Lun 19.06.2006
espectaculos

MUSICA › EL CETC PRESENTO A LA ESPAÑOLA FATIMA MIRANDA

Los monólogos múltiples

› Por Diego Fischerman

Una cuerda de un contrabajo frotada es el fondo contra el cual se proyecta la figura de la voz. Una voz que se objetiva, que deja de ser una voz, que pierde conexión con lo que se imagina como una voz posible y comienza a ser sonido en sí mismo. Fátima Miranda, nacida en Salamanca y actualmente radicada en Madrid fue quien, con Diapasión encaró, durante el pasado fin de semana, la segunda parte de los Monólogos tecnológicos que presenta el Centro de Experimentación del Teatro Colón (CETC) hasta fin de este mes, a razón de uno por semana. Siempre en el Teatro Margarita Xirgu (Chacabuco 875), donde se realiza la temporada de este año debido a las reformas que están realizándose en la sede habitual del Centro, en el subsuelo del Teatro Colón, los Monólogos continuarán desde el próximo viernes 23 hasta el domingo 25 con Air comprimé et autres airs (versión para piano, globos y dispositivo electrónico), por el pianista y compositor suizo Jacques Demiérre, y, del 30 de este mes al 2 de julio con Oltracuidansa, para contrabajo y grabación, de y por el italiano Stefano Scodanibio.

Si en el primero de los monólogos el coreógrafo y bailarín Carlos Calleja había transformado la sala, ubicando la escena en el centro de la platea, despojada de sillas, y ubicando al público en los palcos, Fátima Miranda confió en el dispositivo habitual de la sala y, eventualmente, la antigüedad, el obvio diseño anacrónico del bellísimo teatro aportó un elemento más de significado al funcionar en contraste con la propuesta estética de la cantante. Incluso en uno de los momentos, en que se parodia a una bailaora flamenca, el españolismo de la sala apareció especialmente adecuado. Miranda bucea en tradiciones vocales no europeas, algunas de Mongolia o India, otras del Líbano y del norte de Africa. Trabaja, en ocasiones, con la emisión por aspiración y no por expiración, llegando a sobreagudos absolutamente inusuales.

El fuerte de lo que hace está más en el recurso mismo que en cuestiones sintácticas. Asimilable a cierta corriente antiacadémica surgida en Estados Unidos e identificable en algún momento con el grupo Fluxus, Miranda circula por una zona limítrofe entre la experimentación sonora, el humor y la performance. Es en lo escénico, precisamente, donde se vuelve más convencional y previsible. Los puntos más altos, en cambio, tienen que ver con el establecimiento de alguna clase de relación polifónica, con la cuerda del contrabajo del comienzo, con su propia voz sobregrabada (y con su cara multiplicada en una serie de proyecciones) o, ya en el bis, y en una conmovedora obra llamada Desasosiego, con imágenes de caminos y de multitudes huyendo de la guerra. En esa zona más ascética, dura y hasta astringente, llena de un españolismo árido y potente, es donde la voz misteriosa e inhumana de Fátima Miranda encuentra la mejor entre sus múltiples caras.

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