MUSICA › FRANZ FERDINAND, EL AGITE Y LAS MELODIAS EN EL PREDIO JUNTO AL PLANETARIO
Quizá la tercera visita no haya sido la mejor performance del cuarteto escocés que encabeza Alex Kapranos, pero de cualquier manera fueron noventa minutos de alta intensidad, largamente festejados por 20 mil personas.
› Por Luis Paz
Sobre la Avenida de Mayo y con epicentro en su intersección con Bolívar, ocurrirá desde este mediodía la jornada Buenos Aires celebra Escocia. No obstante, lo más probable es que esto ya haya ocurrido anteanoche en el predio lindante al Planetario de esta misma capital, donde la colectividad escocesa Franz Ferdinand tocó en el marco de otro capítulo del Movistar Free Music. Estuvieron las comidas típicas (arrolladitos de salchichita con salsita de mostacita en el VIP, pan relleno de cebolla a la salida general), los productos característicos del rock (camisas a cuadros, cinturones con tachas, desodorantes de baja fidelidad) y artesanías... botánicas, bueno. Hubo, lo mismo, un desfile de la colección otoño-invierno de ropa negra o verde militar y performances de danza contemporánea en la previa que animó el combo Major Lazer, encabezado por el notable productor Diplo. La única diferencia con lo que pasará hoy cerca de la Plaza de Mayo es que no hubo una batalla simulada: todo fue tranquilo, bonito y gratuito.
No hay que ser detective de Scotland Yard para identificar –aquel que los tenga presentes, claro– que Franz Ferdinand es una banda divertida. No es lo fundamental en el rock y nunca lo será, pero es algo cada vez más notable desde que las músicas jóvenes se volvieron a poner adultas, serias, autoconscientes y complacientes. Pero, además, estos archiduques de la new wave mainstream del siglo nuevo ganaron la FM y los boliches con gracia melódica y fuerza rítmica. Y a parte de la resistencia rockera mediante canciones de raíz clásica con inteligencia y frescura, justo lo que le falta al 90 por ciento de las bandas pro Beatles. Y a las chicas por su elegancia. Y a varios seguidores de Tolkien por contar entre sus filas con Bob Hardy, un bajista que parece una versión XL del hobbit Sam que fue ladero de Frodo durante la trilogía en film de El Señor de los Anillos. Lo del violero Nick McCarthy es destacado por su fineza y por su solidez, y lo del baterista Paul Thomson por ser un sólido maquinista del ritmo.
Eso es una parte de lo que es Franz Ferdinand. La otra es que se trata de una banda de renombre internacional de ésas que generan alboroto. Si no, habría que ubicar y preguntarle a la fan que se escabulló a escena desde la pasarela construida hacia adentro del público, corrió más veloz e incansable que Di María en Bolivia y fue a abrazarse al lungo cantante Alex Kapranos. Ocurrió sobre el pintoresco y logrado final de “Outsiders”, cierre de su álbum ejemplar, You could have it so much better, con los cuatro músicos atacando con ritmo bailable la batería y demostrando que desde ese instrumento y sólo ése también es posible hacer música, si ésta es la relación armónica de una melodía montada sobre un ritmo.
La escena marcó los bises, unos ochenta minutos luego de que el tercer show de Franz Ferdinand (tras actuar con U2 en River en 2006 y solos en el Luna Park en 2010, cuando ya habían hecho la del set percusivo) tuvo su inicio con “No you girls” y el instantáneo estreno “Right things! Right words! Right action!”. Es una pieza de raigambre glam en manos de una banda que abreva de Talking Heads y Wire sus claves new wave y pos punk y de Los Beatles las escaladas corales armónicas. También dejaron una estela “punk” tras sus hits: en “Do you want to” y en “Take me out” poniendo sobre los bombos en negra un fraseo ríspido con actitud de “sí, ya tocamos ésta dos mil trescientas veintidós veces, ¿y cuál hay?”.
Del concierto, igualmente, no podría decirse que fue soberbio. Tampoco sorprendente ni revulsivo. Fue un buen concierto de una banda que hace casi una década recompuso el vínculo entre el rock y el boliche con una claridad y resonancia no vista desde Blur; y que ahora sigue siendo tal vez el más fiel exponente mainstream de la new wave inmediata al punk; pero que en términos de impacto está ahora a vueltas de la pole.
Por lo demás, el sonido fue bueno (con algunos excesos en los bajos al comienzo) y el clima inmejorable para recitales al aire libre, la visibilidad del escenario correcta y el acceso y la salida ordenados. Tratándose de un evento gratuito para los asistentes (que tuvieron muchas formas de acceder, incluso aportando ropa, alimentos o artículos de limpieza para los damnificados por la inundación platense), fue algo ejemplar si se lo compara con otros grandes eventos recientes y pagos, en esos tópicos.
Claro que, en la memoria, los conciertos cobran su dimensión más que nada por la actuación de la banda (salvo en los casos contrarios de unas condiciones paupérrimas o alguna eventualidad curiosa) y, sobre todo, al reconstruirse la actitud del público. Y ésta fue tibia: ¿cuándo dejará de ser difícil dejar la extrañeza y el desconocimiento de lado para que gane el gozo sobre un beat estrenado o la sonrisa ante un estribillo mágico? Es que “Fresh strawberries” apareció inédita con mucha gracia y “The blackpool illuminati” vio la luz argentina con una energía inquietante. De cualquier modo, fue “Trees & animals”, por la doble virtud de tener algo de indomable y de aparecer entre los bises, la aplaudida con más ganas. Aunque la fundamental “The fallen” y la justiciera “Walk away” reinaron.
Así, Franz Ferdinand volvió a pasar. Hay que alegrarse de que el grupo venga a presentar cada disco, pues demuestra su estima (o que aquí las productoras pagan bien). Incluso sin que haya sido ésta su mejor visita.
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