MUSICA › JUAN PABLO GONZALEZ Y SU LIBRO PENSAR LA MUSICA DESDE AMERICA LATINA
“Propongo continuar la reflexión partiendo de nuestras tierras, situando el pensamiento sobre música en este continente”, explica el musicólogo formado en Chile, pero ciudadano del mundo.
› Por Cristian Vitale
Acaba de publicar un libro intenso y vuelve sobre lo pensado. Afirma que pensar la música –idea disparadora– es vivirla hacia adentro y después eyectarla como reflexión, crítica y discurso informado. “La música lo dice todo y no dice nada”, toma del musicólogo estadounidense Lawrence Kramer y saca la primera conclusión: “Entonces, para que al menos ‘diga’ algo, debemos pensarla un rato”. Juan Pablo González, está tratando de orientar sobre el alma de su trabajo y el peso específico del título –Pensar la música desde América Latina (Gourmet Musical Ediciones)– lo ubica en dimensión: una cosa es abordarla a secas y otra desde un continente históricamente ninguneado por los cocineros de la realidad. “Los que piensan la música y publican libros viven en el primer mundo, aunque algunos provengan del tercero. De este modo se ha venido hilvanando un discurso en inglés, alemán o francés que poco o nada considera la música, las audiencias, los modos de producción y de consumo desarrollados en América latina. Es por eso que propongo continuar la reflexión partiendo de nuestras tierras, situando el pensamiento sobre música en este continente”, explica.
Nudo resuelto, entonces. Poco importa que este guitarrista devenido musicólogo haya nacido azarosamente en Roma, o que haya vivido en Mallorca, California, Madrid o París, durante parte de su vida. Sí que deba su identidad a Santiago, de Chile, donde se formó en la materia, o que haya recorrido pueblos, aldeas, barrios y grandes ciudades de América latina durante cuarenta años. “La manera de sobrevivir que tienen sus habitantes, la hospitalidad de los humildes, el sentido de comunidad o las diferentes maneras de ser dentro de un modo común de sentir configuran una complicidad en el hecho de ser latinoamericano”, plantea, sobre el paisaje humano que determinó su objeto de estudio. “América latina no es sólo colonialismo, destrucción, sufrimiento y desgarro. También es celebración, fiesta, creatividad y alegría. Eso viene con música y para hacer música necesitamos marcar el pulso, el mismo que tenemos mientras nuestras venas permanecen cerradas. Eso es lo que intenta este libro: articular un pensamiento desde lo que nos ofrece la música, los músicos, las audiencias y las industrias culturales en América latina. Un pensamiento que nos permita acercarnos a América latina desde dentro, desde sus venas cerradas”, explica, en clave Galeano.
–Buena parte del trabajo está centrado en las expresiones musicales chilenas, ¿en qué sentido ellas operan como un espejo de lo que ocurre en el resto del continente?
–Bueno, como paso en Chile la mayor parte de mi tiempo, conozco mejor este medio, que por lo demás es muy esponjoso a la música de toda América latina. La tendencia del chileno ha sido a romper su aislamiento geográfico mediante la importación, apropiación y resignificación de música cubana, mexicana, colombiana, peruana, argentina, brasileña, generando mixturas muy interesantes entre ellas. En el libro considero el estado de la investigación musical en casi toda América latina, pero en lo que se refiere a estudios de caso me centro en Chile, Argentina y Brasil, que conozco un poco mejor.
–¿Y por qué considera que el bolero es el género latinoamericano por excelencia?
–Porque luego de formarse en Cuba a fines del siglo XIX, expandirse a Puerto Rico y constituirse en el género urbano y moderno por excelencia en México, el bolero fue encontrando carta de ciudadanía en todos los países latinoamericanos, incluidos Brasil y Argentina. Sus rasgos modernos, desenvueltos y cosmopolitas, con la mujer de igual a igual con el hombre, e interpretado en formatos simples con guitarras y sofisticados con orquestas, han hecho del bolero un lugar común en el paisaje sonoro urbano latinoamericano de la segunda mitad del siglo XX.
González se graduó como licenciado en musicología en la Universidad de Chile, y como magister y doctor en la materia, en la de California. En su largo periplo profesional, figura como fundador y primer presidente de la Sociedad Chilena de musicología, director del Instituto de Música de la Universidad Alberto Hurtado SJ de Santiago y profesor titular del Instituto de historia de la Universidad Católica del país trasandino. Su línea de investigación se centra en el estudio de la música popular del siglo XX en América latina, y sus cruces con los ámbitos históricos, sociales y estéticos. “Espero contribuir a abrir el campo de los estudios interdisciplinarios en música. Es real que en todo este tiempo, la interdisciplinariedad no ha logrado desarrollar los principios epistemológicos básicos que le den viabilidad académica y fecundidad investigativa... Es por eso que intento avanzar con esto desde la música latinoamericana”, enmarca.
–¿Cuál es su visión acerca del estado actual de la disciplina?
–A partir de su renovación en la década de 1980, la musicología comenzó a salir de los anaqueles y los manuscritos antiguos para entablar un diálogo con las humanidades y las ciencias sociales y, lo más importante, con la sociedad donde está inmersa. Es a partir de esa renovación que hoy hablamos de nueva musicología, de musicología crítica, de estudios en música popular, y que tenemos programas de magister y doctorado en varios países latinoamericanos que forman investigadores en música con una visión amplia.
–Usted pone especial atención en Los Jaivas, Violeta Parra e Isabel Aretz ¿Por qué tal selección?
–Porque los Jaivas ejemplifican muy bien el paso de la música popular al campo de la vanguardia a mediados de los años sesenta y me interesan los cruces entre lo popular y lo culto. Violeta, porque genera esa gran integración del folklore sudamericano, mezclando con irreverencia aquello que no podía ser mezclado. E Isabel Aretz, porque como continuadora de Carlos Vega logra institucionalizar una escucha latinoamericana de la música de tradición oral. Digo escucha y no mirada, porque estamos hablando de música, y con la música “sabemos” desde el cuerpo y la emoción, que es un saber constitutivo de identidad.
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