MUSICA › KARINA BEORLEGUI Y LAS RAZONES DEL CICLO FADO-TANGO CLUB, QUE COMIENZA HOY EN EL CAFF
› Por Cristian Vitale
Karina Beorlegui recurre a la física cuántica para explicar por qué el tango y el fado forman parte –casi– de la misma cosa. Metaforiza la unión entre ambos géneros con la idea de fractal (objeto cuya estructura básica, fragmentada, se repite a diferentes escalas) y agrega un dato botánico: el de una hoja que se abre por la mitad “y a pesar de abrirse” –prosigue– “quedan rasgos parecidos en su ADN musical... me gusta esa imagen porque es lo que siento y compruebo”. Una forma más simple de explicarlo sería hablar de dos músicas que se originan en dos puertos con una impronta de sentido similar, la nostalgia, el saudade, la melancolía y los tugurios marginales. Otra, enterarse de que Amalia Rodríguez, algo así como la quintaesencia del fado, de chica cantaba tangos de Gardel. O que el mismo Zorzal solía incluir fados entre milongas, foxtrots y estilos. “La cadencia, el lamento, la nostalgia, ¿no? Son muchas las razones para unificar los géneros... muchas”, sostiene la Beorlegui, cantante, productora y organizadora del ciclo Fado-Tango Club, que se inicia hoy a las 22 en el CAFF (Sánchez de Bustamante 764) con ella y el trío de guitarras de los primos Gabino como anfitriones, más el dúo María Volonté-Kevin Carrel Footer con otra fusión de similar status: blues y tango.
Fado, blues y tango como nexo será, entonces, lo que se escuchará en la primera fecha de la quinta edición de un ciclo que ya recibió las visitas de varios cruzados de ocasión: Alfredo Piro, Ariel Ardit, Cardenal Domínguez y Hernán Lucero, en una parte del fractal, y Alma Lusa, Porto do fado y Fadeiros, en la otra, para dar cuenta de una unidad. “Si son tangueros, los hacemos hacer un cruce aunque sea con un fado en español, y si son fadistas, los hacemos cantar un tango”, resume la Beorlegui frente a un té de jengibre y un brownie de chocolate, en calidad dual de cantora y productora. “Como cantante, el fado se me coló hace más de diez años, y como productora fue un acto casi impulsivo: no encontraba ningún lugar en Buenos Aires donde escuchar fado y me propuse armarlo yo”, cuenta la artista, que a fines del año pasado también organizó el primer festival porteño de fado y tango, que contó con las presencias de Zé Perdigao y Ramón Maschio, arreglador de Mafalda Arnauth.
–¿Alguna secuencia concreta que haya disparado la idea de incorporar al fado, un género que, si bien es antiquísimo, en Buenos Aires tiene una inserción escasa?
–Sí, fue en 2008, cuando presentamos Mañana zarpa un barco en Lisboa y nos dimos cuenta de que los tangueros teníamos mucho que ver con los fadistas. En concreto, nos cruzamos con fadistas con unas ganas tremendas de saber sobre yeites de tango para incorporar a sus guitarras portuguesas, y a los primos Gabino, que ya me acompañaban, motivados por la inquietud de saber cómo se toca esa viola de doce cuerdas, porque la guitarra portuguesa es al fado lo que el bandoneón al tango.
Una tercera manera de explicar el patrón común entre ambos géneros nace de la experiencia y tiene mucho que ver con Caprichosa (2003) y Mañana zarpa un barco (2008), los dos primeros discos de Beorlegui, y algo con Puntos Cardinales, el más reciente, que, además de los primos Gabino, incorpora a Alejandro Dolina (a quien la cantante acompañó en Lo que me dejó el amor de Laura y Recordando a Alejandro Molina) como cantante y compositor de una de las piezas: “Distancia”. En Puertos Cardinales, de hecho, la Beorlegui intercala tangos (“Marioneta”, de Armando Tagini y Juan José Guichandut, y “Portero suba y diga”, de Amadori-De Labar) con un vals de Gardel (“Ausencia”) y “Lágrima”, el clásico fado de Amalia Rodríguez con música de Carlos Gonçalves. “La verdad es que en Caprichosa metí fado precisamente por capricho, pero un día vino la Tana Rinaldi y me dijo ‘Nena, esto es lo que faltaba hacer, juntar estos ritmos de los dos puertos que tanto tienen que ver’. Después, me enteré de que Amalia Rodríguez comenzó cantando temas de Gardel, desde muy chica. Cuando visité su casona de Lisboa una persona muy allegada a ella me contó que siempre cantaba ‘Cuesta abajo’ en las tertulias que se hacían allí... y ahí me di cuenta de que tan errada no estaba.”
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