MUSICA › ILLYA KURYAKI & THE VALDERRAMAS Y MOLOTOV, RESPONSABLES DEL CIERRE DEL PERSONAL FEST
Los mexicanos movieron a la multitud con himnos que son gritos de guerra; Dante Spinetta y Emmanuel Horvilleur brillaron al comando de una banda demoledora. Por las dos fechas en GEBA pasaron 45 mil personas y algunas propuestas interesantes.
› Por Luis Paz
“Somos indios latinos con guitarra eléctrica”, definió alguna vez el músico Pity Alvarez. Es cierto, luego escribió aberraciones tipo “los chicos se van a la escuela, las nenas pasan en pollera y yo las imagino contra la pared” y borró con el codo. No obstante, aquel pasaje encumbró una certeza no dicha a menudo: que al tocar rock no es fácil obviar la genética artística de la región; y, más importante aún, que ni siquiera es necesario hacerlo, porque el rock también funciona como dispositivo vindicador y resistente. En cada filo de éstos se ubican Molotov, los mexicanos que piden el retorno del poder a la gente, e Illya Kuryaki and the Valderramas, el reunido grupo local que sostuvo un modelo de fantasías juveniles (entre porno latino, películas de artes marciales de bajo presupuesto y el Impenetrable del Chaco) ante y dentro del avance de MTV y su ulterior confusión de la cultura adolescente como un abigarrado conjunto de fiestitas de 15, deseos de autos caros y tangas en colores flúo. Entre ambos alegraron (bastante) y corrompieron (un tanto) el cierre del Personal Fest, el encuentro que entre el sábado y ayer reunió a 45 mil personas en el club porteño GEBA.
A diferencia de lo ocurrido en la primera jornada, cuando la no muy cumplida asistencia permitió deambular cómodamente, probando juegos que entregaban remeras por premio, entretenimientos que no brindaban ni entretenimiento y pebetes en papel film con el queso blando y el jamón transpirado, el domingo el tráfico se volvió menos casual. Todos esos (cuántos son) encaran al fondo, al tercer escenario, para ver a Dread Mar I, el fenómeno del año pasado. Lo hacen apurados porque, en verdad, el cantante iba a actuar a las 20.20 pero su show se adelantó con viveza criolla: al mismo tiempo permitió que no se superpusiera con el de S.O.J.A, la última gran cosa jamaiquina (aunque lucía igual de yanqui que los Dirty Projectors), y que el local pudiera subirse a cantar con ellos.
Esto pospuso a Gustavo Cordera para el cierre del tablado por el que pasaron también bandas emergentes, entre las que se destacaron Timaias y Nairobi. El ex Bersuit llegó a su concierto con un segundo disco con La Caravana Mágica (tercero luego de su salida del grupo) y una banda que en vivo suena muy bien: se nota el goce honesto de estos músicos al empuñar una acústica o un raspador. Más o menos para esa hora, uno de los escenarios principales mellizos cobijaba a los Dirty Projectors, uno de los ensambles más ponderados entre los artistas nuevos del norte profundo. El despliegue experimental de la pequeña orquesta se combinó mediante un cantoral pop, que solidificó aquí a toda una escena de artistas que encaran el rock desde el tapiz de cámara y el espíritu colaborativo.
Entre S.O.J.A y Dread Mar I se apilaron después los reconocimientos formales al avance del reggae como una música joven, en una curva ascendente que, si bien crece ahora de manera más reposada, no parece haber alcanzado aún su vértice en altura. El lover, tal la subcategoría del género jamaiquino que adopta un matiz romántico y melódico, tuvo su pequeña fiesta en el marco de un festival que no lo había sabido capitalizar hasta esta edición. Incluso cuando la actualidad del reggae está más cerca de una alternativa con otro patrón de bombo y redoblante a los cantantes de cursilería fácil y peinados demodé que a ponerle delay a la revolución. Asimismo, el Personal Fest 2012 sostuvo un espacio dedicado a músicos que hacen sus primeras apariciones con purpurina (Valentín y Los Volcanes, Lúdico) o mantienen una trayectoria por fuera de la norma estética y comercial; tal el caso de Lucas Martí, que de todas maneras actuó temprano en el tablado principal.
De a poco, entre grandes de mozzarella a 60 pesos y latas de bebida cola a 20, todo se fue armando para la salida de Molotov, junto a Café Tacvba el grupo más importante del rock mexicano de su generación. Aunque su raíz mestiza y latinoamericanista se asienta más en lo declamativo que en lo musical, plano en el que el combo destila más rock duro que otra cosa, Molotov igualmente rubricó un momento particular de la región. No sólo se estaba casi en sincronía con la asunción del presidente Enrique Peña Nieto. También se vibra aquello que esta bomba de energía pidió durante años en canciones como “Gimme Tha Power”, “Frijolero”, “Hit Me” o “Voto latino”: unidad, fuerza y alguna palabrota contra el imperialismo. La primera de esas piezas habilitó una suerte de himno hipnótico contra los hipócritas, tal vez algún hipo, y unas cuantas corridas de hipódromo de los potrillos que ya habían mudado para ver a los Kuryaki salir con su mejores obras. Y también con lo nuevo.
“Chaco”, estampa de resistencia federal y acceso al brillante disco de igual nombre, tuvo que verse continuada por “Ula ula”, pobre corte del nuevo disco de IKV, Chances. Igual, el álbum trae ese temón que es “Aguila amarilla”, dedicada al Flaco Spinetta por Dante y a la vez por Emmanuel Horvilleur. Fue un momento de despegue para el talento guitarrero de Spinetta Jr., que tuvo más ratos al dominio de las seis cuerdas. Recalculando, Horvilleur le brinda pleitesía a Luis Alberto también porque se trata de un retrato familiar: él es hijo de Eduardo “Dylan” Martí, amigo de Spinetta y papá también de Lucas Martí. Esto dice que IKV es la banda de los hijos de un par de compadres: propóngase a algún hijo suyo y alguno de los de su mejor amigo haciendo una banda que, de pronto, comprime altamente su momento y los fetiches de su generación. Es una gran historia, fantástica en contenido (entre samurais, geishas latinas, robots que cantan funk, el culo de Jennifer López y algún remisero del conurbano), elástica en su performance. Es que las dos bandas de IKV son buenísimas, tanto la que grabó Chances como la que tocó en GEBA. Y ellos dos también.
Entre pasos de baile marcial y descomposiciones (no musicales, sino de las otras, de las que traen esa piba que se desmaya y aquel flaco que quedó dormido en posición fetal), la vuelta de IKV al cierre de festivales porteños trae un poco de justicia y bastante diversión, si uno se entrega a sus fantasías permanentes y se deja emocionar cuando hablan más en serio. “Abismo”, por caso. Aunque estos Esopos del hip hop piran lejos si abarajan y si jaguaretean, son las geniales proyecciones las que le dan otra oportunidad a la impasse del gris cotidiano que, mientras la gente va saliendo del baile sin haberse olvidado del todo de que Fiona Apple iba a tocar y al final no vino, vuelve a irrumpir la noche porteña como una orquesta espasmódica de bocinazos y gritos de “al pan casero, pan casero”.
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