Dom 26.05.2013
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MUSICA › NORBERTO “COLACHO” BRIZUELA Y NINON VALDER GRABARON CUSCAIAS

Elogio de la horizontalidad musical

El guitarrista argentino y la vientista francesa concibieron un bello diálogo de diversos folklores argentinos con pinceladas de música clásica y jazz. Hasta hay un huayno con bandoneón.

› Por Cristian Vitale

Norberto “Colacho” Brizuela adjetiva y le pone onda, mucho énfasis. “Es un instrumento muy interesante”, repite tres, cuatro veces. De vuelo primero –o escaso, tal vez– podría pensarse en la guitarra, vieja compañera que lo llevó por los mundos de Mercedes Sosa, Dino Saluzzi, Roberto Grela, León Gieco o Alfredo Abalos, pero no siempre parece lo que es. Y lo que es, esta vez, no es la guitarra sino el stick chapman, el instrumento en cuestión cuyo apellido remite al de un californiano setentón de nombre Emmett, que lo concibió y construyó pensando en John McLaughlin. “Es un instrumento exclusivo, no de tiendas, porque Chapman es de esos bohemios que nacen, crean un instrumento y lo fabrican ellos, aunque hagan dos por año”, señala el riojano y ubica el primer foco. El segundo es su ejecución, claro: el stick chapman –o chapman stick– es algo así como el instrumento que, ingeniado por su creador para lograr un sonido a medias entre el bajo y la guitarra, explica buena parte de Cuscaias, disco de reciente edición que Colacho compartió con la vientista francesa Ninon Valder y que figura entre los más bellos y provechosos de la música popular argentina en lo que va del año. “Es un disco sin pretensiones y serio: las piezas están escritas para ejecutar en la posteridad”, resume el ahora flamante “stick guitarrista”.

“Cuscaias” es un vocablo en guaraní que pasado al castellano significa trabajo de a dos, o trabajo en conjunto, y bien podría explicar dos instancias clave: por un lado la memoria musical de Brizuela, ya que alude a una pieza instrumental compuesta en épocas de trabajo álgido como guitarrista de Mercedes. Por otro, a una doble horizontalidad que se expresa tanto en la –casi– igualdad de status musical entre Brizuela y Valder –él como compositor, arreglador e instrumentista; ella como vientista, bandoneonista y también compositora—, como en la similitud de climas y sonidos que Brizuela halló entres los recursos de la guitarra y el stick. “En este disco logré un equilibrio entre ambos instrumentos. La guitarra, bueno, se sabe, pero el stick se lo compré a Chapman en Los Angeles, y pasó un tiempo hasta que lo empecé a tocar, y lo empecé a considerar a la altura de la guitarra”, confiesa y sorprende, pero no exagera: ese sonido profundo, cautivante, “lleno”, es el que prima en el aire de chamamé llamado “La pena”, en el huayno “Danza de la rueda” –en cuya parte primera incluye como glosa un fragmento de “Paisaje con nieve”, de Atahualpa Yupanqui–, y en una de las pocas versiones del disco: “La vicuñita”, de Antonio Pantoja. “Este es un homenaje a los varios amigos que tengo en la Quebrada porque, de verdad, es maravilloso como quedan los huaynos tocados con stick y quena, o flauta, en este caso”, señala.

–Es cierto que no es de uso masivo el stick, pero hay toda una escuela que generó Tony Levin, cuando lo incluyó en el inquieto King Crimson de Robert Fripp o el mismo Peter Gabriel, mediando los setenta. Ellos han intentado desarrollar un sonido.

–Sí. Lo que pasa es que se usó pero no en la parte armónica, que es la que encaré yo. Pega lindo el stick con el folklore porque, al ser esta una música más calma, permite otro aprovechamiento. El rock, al ser más pesado, lo usa como bajo, y yo lo uso como si fueran dos guitarras.

A un nivel más general, Cuscaias implica un fluido y bello diálogo de MPA –con pinceladas de música clásica y jazz– entre Brizuela y Valder, que sólo en puntuales ocasiones recurre a otros músicos. A Johanne Mathaly, por caso, para tocar violoncello en “La pena” y “Milonga del encuentro”, o a Kevin Seddiki –guitarrista de Al Di Meola y Dino Saluzzi– que incorpora zarb y guitarra de seis cuerdas en “Tus huellas”, un huayno firmado por la francesa. “Una francesa universal –remarca Colacho–, ella ha estudiado bandoneón con Juan José Mosalini y también fue alumna de Saluzzi, que incluso fue quien me la presentó. Nos empezamos a intercambiar partituras por mail, yo empecé a arreglar sobre esas bases, ella aportó sus herramientas como compositora, instrumentista e ingeniera de grabación, y así salió este disco”, cuenta sobre su joven socia que además es actriz, bailarina, arreglista de instrumentos de viento para big bands y compositora de música para niños. “Tocar con una persona que viene de otro lado, y que de pronto es joven pero que tiene tanta inquietud por conocer las cosas argentinas, te mete directo en situación de crecimiento. Es una lectora impresionante, además, que admiró la música argentina cuando conoció a Piazzolla, y se enamoró del bandoneón, de ahí su plasticidad.”

–En Cuscaias, precisamente, hay un huayno con bandoneón...

–Sí, y le dio una vuelta interesante a ese tema que compuse estando de gira con Mercedes, allá por principios de los ochenta, y que se ha hecho mucha veces. Hay muchas versiones mías y de otros músicos, por eso había que buscarle un matiz diferente, y qué mejor que el de una bandoneonista de otras tierras que ha volado hasta acá motivada por las alas de Astor.

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