MUSICA › ANDRéS LINETZKY HABLA DEL NUEVO DISCO DE VALE TANGO
El pianista y compositor, arraigado en la tradición, esta vez se soltó un poco. “Dejé fluir lo que salía y, como yo no soy un vanguardista, salió algo más bien sencillo, accesible, agradable. No me interesa hacer música para sorprender”, afirma.
› Por Cristian Vitale
“Al tango le está faltando un guiño con la gente.” Estaba Andrés Linetzky, experimentado pianista argentino de tango, cómodamente adormecido en el living de su casa cuando un llamado –pongamos–, además de despertarlo en sí, le despertó el objetivo: hurgar en ese guiño. Stefan Winter, alemán, productor musical estrella que tiene en su equipo a Uri Caine y John McLaughlin, entre muchos otros, le ofrecía el oro y el moro: llevar a él y al resto de su grupo (Vale Tango) a Bordeaux, pagarles toda la estadía más un cachet por grabar un disco y hacer de éste lo que se les ocurra.
–Dijimos no, claro, vamos a pensarlo (risas).
Por supuesto que fue un sí grande como el Río de la Plata. Y el resultado dio un disco bisagra para la historia de Vale Tango –llamado Las huellas en el mar– que el septeto presentará este viernes 5 de abril en Café Vinilo (Gorriti 3780) y el sábado 13 de abril en el Centro Cultural Orlando Goñi (Cochabamba 2536). En contraposición con anteriores producciones (Danza maligna y sus clásicos vienen bien al caso), el noveno trabajo discográfico en el devenir del grupo en trece años implica casi todas composiciones de Linetzky (16 sobre 18), más la intención –el guiño– de volver a acercar el tango a las masas con el riesgo y la libertad que ello conlleva. “Hasta este disco yo curtí mucho la línea de Salgán o de Mederos, ellos fueron maestros míos y me transmitieron todo un pensamiento, una posición tradicional respecto del género. Digo, el tango tiene ciertas reglas que hay que cumplir y yo las cumplí, no creo mucho en los vanguardistas”, sostiene el pianista.
–Claro, sí, él era revolucionario y se volvió un tradicionalista, y él me inculcó mucho esta situación. Incluso hay un tema del disco (“Madera de roble”) que está dedicado a él. Además tuve la suerte de agarrar la última época de los viejos: Pepe Libertella, Julián Plaza, Emilio Balcarce, Garello, y toqué con todos ellos... Recibí mucha bajada de línea, algo que respeté hasta este disco, hasta que dije: “Me voy a olvidar de todo eso y voy a dejar que fluya. Si es tango, bien; y si no lo es, también”. Será porque tengo a Los Beatles como Dios, no sé.
Y lo que fluyó no fue exactamente tango. No lo fue, al menos según los diez mandamientos del género, pero sí a través de sus guiños y bemoles. De sus fugas. De sus posibles permisos. De sus coqueteos con el jazz o la balada. Un disco de canciones, al cabo, con aroma a tango. “Siento que esta vez no tuve respeto por nada. Dejé fluir lo que salía y, como yo no soy un vanguardista, salió algo más bien sencillo, accesible, agradable. No me interesa hacer música para sorprender”, sostiene el ex Tangata Rea.
–Pongamos que sí, porque la cuestión popular en estos años empezó a ir por otro lado, y el tango se mantuvo en su línea de buenos músicos, de música bien tocada, ¿no? Y en el medio quedó un hueco que hay que llenar. Vos no podés hacer que a la gente le guste el género si le tocás cosas difíciles, por eso las canciones de este disco son eso: canciones. La idea fue dejar que florezcan para que el género empiece a gustar a quienes no les gustaba.
–Totalmente (risas). Ariel es el tipo más exitoso del tango de hoy. Nadie te llena diez Tassos seguidos como él, ni Leopoldo Federico, ni Adriana Varela, nadie, y no sólo que los llena sino que la gente se vuelve loca. Para mí tiene que ver con su autenticidad, con su tango auténtico y puro, y eso a la larga garpa. En mi caso, con él hago el tango que me gusta, el que más fácil me sale, el tango del ’40, y ahí sí respeto todas sus leyes.
–Uy, sí, se sentaba atrás de la consola con la partitura de los arreglos, e iba siguiendo lo que tocábamos en la partitura, entonces terminábamos la toma y decía: “Compás 40, el violín desafinó. Compás 50, los bandoneones no están juntos. Va todo de nuevo”. Los alemanes son una máquina, no te dejan pasar una y no paran hasta que no sea perfecto.
–Claro, el tango debe ser desprolijo. Yo, como director del grupo, siempre les digo a los chicos que si pifiamos una nota, si desafinamos o si no vamos juntos, no me interesa; lo que sí me preocupa es que no toquemos sintiendo lo que estamos tocando. Si pasa eso, mejor no tocar ¿no? Pero lo de Winter es ambiguo porque por un lado, sí, buscaba la precisión, pero por otro era distinto el modo de grabar.
–No (risas). En realidad hay una diferencia entre las grabaciones que se hacen acá y las que se hacen allá. Acá, si te equivocás en el compás 15, “pinchás” esa parte y te queda bien, pero él trabaja como si fuera música clásica, se trabaja el tema de principio a fin y como queda, sale al disco. A todo o nada fue la cosa.
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