Sáb 27.07.2013
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MUSICA › HUGO VARELA DESPIDE SU ESPECTACULO 33 SON MEJORES

“El asunto es no creérsela”

El popular músico y humorista cordobés repasa su larga trayectoria y recorre su show actual, que incluye varios de sus números clásicos, como “La corbata rojo punzó”, y también algunas novedades, aun para sus seguidores más fieles.

› Por Facundo Gari

“Toco un poquito de muchos instrumentos. El humor es la elección central y la música está a su servicio”, concibe Hugo Varela, que hoy a las 21, en el ND/Teatro (Paraguay 918), despide su espectáculo 33 son mejores, grito de envido a la vida que recopila los mejores momentos de sus diferentes shows.

–Suena como si antes hubiera sido un amargo...

–Era un poco más serio. Músico, actor y mimo. Con el humor empecé en el ’80 en un pub muy chiquito de Villa Gesell que se llamaba Calígula. Antes, con amigos músicos y “parecidos” tuvimos una peña-concert que se llamaba El Grillo Afónico, un escenario libre en el que cada uno hacía lo que quería. Ahí hice alguna canción humorística y empecé a jugar con el público.

–¿Y por qué celebra los treinta y tres? Es más frecuente cuando son números redondos...

–Sí, no sé de dónde salió esa ley. No tiene sentido. A mí me gustó el número. Hago un pequeño monólogo de cómo elegí el treinta y tres, y salen un montón de historias: era la edad de Cristo, el médico te dice “diga treinta y tres”, y es la cantidad de vértebras que tiene la espina dorsal.

–Treinta y tres es la mitad de su vida, también.

–Igual, no es como para andar ventilándolo. Mi hijo tiene treinta y tres, y trabaja de asistente de escenario. Tiene una participación en la obra: le pregunto qué edad tiene. Así se van agregando cosas.

El cordobés está en una etapa de leer bastante. Cuenta que por estos días remoja la barba en La cuestión criminal, de Eugenio Zaffaroni. “Es extraordinario, de un lenguaje amplio, no uno difícil como es típico de los juristas”, destaca. El, que es un humorista que siempre se ha preocupado por que “hasta un chico pueda reírse”. Esa “decisión política” lo llevó a abandonar su inicial “palabrerío” de Freud –que usaba en televisión, junto a Juan Alberto Badía– para bucear en el magma caliente del lenguaje de los barrios. El, que al servicio del humor se ha convertido en un ludópata de las palabras y las melodías. El resultado de esa adicción es “La corbata rojo punzó” y otros éxitos (del escenario y de las redes sociales), algunos de los que muestra junto a un puñado de novedades en 33 son mejores.

–En varias ocasiones le han dicho que parece más joven. ¿La risa es su piedra filosofal?

–No, es una pomada que uso. Eso es un mito, porque los que se ríen son los demás. Salvo Carlitos Sánchez, que usa la risa como elemento de contagio. Buster Keaton no se reía nunca.

–Contrastar personaje y persona a veces resulta un cimbronazo para el fanático.

–Sí, lo tengo estudiado. Alguien dijo que uno en el escenario larga su parte más brillante y cuando se baja se vuelve opaco, como todos. Después está el “personaje humorista”, que abajo del escenario está al borde del suicidio. El personaje tiene cosas de uno, pero no deja de ser un personaje. En la calle también hago uno, porque me cruzo con un montón de gente y trato de no desilusionar. Devuelvo buen humor.

–Ya que menciona nutrirse de la vida para sus rutinas, muchos se preguntan si “La corbata...” es una canción autobiográfica...?

–Es una situación dramática cotidiana universal. En general, mientras más cerca de la verdad esté la historia, más fuerza tiene, porque la gente necesita reconocer lo que escucha. Si agregás un plus de exageración o sorpresa, mejor. Un tachero me contaba que siempre llevaba una carta de amor y que una vez tuvo que sacrificarla. ¡Eso es más fuerte que lo de la corbata! Otro me dijo que tuvo que usar los papeles del auto, pero es poco creíble.

–Sobre el escenario ha hecho reír a muchas personas. ¿Alguna vez hizo llorar?

–Me han pasado cosas emotivas, gente que me ha encarado para decirme que su padre se reía mucho conmigo. Ahí la persona se quiebra, por esta cosa del agradecimiento. Ese tipo de historias son bravas porque uno no es consciente de lo que genera. Ocurre en épocas duras, como en 2001, que no se sabía lo que pasaría a la semana siguiente. A la salida del teatro, me agradecían como si fuera el Pastor Giménez. La gente tiende a cargar con un poco de misticismo lo que le hace bien: “Este tiene poderes”. El tema es no creérsela.

Difícil tarea para un tipo al que le andan elogiando tanto los aciertos. Y que además de lubricarle el camino a la carcajada con la palabra, interpreta sus zambas y milongas con no menos destreza que elegancia. A la guitarra le saca lustre, pero también a un arsenal de instrumentos artesanales que ni el genio de Dalí hubiera imaginado: el saxo telescópico, la bolsa acordeón, la pierna violín o el contrabajo lavarropas. “La cosa de prócer no me gusta mucho. No quiero ser un nombre de calle. Pero estoy conforme con lo que se dice de mí.” A veces le dicen “maestro”... “Y mirá que soy docente. Tuve algunos alumnos de canto y de guitarra, una historia bastante buena. Ahora tengo la fantasía de armar unos talleres de creatividad”, adelanta.

–¿Enseñaría a evitar “malas palabras”?

–Me gusta mucho el tema del lenguaje, la creatividad, lo ingenioso. Hay una elección de intentar no decirlas, pero no tiene que ver con una cuestión moral. Es porque la palabra sugerida genera más campo de imaginación en el que escucha que la palabra dispuesta. Un escote sugiere más que una tipa con todo al aire. De ahí vienen las historias.

–Empezó con una banda de rock. ¿Extraña la viola eléctrica?

–No, era un juego que hacíamos con pasión, a lo Bill Halley. Eramos los Teen Dover’s. Pero al rock nunca lo tomé en serio. Esa cosa de rockero viejo, de estirpe... Hice rock porque tenía una guitarra eléctrica, que no sé cómo llegó a mí. Nos pusimos un nombre en inglés porque era la tendencia parecerse a bandas americanas. Aparecieron Los Beatles a romper las pelotas con el flequillo. El rock tuvo una influencia tremenda en nuestra cultura. Al principio del rock argentino, hasta se cantaba sin decir la palabra demasiado clara, para que sonara medio americana. Esto es prejuicio puro, pero eso de buscar parecerse al de afuera no me gusta mucho.

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