MUSICA › ANDRéS CALAMARO INICIó SU BOHEMIO TOUR EN VILLA MARíA, CóRDOBA
Ante unos ocho mil fans, el músico tocó unas 30 canciones; más de dos horas y media de música sostenidas sobre la base de melodías imbatibles y una nueva banda que es cosa seria. Recorrió muchos de sus mejores temas, desde “Media Verónica” hasta “Estadio Azteca”.
› Por Santiago Rial Ungaro
Desde Villa María
Dicen que, en las corridas de toros, cuando un animal torea de manera excepcional el torero puede, a modo de homenaje, pedir un indulto y perdonarle la vida. Este sábado pasado, en Villa María, Córdoba, se dio el verdadero inicio del Bohemio Tour, donde don Andrés Calamaro hizo las veces de toro y de torero. Víctima y al mismo tiempo héroe de sus canciones, el ex Los Abuelos de la Nada tocó 30 canciones, más de dos horas y media de música, que mostraron que no sólo del Twitter vive el hombre. Y es que si Calamaro emociona más que la mayoría es porque, en definitiva, él mismo se autoinmola y se deja redimir en sus canciones como un animal humano expiatorio. “Yo no entiendo cómo hago para seguir renovando el público... ¡Siguen teniendo 18 años! Creo que hay gente en el público que ni siquiera conoce a Los Rodríguez”, comentó alegremente después del show. Y es que aunque no brindó casi entrevistas, Andrés invitó a los enviados de la prensa gráfica a compartir el catering después del show, antes de enterarse de que peleaba Mayweather y salir raudamente hacia el hotel, tratando de lidiar con una adrenalina de aquéllas, de esas que no se van así nomás.
Con las guitarras de Baltasar Comotto (“prestado” por el Indio Solari, ya que el hombre siempre tuvo sus códigos) y Julián Kanowsky (que alternó su maestría con el slide con los inspirados solos de Comotto) al frente, y con la tremenda base de Mariano Domínguez (bajo) y Sergio Verdinelli (batería) apoyando todo, su nueva banda demostró ser una cosa seria. En apenas un par de meses de ensayo lograron que El Salmón recorriera muchas de sus mejores melodías (“Media Verónica”, “Mi enfermedad”, “Estadio Azteca” o “Loco”) y que se animara con encendidas versiones de “Canal 69”, “Sin documentos”, “Para no olvidar” y “A los ojos”, todas de Los Rodríguez.
Su decisión de incorporar a Germán Wiedener en teclados fue providencial. Con su viejo teclado Leslie a pedal y tomando incluso por momentos el rol de director musical de una banda rockerísima pero contenida, Wiedener le permitió a Andrés empezar el concierto concentrado en tocar el piano (que arrancó con una desgarradora versión de “Tuyo siempre”) y luego ir soltándose a medida que la banda y el público iban levantando temperatura. Provocador en algunos momentos (“Yo si fuera una mujer cordobesa creo que elegiría un novio porteño”, dijo pinchando a la audiencia para pedir disculpas a los 30 segundos), didáctico por otros (antes de presentar “Mi bandera”, compuesto junto a Nebbia, recordó que el Polaco Goyeneche pasaba diariamente en sus épocas de colectivero por enfrente de Melopea, los estudios de Ne-bbia en Colegiales donde el tanguero terminó grabando sus últimos discos), lo de Calamaro fue “maradoniano”. Andrés sabe que desde su inicios en los ’80 hasta hoy sus canciones le pueden dar muchas formas distintas, pero la esencia, la canción, es siempre la misma. Y a esta altura, su público (que conforma diferentes capas geológicas de fans, según las generaciones) también lo tiene claro.
Después de la excesiva trascendencia que tuvo durante este año su honestidad brutal virtual (inversamente proporcional al interés por sus fascinantes Mush Ups) el Andrés Calamaro de carne y hueso que se vio en Villa María resultó ser un hombre entero y generoso, con memoria, orgullo diamantino y ganas de seguir yendo siempre a más, cueste lo que cueste. Y es que está claro que a esta altura de su vida Andrés se ve a sí mismo como un rockero de raza, pero también como un auténtico torero: sus gestos, saludando y recibiendo el cariño de la gente así lo indican. Y no es para menos. Y es que si el Salmón puede improvisar libremente sobre sus canciones, cambiando incluso las melodías a lo Dylan, es porque hoy por hoy cuenta con un coro espontáneo de miles y miles de personas alrededor del país que saben sus canciones de memoria y de corazón. En la Villa, con paro de micros y todo, llegaron a los 8000. Haga lo que haga, Andrés a esta altura es parte de esa pseudorreligión que es el rock nacional. Y sus contradicciones, berrinches o caprichos a esta altura parecen confundir más a los demás que a él mismo: “¡Gloria y Honor a Litto y a Pappo, el espíritu santo del rock!”, declamó recordando a Los Gatos antes de tocar “Mal en mí” (tema compuesto junto al Carpo), en una de las tantas espontáneas explosiones de entusiasmo de un show excesivo, melancólico y eufórico, tierno y furioso. Para no olvidar.
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