Vie 14.12.2012
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MUSICA › MADONNA TUVO FIEBRE Y ARRANCO MUY TARDE EL PRIMERO DE SUS SHOWS EN RIVER

MDNA o la reivindicación del pop como territorio propio

Ante más de 50 mil personas que abuchearon por las demoras, la diva mostró un espectáculo monumental en el que, sin embargo, pasa la mayor parte del tiempo a la defensiva y se concentra en las canciones de su último álbum.

› Por Luis Paz

En Buenos Aires, son pocas las ocasiones en las que se escuchan campanadas de iglesias entre el arrullo de la ciudad. Pero esta noche, en el Monumental, estremecen. Hay 50 mil personas atentas al tañido, como a la cruz que acaba de iluminarse y a un gran botafumeiro en el que tal vez se quema mirra. Está bien que así sea, si ha sido usada como analgésico para moribundos y el pop, territorio que Madonna viene a vindicar como suyo en su novena gira, MDNA Tour, es el campo donde frenar el paso del tiempo entra en juego. La música pop es la puesta en escena y en sonido del anclaje a la juventud; un oráculo que devuelve siempre, hasta cuando la música es actual o debutante, imágenes de un pasado ideal: el amor, la fiesta y la belleza interminables. Hace treinta años que Madonna cuida que su ancla no se despegue de la industria. No de su bajofondo, sino de su alta cumbre. La gira que la devuelve a las pampas es una nueva capa de sedimento de ese amarre. Y está comenzando aquí, dos horas más tarde de lo previsto, cuando ya los ánimos empezaban a caldearse y los abucheos por la demora amenazaban con tapar cualquier campana.

La Ciccone aún no sale a escena y ya pasaron dos minutos, pero el espectáculo marcha solo antes de hacerse añicos luego detrás de ella, de su performance y de su música. Monjes negros hacen cantos gregorianos a la Virgen María y un clamor a la Kabbalah. Van tres minutos, un par de gárgolas, otro. Cuatro minutos y la voz esa que finalmente aparece –“Oh Dios”– estallando desde un océano de espejismos Illuminati como una chica espiritual y material que, después de todo, al fin irrumpe. Es el advenimiento de la diosa pop y los fieles ven realizarse su procesión por largas filas y cuotas de tarjetas de crédito. Desde el altar, ora hasta demoler la escena y, con “Girl Gone Wild”, inaugura el primer acto de este espectáculo metafísico. Meta físico, baile y contoneo, elongación y escalones.

El sueño se desploma entre polvareda, durante un sampleo de “Material Girl” que interpone en esa canción, que abre su duodécimo disco, MDNA; y ya a los ocho minutos está planteado el eje: es el ying yang en otros órdenes, entre lo femenino y lo masculino, lo corpóreo y lo etéreo, lo artístico y lo industrial, la innovación y el gag. En resistencia coreográfica al Apocalipsis, se inmola para que todos sean salvos, al menos de la rutina. Se declara pistola sexual (“Revolver”) y post menopáusica hace que a todos estos les suban calores. O se dice una perra imposible de manejar (“Gang Bang”). Por menos que parezca pesarle sobre el escenario, Madonna es una mujer de 54 años, sinónimo de belleza y luminosidad estelar. Al igual que otra mujer de 54 años que haya sido referente de aguante y acumulado traspiés, precisa sentirse necesaria, útil y amada. Como esas madres con hijos crecidos que cocinan el gran banquete de las navidades aunque las nueras aporten ensalada rusa, peceto o lengua a la vinagreta, brinda esta panzada que es su show, y del que no tiene pensado lavar platos.

Ahora con metralleta, antes con pistola, dispara dardos de amor, unidad y respeto desde una pieza coronada por otra cruz, mientras resiste el ataque de secuestradores que irrumpen en “el Motel del Paraíso”. En “Papa Don’t Preach” reclama la potestad del casamiento juvenil, pero en “Hung Up” se da cuenta de que el tiempo es lento, entre mantras, autotune y la constante intromisión del playback que ella acuñó. Entonces cuál es la verdad: ¿atenerse a los tiempos de la pasión u ordenarse en los de la razón? Es ese mismo el yugo de Madonna, una cerebral y panóptica productora, empresaria y compositora; o una pálida rubia que detona a sus adversarios. La bipolar dominatrix del pop manso.

En “I Don’t Give A”, otra de MDNA, interpela a una madre divorciada que usa Twitter y wi-fi, y aunque no se entienda la necesidad de esos elementos en una canción de resistencia al fracaso de la vida conyugal, es una ágil culminación para el primer acto, titulado “Transgresión”, que trae a las pantallas a Nicki Minaj, que participa en esa canción en el disco. Lástima que hayan saltado las pistas grabadas... Primer interludio, video decorado decontorsión en vivo por una compañía que a esta altura ya muestra más gracia que impacto, algo reservado para las pantallas y efectos visuales. A media hora de comenzado el concierto, el aspecto musical es permanentemente opacado por esos elementos; iglesia en llamas y sacrificio humano de por medio. Lo que también tiene que ver con la escasa recurrencia a sus grandes éxitos, algunos incluidos en porciones minúsculas entre las novedades, otros directamente obviados (“Like a Virgin”, “Frozen”).

