencias individuales y grupales: el jazz, la música clásica, el rock, el gospel..

Carolina Cohen: –Sí, de matarnos tanto con Rubén Blades como con Debussy; con Bach como con Raúl Carnota.

Isabel Castillo: –Y el Dúo Salteño, Violeta Parra, Aca Seca, Víctor Jara, Mercedes, en fin...

El trío, que se extiende a cuarteto por la intervención de Ricardo Martínez (puesta en escena y producción), suena como un bloque coral sólido, en el que la construcción estética funciona horizontal, se pierde en un todo interno. Ninguna compone, pero los arreglos –de por sí– aportan una personalidad estética singular. De Tal Palo no adapta repertorios, los reforma, los traduce a su impronta. “Diría que el grupo es como una especie de batidora en la que metemos todo lo que se nos va ocurriendo y, cuando la prendemos, jugamos con mucha libertad. Yo tengo mucha experiencia con grupos corales y veo que realmente hemos logrado pasar ciertos pruritos... tenemos más claro el objetivo e incluso a veces descuidamos las formas (risas)... es difícil, todos queremos ser primeras voces, pero acá se decide la primera voz y el resto acompaña”, señala Isabel. “Y la evolución ¿no? –tercia Andrea–, porque la idea en el primer disco fue sacarnos el gustito por esta cosa nueva de la música latinoamericana que nos estaba pasando. Fue un descubrir distintos temas que fuimos arreglando y volcando todo ahí.”

–Y se consolidó en La luna roja...

C. C.: –Sí, ahondamos en esos ritmos. Tal vez se repiten las regiones musicales pero fuimos eligiendo con la ambición de decir un poco más. A diferencia del primero, fueron más arreglos propios que adaptaciones... marcar una característica propia, por ejemplo, que es algo bien detalpalístico. Jugamos mucho, porque las tres tenemos timbres parecidos y no estamos siempre diciendo que la de arriba siempre es la de arriba, la del medio, la del medio y la de abajo, la de abajo... jugamos, ¡volvemos locos a los sonidistas! (risas), y hasta nos confundimos las voces entre nosotras.

A. C.: –Ahora, para el tercer disco, estamos perfilando una idea de concepto, que los temas vayan unidos unos a otros, porque se está perdiendo esta cosa del disco ¿no?, ya es un tema en Mp3, suelto, y nosotros queremos mantener una estética como conjunto, que los diez temas tengan algo en común. Musicalmente va a sonar casi lo mismo... apenas jugamos con ciertos detalles expresivos, pero el meollo sigue estando en la búsqueda de la energía, la fuerza y la pasión en el que escucha... que le pasen cosas, acá está el punto.