MUSICA › EL CORO CHELAALAPI EN BUENOS AIRES
› Por Cristian Vitale
La imagen y el audio impactan. Son 12 personas sentadas en círculo que no se matan por transmitir algo, ni siquiera se interrumpen. Mandan el silencio y la introspección, cuando la idea era que el coro toba Chelaalapi difundiera qué está haciendo aquí, en Buenos Aires, a más de mil kilómetros del Chaco. Con infinita paciencia se van presentando. Primero dicen su nombre en castellano, después en guaycurú; luego, la edad. Zulma acusa 34 años y su nombre original representa a la flor del algarrobo; Juan, de 56, es dueño del monte; Enriqueta, de 53, mujer del mediodía. Y así. Pero el más genuino dignatario de la cosmogonía qom es Florencio Ibáñez, el compositor. Tiene una mirada rústica e imperturbable. No habla castellano, es analfabeto y nació hace más o menos 70 años en medio del monte. Es, junto a la abuela Zunilda y Rosalía, el único integrante sobreviviente del colectivo parido hace 44 años de las tolderías de Resistencia con el objeto de conservar y difundir la cultura de una de las etnias más castigadas de la patria indígena.
Fue su magia ancestral la que Tonolec, el dúo de música electrónica que integran Diego Pérez y Charo Bogarín, abrazó para fundir dos músicas que, a priori, parecían incompatibles. “La cultura blanca está escuchando la música que realizamos. Estamos contentos, porque nos aceptan”, dice Ibáñez a través de su intérprete. El coro llegó a Buenos Aires luego de una ardua y desgastante gestión de Charo y Diego. La cita principal fue en la Casa del Chaco. “La primera vez que vinimos –evoca Juan, otro integrante– se nos cayó la ciudad encima. No podíamos creer la cantidad de autos y camiones que había... Para cruzar la calle teníamos que hacerlo con un guía y atarnos entre todos con una soga. Yo no viviría acá.”
Chelaalapi quiere decir “banda de zorzales” y, en la cosmogonía qom, implica “cantar y bailar” para atrapar al público. Florencio lleva compuestos más de cien temas y todos generan ese efecto hipnótico que captó Tonolec –nombre que obedece al ave adorada por los tobas– para mixturar con sus sonidos ambient. Todas las piezas, por supuesto instrumentales, refieren a la naturaleza: Qapa’Apolec, al pájaro del monte; Norec, al fuego; y Malagaic, a la lagartija, por mencionar algunos de los temas que pueblan el disco Chigioyi. Además de la difusión de su música, el coro tiene actividad todo el año. Cuenta la abuela Zunilda que brindan talleres de cerámica, cestería y arcilla a los colegios, y que la relación con el resto de la comunidad es muy fluida.
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