Cuando termina la andanada, y un Gran Rex repleto y desmadejado por el fervor se rinde a los pies del escenario, ya no quedan dudas: en la noche del 19 de abril, una banda llamada Estelares demostró pertenecer al selecto club de quienes hablan, cantan, interpretan la lengua popular. Las últimas doce canciones de la generosa lista con la que el grupo celebró sus “casi veinte” años de existencia llevan a que todos abandonen la butaca y el coro sea permanente; de “Moneda corriente” a “Un día perfecto”, el grupo da cuenta de los grandes títulos que, con naturalidad, ha ido acumulando a través de discos como Ardimos, Sistema Nervioso Central, Una temporada en el amor y El costado izquierdo. El teatro de avenida Corrientes, ideal para escuchar música en vivo como se debe, es una fiesta. Una postal que estos músicos se merecen desde hace rato, por prepotencia de trabajo y melodías, por la nobleza y el corazón puestos en el veterano arte de la canción.

En esta etapa de su carrera, Estelares tiene su núcleo impulsor en Manuel Moretti, principal compositor, cada vez más ocasional guitarrista y cada vez más aplomado frontman y cantante; Víctor “Torio” Bertamoni, un violero afiladísimo, tan capaz de entregarse a la fiereza rockera como a la sutileza melódica; y Pablo Silvera, el bajista-muro que acomoda las notas justas para el delicado entramado armónico de la banda. Con el ya-no-tan-nuevo baterista Javier Miranda, el trío convidó a la fiesta a otros dos guitarristas (Sebastián Escofet en acústica, Guillermo Harrington en eléctrica), al tecladista Eduardo Minervino, a un coro de lujo con los Super Ratones y al cuarteto de cuerdas de Alejandro Terán. Y con semejante plantel ampliado, desde la apertura de “Eléctricos duendes” quedó claro que no se iba a amontonar instrumentos e intervenciones porque sí, sino que cada canción sumaría matices y profundidades.

Y si hay algo que el grupo tiene en abundancia son canciones para darle forma a dos horas quince de show altamente alimenticias. Tan antiguas como “20 de noviembre” (del debut Extraño lugar) o semiocultas como “Camas separadas” (una suerte de tangocaster que cerraba Amantes suicidas), tan emocionantes como “Máscaras”, “Julia” o ese tremendo uno-dos que supuso “Playa Unión” y “Un viaje a Irlanda” (que propició un dueto inolvidable de Moretti y Palo Pandolfo), épicas como “Aleluya”, “200 monos”, “Cristal” y “El corazón sobre todo”, tan significativas como el doblete sobre los años ’90 de “Tanta gente” y “Superacción” o “Campanas” (“La esperanza es una invención moral / es la única defensa ante la verdad / que es siniestra y fatal”), arrasadoras como “De la Hoya” (con Juanchi Baleiron y Bertamoni sacándose chispas en sus solos cruzados) y “Rimbaud”... como si nada, la banda de Junín / La Plata entrega estrofas y estribillos que ya forman parte de la vida de esa gente que llena el Gran Rex y no quiere que el festejo termine. Y para cuando, ya en los bises, Ale Sergi suma su voz a “Un show” las gargantas están enrojecidas de tanto cantar.

Es una apreciación periodística y objetiva, pero también subjetivamente personal: emociona dar testimonio de este momento de Estelares, que la remó en el under platense, la remó en Buenos Aires, editó el consagratorio Ardimos cuando lo que ardía era la Argentina y nadie andaba pensando en comprar discos, y ahora pudo disfrutar su propia noche de gloria en un escenario de grandes noches. Triunfo para sus canciones sensibles y elegantes. Triunfo que es, también, el de quienes se dejan atravesar por ellas.