Lunes, 16 de septiembre de 2013 | Hoy
MUSICA › BRUCE SPRINGSTEEN PRESENTó EN GEBA SU WRECKING BALL TOUR
El músico estadounidense brindó un show de más de tres horas que confirmó su notable entrega para el vivo y las virtudes de la E Street Band. Bruce y los suyos dieron una lección de gospel, tonadas irlandesas, punk, country, pop y auténtico rock de estadio.
Por Federico Lisica
Alguien dijo que sólo Bruce Springsteen, en su necesidad de entrega, es capaz de aullar “1, 2, 3, 4” en medio de una canción como lo hace en “Born to Run”. Anteayer, durante su interpretación en los bises, el Jefe lo hizo en tres ocasiones: al comienzo, la esperable y una vez más. A tal volumen de intensidad se vivió el recital que el músico de Nueva Jersey brindó en el estadio de GEBA. Si es cierto eso del fervor del público argentino que deja pasmados a los artistas extranjeros, Springsteen se encargó de hacer lo contrario, confirmando todo lo que se rumoraba de su gira. Un show de casi tres horas y media, de gran interacción con el público y una banda de músicos (en ambos sentidos del término, son 17 contándolo a él) que puede ser tan precisa como espontánea. La E Street Band es un concepto mutante que va del rock a la orquesta militar, del coro gospel al pub rock, del country a la válvula garagera, de hits radiales a quien sabe qué género olvidado. A lo que hizo –hace– Springsteen se le suele llamar “rock de estadio” casi en forma peyorativa, pero no existe otro término mejor para describir el manejo de emociones y cómo aprovecha cada metro del mismo para crear algo más que un espectáculo de rock. Lo mismo con términos que se le endilgan como “dramático”, “muscular” o “ampuloso”, Springsteen acepta el envite, canta quiero vale cuatro y gana.
Eran las 9.12 cuando salió a escena. Todos los intérpretes vestidos en diferentes escalas de grises; más que una elección ornamental, iban a compás de su último disco, el amargado y efusivo Wrecking Ball. El primer tema fue “This Little Light of mine”, un spiritual que ya desde el vamos justificó el trío de coristas y la sección de vientos (trompetas, saxo, trombón, tuba). El dixie (ese término tan estadounidense que se refiere a su folklore) continuó con “Wrecking Ball” y se mantuvo hasta el final con el cover de los Isley Brothers, “Shout”, o la referencia a “People Get Ready”. Pero fue con “Death to my Hometown” y “Shackled and Drawn” (también de su último trabajo) cuando esa búsqueda estética y sonora relució como una epopeya. Los músicos en primera línea del escenario marchando como una caravana militar, algo estrujada, pero todavía en pie, con Springsteen empuñando su Telecaster cual escopeta.
A sus 63 años, y con una increíble lozanía, fue y vino cuantas veces quiso por el escenario, por las pasarelas a los costados, o la que llegaba al mangrullo para colgarse de éste durante la interpretación de “Darlington County” (de Born in the USA, el disco más visitado en la noche, con ocho temas). Springsteen se zambulló entre en público, sin dejar de cantar ni perder el micrófono, se llevó los carteles con pedidos de canciones (que complació en los altos decibeles de “Cover me”), bailó con las chicas (“Dancing the Dark”) e hizo subir a un nene que cantó en la triste pero upbeat “Waitin’ on a Sunny Day”.
En los vértices más altos del escenario había dos banderas, la estadounidense y la argentina, y entre los espectadores podían verse las de Uruguay, Francia, Colombia, Perú, y del segundo hogar del Boss: España. Hay algo muy “americano” en su obra, en temas como la balada “The River”, o la armónica alla Dylan “This Hard Land”. Con el público extasiado, en algún momento recordó sus dos shows de la gira Amnesty en el ‘88, y hasta pareció hacerse cargo de las malas interpretaciones que hubo por estos pagos sobre él y su música. “Para mí venir desde un lugar tan lejano... no sabía cómo nos iban a recibir entonces... Sé que la próxima no voy a tardar tanto en venir”, prometió.
Para entonces ya era “la hora del Jefe”, como decía un cartel que mostró desde las tablas. Habían pasado hits como “Thunder Road”, “Badlands”, “Glory Days” y la rockerísima “Because the Night”, donde se lució Nils Lofgren con su solo. La E Street Band es un motor que no apela al virtuosismo sino a la incandescencia; acompaña a Springsteen en coros, desde la potente batería o la suavidad del piano: su líder invocó espíritus y la dejó fluir como si fuese pub rock en “Spirits in the Night” (de su disco debut). Y la manejó a su antojo como un director de orquesta sudado y anárquico. Con sus come on! a Steve van Zandt o al cancherear con el saxofonista Jake Clemons. Más allá de los años en la ruta, de los momentos estudiados, Springsteen vive para el show. Pasa el tren Mitre por detrás, cambia el setlist y toca un tema que habla de trenes. Y cuando sus músicos estaban por despedirse, de un “1, 2, 3, 4” los mandó a todos a cargarse los instrumentos. “Mi ética es dejar todo en el escenario, que una canción de unos minutos te cambie la vida”, dijo recientemente Springsteen. Si el sábado eso no fue verdad, al menos habrá sido el mejor show de la vida de varios que estuvieron ahí.
9-BRUCE SPRINGSTEEN & THE E STREET BAND
Músicos: Bruce Springsteen (guitarra y voz), Roy Bittan (piano, teclados), Charles Giordano (órgano), Nils Lofgren (guitarra), Garry Tallent (bajo), Soozie Tyrell (violín, guitarra), Steven van Zandt (guitarra, mandolina), Max Weinberg (batería), Jake Clemons (saxo), más sección de coros, percusión y vientos.
Público: 15 mil personas.
Duración: 208 minutos.
Grupo invitado: Lovorne.
Estadio GEBA, sábado 14.
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