El segundo cuarto arranca con mayor agresividad: Madonna encara “Express Yourself” y dispone dentro parte de “Born This Way”, de Lady Gaga, para demostrar el ¿plagio? de la presumida nueva Madonna. “Empezó a vestirse como yo y a hablar como yo, ¡me desencajó!”, canta la mayor al final de esa demostración y como parte del ligado “She’s Not Me”, aunque también como declaración. A esta altura, Madonna abandonó el catsuit negro y se enfundó en un uniforme de banda escolar, esos bien yanquis como ella, expresión del imperialismo cultural estadounidense de los ‘80 amparado en un mensaje musical global. “Give Me All Your Luvin’” (con tamborileros suspendidos del techo) rubrica su reclamo al mundo, que agradece con un videomontaje que compila hitos de su carrera reciente, como “Ray of Light” o “Music”.

Es algo breve para seguir con lo nuevo: “Turn Up The Radio” y el concepto de picada musical que la diva incorporó a su obra, al añadir electrónica europea, r&b, rap y algún intento de tono étnico; la misma guitarra, el mismo gesto de pedir palmas. “Es bueno estar de vuelta, ¿están listos?”, suelta la diva. En cuanto a un diferencial en un show, Madonna lo hace mejor cuando se enfrasca en su relato que cuando interactúa con el público, que pasó de los abucheos por la demora a devolverle aplausos y gritos ante cada movimiento. Hay mucho humo, muchas luces, mucho de todo; es una puesta dantesca, tan de esta época, que recién para este momento la banda se ubica bajo los reflectores. “Open Your Heart” y “Masterpiece”, con el trío vasco Kalakan y un segmento instrumental ampliado, cierran este acto segundo del concierto, que lleva el título “Profecía”, con Madonna de vestido largo y boina. Entonces la diva explica que la demora se debió a que no se sentía bien y a que tiene fiebre. Y dice que necesita ayuda de la gente para cantar. “Porque me aman”, suelta, y, claro todos responden que sí. ¿Se quiebra la “chica material”? Hay lágrimas en sus ojos cuando canta que “nada es indestructible”.

Huye ahora en el video que separa los segmentos, como huyó permanentemente de las estéticas y los símbolos (el corpiño-canilla, por caso), para encarar la tercera parte. Si primero se basó en una adolescente etapa de transgresión y luego paseó por la planificación profética de la vida adulta, se entrega ahora a la lucha entre el querer y el deber ser (madre, puta, virgen, estrella, vagabunda) de la mediana edad. Reafirma entonces su amor (“Justify My Love”), discute la moda, gran elemento de lo suyo (“Vogue”) y se decide por el kiosco de la vida, ese “Candy Shop” donde hay golosinas eróticas lo mismo que barritas de cereal con yogur. Es otra cruz para esta catedral que es su show, aunque este caso representa un cruce: “Masculino/Femenino” se titula este acto y la intersección de todo con todo se vibra aquí, donde el campo de juego se pisa con botas y plataformas y no botines.

Comprender la esencia, algo que intentó en “Human Nature”, la habilita con su pantalón de vestir de cintura alta, su camisa y su corbata, a asistir a la gala de la vida, ese momento al que se llega tras tanto andar por ahí yirando, tratando de recaudar la suficiente información y experiencia como para saber que, al fin de cuentas, si no se la pasa bien, de nada sirve. Entonces Madonna se queda mostrando el culo en bombachón y medias, con un tatuaje que dice “Eva” en la espalda. “Es jodido cantar cuando tenés el corazón roto, pero más con el zapato roto”, dice luego. “Y ahora que las mujeres sean libres y tengan coraje para luchar”. Es el preludio de “Don’t Cry for Me Argentina”, en la que vuelven a aparecer lágrimas en los ojos de la diva. “Love Spent” cierra el bloque.

Al cierre de esta edición comenzaba la última parte con un video que pone imágenes metamórficas de Madonna al servicio de “Nobody Knows Me”, gran declaración de la distancia entre fantasía y realidad, pero tan poco sólida a la luz del pedido de la diva de que, tras bambalinas, nadie la mire a los ojos. Algo de ese mismo contrasentido se construye con “I’m a Sinner” y “I’m Addicted”, las ficciones sobre el lado oscuro que la diva seguramente encarará, de acuerdo a lo que sucedió en el resto de la gira, ya llegando al final de todo pero no por eso al fondo de algo. Es que si bien el espectáculo es monumental, toda esta última galería de canciones da cuenta de que Louise Veronica Ciccone ha pasado largo tiempo a la defensiva, explicando las decisiones como una loba feroz que, sin embargo, no termina de ajusticiar a nadie. Esto es pop, pop para divertirse y bailar; y Madonna quiere gustar y ser gustada, sentirse deseada, bailar y bailar. Haber cambiado la lógica de la industria y haber hecho de artista puente entre dos eras de la música juvenil debería ser suficiente para que pueda vivir su plegaria en paz. Después de eso, lo que quedará será entregarse a “Celebration” y, con túnica cyber punk o vestido de fiesta, hacerle caso: “Si te hace sentir bien, te digo... hacelo”. Incluso cuando las elecciones musicales, al final el soporte de todo esto, no son las más esperadas.

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