Domingo, 16 de junio de 2013 | Hoy
MUSICA › ENTREVISTA A PATXI ANDION, ANTES DE SU PRESENTACION EN LA ARGENTINA
A los 65 años, el español llega para presentar en el SHA su nuevo disco, Porvenir: toda una declaración de principios que no le impide seguir confesando su amor al tango y el folklore argentinos. “Me gustan las músicas que andan por los márgenes”, dice.
Visto en sucinta perspectiva histórica, Patxi Andión es un cantautor español con más de 40 años de trayectoria, veinte discos grabados y ciertas canciones emblemáticas, como “La niñez”, “La Jacinta” o “Compañera”, que trascendieron épocas y fronteras, montadas en una ronca y singular voz. Un preciso, arisco y visceral transmisor de secuencias marginales. Visto en perspectiva presente, Patxi Andión es lo mismo pero con un disco más, cuyo nombre lo ubica en la tercera dimensión del tiempo: Porvenir. “El concepto está en el final de la canción ‘Siempre es nunca’... no lo pienses, todo está ya pensado y no conviene insistir. Todo ha sido pero nada ha pasado, todo es porvenir”, dice él, que estrenará su disco en Buenos Aires el próximo sábado 22 (en el Teatro Sha, Sarmiento 2255). “Todo lo que hay es por delante, una apuesta al futuro ¿no?”, sentencia, como si los 65 años que vivió hasta hoy significaran apenas un soplo.
Porvenir es un fresco de once canciones propias que, dicho está, unen las tres perspectivas del tiempo bajo un mismo eje: arrojar luz sobre esos personajes que la sociedad esconde bajo la alfombra del inmenso asfalto urbano: el desempleado, la mujer violada, el objetor de conciencia o el inmigrante ilegal, por enumerar algunos. “Madrid y los medios de comunicación me dan letra siempre –se ríe él–, y muchas de mis canciones provienen de noticias, de personas que pasan por ahí, o de fotografías. ‘Saleema’, por ejemplo, es una canción contra la ablación, pero no cuando es practicada en la profunda Somalia o en la profunda Gambia, sino en España. Me surgió de una noticia que hablaba de unos padres que habían sido detenidos en un hospital de Barcelona por practicar la ablación en su hija. Eso me impresionó: ¡qué atávico! ¿no? Qué dificultad de integración.”
– “La luz debida”, por su espesura melancólica, parece traspasar al sentimiento.
–Tal vez. El nudo está expresado en la primera estrofa: “Era un día de invierno, frío, pero con sol...”, esa sensación de que uno pueda levantarse en un día con sol y de repente sigue siendo tarde en tus pensamientos. Ese sentimiento de introspección depresiva que aparece y que no está atado a un problema afectivo, sino a algo puramente vital. No es un día gris, ni neblinoso, tampoco es la tarde y su sensación de abatimiento, sino que el abatimiento es independiente del entorno. El tema es que ese día “te debe... la luz” en el fondo, y sí, es un grito ahogado.
–¿Se podría traducir como escepticismo? Porque lo que acaba de decir entraría en tensión con esa perspectiva de futuro que le imprime al disco, en términos conceptuales.
–La tensión siempre está, claro.
–Sobre todo, o con mayor intensidad, en “María en el corazón”, el tema que abre y cierra el disco.
–Que dos trenes se detengan en la misma estación, pero con sentido contrario, y que de repente mires a una chica del otro tren, y que esa chica acapare toda la luz del tren y de la estación, es algo mágico. Miré, miró, esbocé una sonrisa, y los metros se separaron. Una historia de amor imposible, porque ambos estamos condenados a seguir viaje en sentido contrario.
Patxi nombra más de dos veces a Discépolo y una, al menos, a Homero Manzi. El vino blanco baja, un haz de luz solar ingresa por la ventana del bar, y él incluye en su formación estética temprana a la música clásica, el folklore andaluz, el folklore vasco, el rock y la zamba argentina. “Desde que escuché una en una guateque (fiesta adolescente casera), quedé sorprendido por su ritmo, por su clima, por sus textos. No había oído nada parecido en mi vida. Era 1962, por ahí, y me agarró una avidez tremenda por escuchar más: José Larralde, Atahualpa Yupanqui, Jorge Cafrune, ¿no? Y por ir a la contra de todo, también empecé a escuchar tangos. A cualquier pibe de Madrid, de 16 o 17 años, al que le ponías un tango en esa época, vomitaba, pero yo empecé a buscarlos y a escucharlos, porque siempre he buscado por los márgenes. Así me encontré con Gardel, con Goyeneche, con Edmundo Rivero. Siempre busqué cosas a la contra”, confiesa.
–Políticamente incorrecto, por decirlo en pocas palabras.
–Totalmente. En aquel momento en España, un tipo de izquierda no podía ser aficionado a los toros, porque ésa era un cosa de derechas... ¡y nosotros éramos aficionados a los toros! (risas). Uno tampoco podía ir al fútbol, porque era una cosa manejada por Franco para impedir las manifestaciones políticas, y nosotros íbamos a la cancha a ver al Atlético de Madrid, porque éramos del Aleti (risas). Esa pequeña rebeldía del que dice “si la vanguardia dice que hay que ir por aquí, yo voy para otro lado”, ¿no? Bajo esa misma lógica, pues, descubrí a Gardel y a todos los tangueros que nombré. Y todo eso está en mi música, porque es una música que siempre se pregunta a sí misma. Se interpela.
–¿Qué música escucha hoy?
–Sólo músicas que me muevan de la silla, no importa de dónde vengan. Me gustan las músicas que andan por los márgenes, por lo inacabado, por lo inmaduro. La música establecida me interesa menos, me parece más improbable que me sorprenda, y yo necesito ser sorprendido, porque uno, después de 20 discos, se encuentra con tantas culturas, con tantas personas, con tantas historias, con un conjunto de cosas que lo van sujetando, lo van haciendo más conservador. Entonces, si el artista quiere progresar, tiene que hacer poca cuenta de eso si no quiere guardarse en el armario. Para seguir creando obra, al cabo, hay que olvidarse del pasado.
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