MUSICA › RECITAL DEL ESPAÑOL PEDRO GUERRA EN LA TRASTIENDA
En un clima familiar, el cantautor repasó clásicos, regaló canciones inéditas y hasta se le animó a “Zamba para no morir”. La excusa que lo trajo nuevamente a la Argentina luego de cinco años fue la salida de su disco en vivo, 30 años.
› Por Sergio Sánchez
Pedro Guerra sube al escenario, cuelga su saco en un perchero y se saca los zapatos. Como en el living de su casa, toma su guitarra acústica y da la bienvenida a los invitados. A su lado, un velador irradia una luz tenue, pero suficiente para la ocasión. Esta noche, el anfitrión compartirá canciones, anécdotas y humoradas. Revivirá sus días con Taller Canario, sus viajes a México y Ecuador, el nacimiento de sus hijos y la admiración por su padre. Todo eso está inmortalizado en sus canciones. La canción, entonces, le lleva amplia ventaja a la memoria. La excusa que lo trajo nuevamente a la Argentina luego de cinco años fue la salida de su disco en vivo 30 años, que también lo llevó por Uruguay y Chile. “Cuando me preguntan qué he hecho en los últimos 30 años, respondo: canciones. He hecho muchas”, bromea Guerra, como si fuera poca cosa. Sin embargo, se trata de su chiste más serio. Para Guerra –y como lo entendería Silvio Rodríguez–, “la canción es la vida”. En un clima familiar, el autor repasó clásicos, regaló canciones inéditas y hasta se le animó a “Zamba para no morir” (H. Lima Quintana-Ambros-Rosales).
El segundo concierto del cantautor español estuvo signado (aun más) por la intimidad. Pedro y su guitarra; sin siquiera los invitados que lo acompañaron la primera noche (Pedro Aznar, Ismael Serrano y Daniel Rabinovich). De hecho, el músico bromeó antes de comenzar el concierto: “Me voy a esmerar para que no se den cuenta de que no vino nadie”. Sin embargo, en este caso, la ausencia no tuvo ningún sabor amargo sino que mostró la total desnudez del trovador y su canción. La decisión estética –y, es verdad, un poco forzada por la crisis económica que atraviesa el país ibérico– de presentarse sin músicos le jugó a favor. El concierto estuvo marcado por el silencio, el diálogo y el respeto por estas tres décadas de honestidad artística. Es que sus temas son pequeños retazos de cotidianidad que conjugan lenguaje poético y melodías amables. Es un notable hacedor de canciones. Y eso celebra también el público, que acompaña con el aplauso justo.
Los temas que Guerra eligió no dejaron nada librado al azar. Como si se tratara de un documental autobiográfico, el trovador ordenó las canciones cronológicamente: desde aquellas que retrataban su infancia en Güimar, su pueblo natal en Santa Cruz de Tenerife, hasta las que daban cuenta de su crecimiento como hombre y como músico. No fue casual, entonces, que la segunda canción fuera “Papá cantó”, le siguiera “Siete puertas”, que versa sobre su infancia; y se despidiera con “Cuando Pedro llegó” (“La ilusión se hizo latido / Y el latido un garbancito en su interior”), dedicada a su segundo hijo. De la larga lista, sin dudas, las más celebradas fueron “Canciones”, “Contamíname” (popularizada por Ana Belén), “Daniela”, “Contra el poder”, “Deseo”, “Bebes del río” y la bellísima con aires de bossa nova “Debajo del puente”.
A Guerra le gusta el diálogo. No sólo el musical. Antes de cada canción hizo una breve introducción para explicar en qué se inspiró para componer una música o una letra. La historia más conmovedora fue la de “Monarca”, una pieza que habla sobre las mariposas que van de México a Canadá y viceversa para poner huevos y luego morir. “Un ejemplo de libertad, de viajar sin pasaportes ni aduanas”, entendió el músico. En “Ofrenda”, inspirada en el ritual por el Día de los Muertos, también supo anclar los pequeños actos cotidianos con los grandes temas. Desde España, este músico construyó una obra personal, pero íntimamente influenciada por la trova y la canción latinoamericana. De hecho le dijo a este diario que en su casa sonaban Atahualpa Yupanqui y Eduardo Falú.
Sin embargo, no puede desprenderse de su raíz, de su identidad. De hecho, interpretó “Vasija de barro” con un timple, un instrumento de cuerda autóctono de su pueblo natal. También se colgó la mandolina para “La paloma”. Aunque era una noche de repaso, hubo lugar para las inéditas “Casandra”, “El viaje” y la mitológica “Mar de Mármara” (“Que incluye tres veces la palabra mar”, sonrió y se la dedicó a su compañera). De esa forma, conmovido y agradecido, descolgó su saco, se vistió los pies y prometió regresar pronto. Mientras tanto, quedan las canciones.
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