MUSICA › ALEKO Y FRANCESCA DE RIMINI EN EL TEATRO COLóN
Las dos óperas de Sergei Rachmaninov tienen, más allá de las debilidades de sus libretos, momentos musicales extraordinarios. Habrá nuevas funciones mañana, el domingo y el martes próximo.
› Por Diego Fischerman
El tema en ambas es casi el mismo. Y remite, además, al de buena parte de la historia de la ópera y, en particular, por la sordidez de la primera y la opresión musical de la segunda, a la de su propia época. Una época –los finales del siglo XIX y los comienzos del siglo XX– para la que el triángulo amoroso seguido del crimen pasional fue una obsesión y donde puede hallarse un núcleo duro de lo que el mercado musical entiende, aun hoy, por ópera. Aleko fue escrita por Sergei Rachmaninov en 1892, como trabajo de graduación en el Conservatorio de Moscú, y Francesca de Rimini, de 1906, fue la adaptación de un proyecto de “gran ópera”, en varios actos, reducido para cumplir con las exigencias de un programa doble, complementando el estreno de la ya escrita El caballero avaro. En la primera son audibles las huellas del trabajo académico –la fuga del final, la puntillosa distribución de escenas solistas y corales– y la otra es ya un trabajo maduro, que extrae un singular sentido dramático del trabajo cromático y las densidades armónicas. Y ambas tienen, más allá de las debilidades de sus libretos, momentos musicales extraordinarios.
Aleko, basada en el poema “Los gitanos” de Pushkin –el mismo que inspiró a Merimée para la escritura de Carmen–, tiene su ambiente en un campamento nómada; Francesca de Rimini, una adaptación de parte del Canto V del Infierno, de la Commedia de Dante Alighieri, transcurre en el averno. Las puestas estrenadas por el Teatro Colón, en el segundo programa de su abono lírico de este año, de alguna manera van en el mismo sentido que lo que la propia matriz de las obras propone, y acentúa tanto los intereses musicales como la pobreza dramática. Con muy buenas voces, una dirección musical concentrada y expresiva y un coro en gran nivel, lo sonoro estuvo de parabienes. Una concepción escénica pobre, ingenua en su intento de unir simbólicamente ambas obras, con detalles francamente pueriles, como la coincidencia mecánica, en Francesca... de los movimientos del solista y los espíritus atormentados del infierno, cada uno de ellos portando un esqueleto al que levantaba los brazos cada vez que el tenor abría los suyos, y una coreografía limitadísima (por ejemplo, los largos minutos de medialunas y verticales reiterados por un hombre disfrazado de oso, en Aleko) no consiguieron un solo momento de verdadera intensidad dramática. Ni la iluminación, falta de imaginación en general y grasa en particular, con sus relámpagos en el infierno, ni el vestuario, convencional al extremo, ayudaron a un dispositivo escénico confuso y falto de gracia. Las “uniones” entre ambas tramas –la aparición en el final de la segunda de las óperas del viejo Citroën que en la primera formaba parte de la caravana, las arañas de caireles que en Aleko anticipan a Francesca..., el oso contemplando el desenlace del drama dantesco– no acaban de funcionar, en todo caso, y apenas aportan una cuota de absurdo a la indigencia estética del equipo conformado por Purcarete, Stürmer, Skelton y Vanek.
La orquesta, independientemente de algún acorde de bronces poco agraciado, cumplió una labor encomiable, conducida por Levin, quien sin perder la oportunidad de señalar planos y relaciones temáticas mantuvo con fortuna la línea larga, dando un sólido sentido narrativo a lo sonoro. El Coro Estable, tan potente cuando fue demandado, como sutil cuando fue necesario, tuvo, en la función de estreno, una actuación memorable, que interactuó con precisión con los solistas. El veterano Sergei Leiferkus, con la voz entera, bello timbre y una musicalidad notable, dio vida al traicionado marido de Aleko (un burgués que harto de su vida dejó todo para seguir a una gitana que, como suele suceder, acabó optando por un señor más joven) y al traicionado marido de Francesca. Irina Oknina, objeto del deseo en ambas óperas, más allá del abuso de portamentos para lograr los saltos melódicos hacia el agudo, mostró una voz homogénea y buen fraseo. Zakhozhaev (el Tristán de 2011 en La Plata y el Siegfried del Ring mutilado del año pasado, en el Colón) volvió a sorprender con el poderío de su voz, tanto como el amante gitano de Aleko como en el personaje de Dante en Francesca... y Maxim Kuzmin-Karavaev fue convincente como un viejo gitano primero y como el Espíritu de Virgilio después. Hugh Smith, con más impulso que detalle, fue un amante Paolo Malatesta más bien atolondrado y tosco en el vocal, y Guadalupe Barrientos, la única argentina del elenco, tuvo una excelente participación en su breve papel de vieja gitana.
7-ALEKO Y FRANCESCA DE RIMINI
Operas de Sergei Rachmaninov
Dirección musical: Ira Levin.
Dirección de escena: Silviu Purcarete.
Diseño de escenografía y vestuario: Helmut Stürmer.
Diseño de iluminación: Henry Skelton.
Coreografía: Karel Vanek.
Elenco: Sergei Leiferkus, Irina Oknina, Leonid Zakhozhaev, Maxim Kuzmin-Karavaev, Hugh Smith y Guadalupe Barrientos.
Orquesta Estable y Coro Estable (dirigido por Miguel Martínez) del Teatro Colón.
Teatro Colón. Martes 14 de mayo.
Nuevas funciones: Mañana a las 20.30, domingo 19 a las 17 y martes 21 a las 20.30.
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