Mié 24.04.2013
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MUSICA › FALSOS PROFETAS PRESENTAN SU QUINTO áLBUM, NUEVAS FORMAS DE BAILAR

Construir después del desencanto

“Hay algo de tanguero en Bob Dylan”, dice Martín Elizalde, cantante y compositor de este quinteto de canciones rockeras pero bien porteñas, siempre al filo de la emoción. Mañana a las 21 cerrarán un ciclo de shows en Ultra Bar.

› Por Javier Aguirre

Sus diecisiete años de carrera deberían ser, en sí, una presentación. Es el tiempo que llevan los Falsos Profetas zurciendo con canciones, más que con puntadas, los vacíos que unen las telas del rock y del tango. La ciudad, los amores que no esperan finales felices y la obsesión por los nuevos comienzos han hilado una obra consistente, bien porteña y siempre al filo de la emoción, que ya tiene cinco discos, el último de los cuales, Nuevas formas de bailar, cierra su ciclo de presentación mañana a las 21, en Ultra Bar, San Martín 678. El cuarteto ahora es quinteto. El bandoneonista Alejandro Montaldo se ha sumado como miembro estable al plantel que conforman el guitarrista Agustín Goldenhorn, el bajista Nicolás Barderi, el baterista Mariano Re y el cantante y compositor Martín Elizalde, quien habla con Página/12 de la “adultez inmadura” de los Falsos Profetas mientras prepara su primera novela, de edición prevista para la segunda mitad del año, que escribió en tres meses, pero cuya corrección le demandó cinco años.

–Ustedes provienen de la escena rock, tienen sonido de rock, formación rockera y, rítmicamente, aunque acaban de sumar al bandoneón, tienen mucho más de banda de rock que de “orquesta de tango joven”... ¿Dónde diría que reside, exactamente, el lado tanguero de los Falsos Profetas?

–En mi adolescencia escuchaba mucho tango, discos de mi viejo, la poesía del tango me gustaba mucho: Homero Manzi, Celedonio Flores, las décadas del ’40 o del ’50, las letras, la manera de decirlas, de cantarlas. Y no eran cantores ignotos: Goyeneche, Rivero, Gardel, Adriana Varela. Al escribir canciones he tratado de volver a esos paisajes. Creo que hay algo tanguero en Bob Dylan, ese fraseo con métrica rara. Ahí, en esa mezcla, en advertir nuevas formas de cantar y de contar, es donde me he encontrado. Más de una vez Nicolás (Barderi) o Agustín (Goldenhorn) me han dicho “eh, hacé canciones que podamos cantar en un fogón, que se puedan cantar cuando agarrás la viola”. Me di cuenta de que a esa cosa verborrágica, de decir mucho en poco espacio, la encontrás en las métricas y fraseos del tango. Arremeter, en un compás, con todas las palabras que callaste en el compás anterior. Es interesante que, en la batea, el rock ofrezca algo parecido con el tango.

–¿Hay en las canciones de Falsos Profetas algo de cuento, como si fueran pequeñas unidades narrativas?

–Diría que son, aunque suene ambicioso, pequeños ensayos. Historias con principio y final que se cuentan y se cantan, que usan al amor como excusa para contar algo más. Es que todas las historias de amor pueden terminar, básicamente, de dos o tres maneras. El tema está en las infinitas formas de contarlas, las infinitas formas de las relaciones interpersonales, que es uno de los grandes problemas de la sociedad: cómo llevarnos entre nosotros. Así como Lennon hablaba de que “el sueño terminó”, nuestras canciones suelen partir del desencanto y del despecho, pero con fuerza y energía, con el desafío de qué construir una vez que nos sacamos la venda de los ojos.

–Además de ese clima de final del amor, está claro que el escenario ideal para ustedes es la ciudad: no se los puede asociar a un picnic campestre al sol...

–Somos una banda urbana, de salir a la calle a la mañana y ver las veredas recién baldeadas. Llegué a Falsos Profetas con Dylan, Tom Waits, el tango y el Andrés Calamaro de Nadie sale vivo de aquí, mientras que Agustín y Nicolás venían como del rock inglés. Confieso que me tocó descubrir a Los Beatles cuando cumplí los 30. Nunca los había desmenuzado. Todo el rock que conocía eran influencias de influencias, y haber llegado a Los Beatles me abrió todo un mundo sonoro y compositivo, una escuela. Nunca es tarde. Mi próximo desafío son los Rolling Stones (risas).

–En Nuevas formas de bailar participan invitados como Palo Pandolfo y Manuel Moretti, de Estelares. ¿Se sienten herederos del formato de canción rockera?

–Me gustan los artistas que se esmeran para explotar al máximo ese espacio de la canción que son las letras. La voz no es un instrumento más: es el mensaje, y es una responsabilidad ocupar ese espacio con algo digno, no en términos de calidad, sino de haberle dedicado, al menos, unos minutos. Que Palo Pandolfo haya aceptado nuestra invitación es el cierre de un círculo que empezó cuando escuché Espiritango –el disco de Los Visitantes, de 1994–, que me enseñó que el rock y el tango son universos compatibles. Es un disco fundacional, que hizo surgir a varias bandas. Haber tenido a Palo de invitado, así como a los Estelares, fue como jugar a nuestro Traveling Wilburys criollo.

–Desde la aparición de su primer álbum, en 2001, hasta hoy, han cambiado muchas cosas para el circuito de las bandas, como la virtual extinción del formato disco. ¿Cómo han recibido ustedes esos cambios?

–Tenemos la desgracia y la bendición de estar en una etapa bisagra. Se termina una era y empieza otra que no se sabe adónde va. El camino es producir los mejores discos, escribir las mejores canciones y grabarlas lo mejor posible. Así como la tecnología hace que no se vendan discos, también ayuda mucho a la hora de grabarlos. Son muchos cambios, pero es la única realidad que conocimos como músicos. Debe ser más difícil para una banda que arrancó antes, que vivió esa otra realidad de irse a grabar discos a Estados Unidos... Las bandas de nuestra generación nacieron en esta realidad cambiante y que anula a todo aquel que crea en el concepto de estrella de rock. Si antes ya era una idiotez, ahora es más idiota que nunca. Hay que tener paciencia y disfrutar del camino. Me pone contento saber que nosotros encontramos una voz. Ese es el desafío más importante.

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