Martes, 16 de abril de 2013 | Hoy
MUSICA › ENTREVISTA A EMILIO SAGI, RESPONSABLE DE LA PUESTA DE CARMEN QUE SE ESTRENA HOY EN EL TEATRO COLóN
El oviedense es uno de los directores de escena más destacados de la actualidad y fue de los preferidos de Monserrat Caballé y Plácido Domingo. Es un convencido de que su rol es el de ser “un intérprete” y su deber es recuperar el espíritu de las obras.
Por Diego Fischerman
Allí no hay intimidad. No hay lugares cerrados. No existen las escenas de interiores. En Carmen, sus personajes están condenados a ser públicos. Y tal vez no haya otra ópera en donde el lugar del pueblo esté puesto tan literalmente en escena. La salida de la fábrica de cigarros, un cuartel, un campamento, los patios de la plaza de toros, un lugar de bailes y copas. Esos son los lugares y las situaciones donde tiene lugar el drama de Don José, perdiéndose en la espera de lo que nadie le ha prometido. Allí jurará amor a quien no se lo ha pedido, lo demandará de quien no se lo ha ofrecido y acabará matando después de haberlo perdido todo.
Opera francesa por donde se la escuche –y es que tanto españolismo sólo podría deberse a la mirada de un extranjero–, la obra más conocida de Georges Bizet es, además, de una modernidad casi cinematográfica. Esa multiplicidad de significados y caracteres tiene una correspondencia sonora permanente. El coro entra en las escenas privadas, la música de la plaza de toros comenta –y resignifica– el duelo entre José y Carmen (esa otra torera). De hecho, esta ópera aun hoy permite –y provoca– las discusiones. Pocos campos resultan tan fértiles para la mirada de los directores de escena como esta relación tan cargada de ambigüedades –y de riqueza–. Carmen como mujer fatal o como víctima de un arquetipo al que no quiere adecuarse. Como materialización del pecado o de la libertad –si es que se trata de cosas distintas–.
“Es cierto que todo sucede a la vista de todos; que lo público se entremezcla con lo privado”, comenta a Página/12 Emilio Sagi, uno de los directores de escena más destacados de la actualidad y responsable de la puesta que se estrenará hoy en el Colón. “Por eso en esta nueva puesta, con (el escenógrafo) Daniel Bianco, planteamos una escena en la que, con muy pocos elementos, se pueden cerrar ámbitos; se los puede hacer más íntimos. Por ejemplo, la taberna de Lilas Pastia tiene unas puertas que se cierran hacia delante cuando ellos dos quedan solos. En la escena final entre ellos dos, que sucede en el patio de caballos, justamente cuando se van los toreros, entrando a la arena, esas puertas vuelven a cerrarse. Es como si la corrida estuviera en otro lado y ese espacio quedara, entonces, cerrado a la vista, en tanto ya no interesa. Todo lo que importa sucede entre esas dos personas. Y obviamente hay escenas que son inevitablemente colectivas, como la de la montaña, en el campamento de los contrabandistas. Los trapos sucios se los ventilan delante de todos.”
Para el director de escena, uno de los atractivos de esta ópera es que “el drama de Carmen lo comparte mucha gente, dentro mismo de la escena”. “El coro participa no sólo de una manera narrativa sino que participa en la acción. A mí me parece muy interesante ese acompañamiento que hace el coro de todo lo que sucede y esa manera en que todo el mundo está metido en la vida de ellos dos. Es como en la vida personal, donde siempre hay amigos que se meten en lo que a uno le pasa. Y hablan de ti. Y critican lo que tú haces.” Nacido en Oviedo, donde se doctoró en filosofía y letras, Sagi estudió musicología en Londres, fue director artístico del Teatro de la Zarzuela desde 1990 hasta 1999 y, de 2001 a 2005 condujo artísticamente al Teatro Real de Madrid. En 2006 recibió el Premio Lírico Teatro Campoamor a la mejor dirección de escena por El Barbero de Sevilla presentado en esa temporada en el Teatro Real y cuenta entre sus antecedentes el haber sido uno de los directores de escena preferidos de Montserrat Caballé y de Plácido Domingo. “Desde ya –dice–, el centro de esta ópera es ese inmenso personaje, casi de tragedia griega, que es ella. Carmen es ni más ni menos que una persona. No digo una mujer porque no es que esté haciendo una tesis feminista. Está más allá de eso. La ópera en sí ya es una tesis humanista acerca de la libertad. Esa palabra se repite en la partitura montones de veces. Ella, el coro, esa frase final, tan inmensamente potente, donde ella dice que nació libre y morirá libre. Y creo que por allí por donde intento plantear la historia de esa mujer que tiene su moralidad, su ética, su forma de plantear la vida y no se arredra ante nada, ni siquiera ante la navaja de Don José. Esa es la idea y, luego, simplemente lograr que esos personajes brillen lo más posible.”
Convencido de que un director de escena es “un intérprete” y de que su deber es recuperar, además de la letra, sobre todo el espíritu y los sentimientos de la obra, por sobre el tiempo –y los cambios en las modas y estilos de representación– transcurrido, Emilio Sagi no cree, sin embargo, en que los cambios de época y locación sean imprescindibles. “Muchas veces, muchas de las cosas que se hacen en los escenarios son absolutamente innecesarios. En este caso, sin embargo, quise ambientar la historia en la posguerra franquista. No me interesaba en particular la cuestión política pero sí ese clima miserable, muy austero, para que los personajes se destacaran más. Sólo ese fondo paupérrimo, un poco cutre, para que la figura de los protagonistas brillara más.”
Para él, la tensión entre los personajes se produce por “el encuentro entre dos formas de vivir totalmente diferentes; la manera absolutamente dionisíaca de ella y la manera totalmente burguesa de él, cuyo destino seguramente era casarse con una señorita como Micaela, con la que tendría muchos hijitos mientras ascendía en la carrera militar y una casita con cortinitas. Pero claro, se encuentra con Carmen, con ese espíritu caótico, libre, y ahí ocurre lo que ocurre. Son concepciones de la vida totalmente distintas. Ellos no deberían encontrarse nunca, pero la cuestión es no sólo que sí se encuentran, sino que todo eso que para José es casi el abismo, al mismo tiempo lo atrae de manera feroz. Y el otro conflicto es que ella siempre quiere más. Que él ha guardado la flor y que la huele por las noches, pero ella le dice que eso no es nada, que si la quisiera realmente se iría con ella a la montaña, con los contrabandistas. Es el encuentro entre dos mundos. Y es muy genial el final, que esa historia se contrapuntee con lo que está pasando en la plaza de toros. En ambas partes se enfrenta el domesticador, que acabará siendo el asesino, con lo salvaje, con lo que no puede ser dominado”.
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