Dom 22.09.2013
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MUSICA › ANDRéS CALAMARO, SU NUEVO DISCO BOHEMIO, LAS CANCIONES, LA VIDA... Y TODO LO DEMáS TAMBIéN

“Si no me lo gané, el aplauso no me conforma”

Con una banda de alto vuelo y Cachorro López en la producción, el Salmón le dio forma a un disco de clásicos instantáneos. En esta extensa y jugosa entrevista, el músico repasa este presente y se presta a un amplio arco de reflexiones y cuestiones más allá del escenario.

› Por Eduardo Fabregat

Es una linda paradoja que Bohemio, el nuevo disco de Andrés Calamaro, abra con una duda (¿Cuáles fueron tus últimas palabras, tu último destello de conciencia?, “Belgrano”) y cierre con otra (No sé si tengo lo que quiero, no sé si quiero lo que tengo, “12 pasos”), porque en el medio no hay más que seguridades. Seguridades del músico y seguridades para el oyente, que hace tiempo que sabe que tiene en sus manos la obra de un artesano de canciones, un hombre que entregó su alma a la melodía y la armonía y es feliz, y hace feliz, con ello. Lo que sigue es una jugosa y extensa entrevista, por mail pero habilitada a repreguntas, con ese hombre. Por eso habrá que decir rápido y corto lo que hay que decir: Calamaro grabó otro disco de clásicos instantáneos, canciones que dejan huella y se quedan a vivir naturalmente con uno. Sostenido y acompañado por una banda formidable, con Cachorro López como productor, Andrés arranca con un sentido tributo a Spinetta (“Si sabemos que nacimos condenados, porque somos tan sensibles al amor”) y engarza diez perlas de un perfecto collar de músicas, con momentos altísimos como “Nacimos para correr”, “Inexplicable”, “Bohemio”, “Tantas veces” o “Dentro de una canción”. Que sea el lector quien descubra y disfrute los sonidos: aquí, las palabras.

–¿Por qué en este disco decidió sólo cantar y no tocar instrumentos?

–Hago esto en todos los recitales y ensayos, toco pero me concentro en cantar; estoy acostumbrado a cantar afinado en las grabaciones, en la soledad de los auriculares. No tocar instrumentos no fue una “decisión”, fue eventual. Siempre me doy todos los gustos, pasé meses grabando instrumentos, al mando de mis grabaciones domésticas. En marzo tenía que repartirme entre el ensayo, el estudio y... ¡la vida! Involucrar a la banda fue una elección musical y personal, compartida por Cachorro y natural, porque grabaron el disco mis compañeros, que son talentosos especialistas. Y alguna intervención extra, como las guitarras de Gringui Herrera. Cualquier día puedo enchufarme en casa y tocar los instrumentos que quiera.

–¿Cómo abrieron paso estas canciones hacia un álbum, dejando en el camino a las demás?

–Se armó un grupo fiel a sí mismo, y descartamos episodios extremos de reviente fino, grabaciones abstractas y registros más guerrilleros. Cachorro pensó la grabación para una lista que casi no modificamos. Quedaron muchas cosas fuera; buscamos no salirnos de un eje orgánico, un color. En ese contexto, Bohemio es lo que es, y el resto está en la quinta dimensión, donde reposan las canciones que no publicamos en discos. Resignar música es agridulce, existe pero permanece en el ámbito privado de un archivo que también es música pura.

–Trabajar con Cachorro debe ser todo un plus por la confianza mutua. ¿Qué decisiones clave aportó al disco?

–Nos conocemos y sabemos cómo pedirnos las cosas, yo quise descartar alguna canción y sumar otra, y eso no generó tensión. Cachorro aportó claves en todos los ámbitos de la grabación; el color de las canciones, las estructuras, la edición de las letras. Súper López tiene un disco en la cabeza y lo graba con el corazón.

–El disco tiene duración y “aspecto” de vinilo. Y la cadencia, el desarrollo, es desafiante: en vez de abrir con un rock fuerte, como suele hacerse, arranca con “Belgrano”. El primer tema “golpeador” es “Rehenes”, en cuarto lugar. ¿Cómo se decidió el orden?

–El disco abre con un Réquiem y cierra con un country rock de rehabilitación, “Doce pasos” (letra de Cuino Scornik). “Belgrano” hubiera sido un buen epílogo para la mayoría de los discos “all’ uso nostro”. Creímos que la canción era importante por su contenido humano-musical, y la probamos como inicio. La edición de la secuencia es un momento importante, porque reúne el repertorio dentro de un orden definitivo de sonido y sensaciones; empezar así le presta al álbum un carácter más hondo y un sonido bueno. ¡Una cuestión de principios!

–¿Le preocupa que la fragmentación de estos tiempos de canciones sueltas rompa esa lógica?

–No, pero tengo la sensación de que el público está esperando el disco para escucharlo entero. Habrá quien lo escuche urgente y fragmentado, para “sacárselo de encima” en la era de la ansiedad. Escuchar un disco es un acto de generosidad, no perder la capacidad de admirar. Es una cuestión de códigos también. Habrá público ansioso y otros que ya decidieron que no les va a gustar. Fragmentamos música desde las caseteras y escuchamos música fragmentada en la radio.

–¿Qué aporta cada músico? ¿Qué virtudes de cada uno lo decidieron a quererlos en la banda?

–Cuando arrancamos casi no nos conocíamos. Julián Kanevksy vino en reemplazo de Diego García, que decidió no vivir en Buenos Aires; Julián vive en Madrid y venirse fue providencia pura. Se hizo muy importante, sorprendió a Cachorro con una técnica y una sensibilidad protagónica. Germán Wiedemer fue fundamental, tiene unas cualidades tremendas, tiene jazz y conocimiento de los pianos de rock. Dirige la banda en los ensayos y arma las listas para recitales. Estos músicos pueden tocar “Giant Steps” de Coltrane, y el mundo se divide entre los que la saben tocar y los que necesitaríamos seis meses de práctica, si llegamos. Músicos de conciencia pura, evolutivos, se ofrecen a la música. Sergio Verdinelli (baterista) es un “músico de músicos”, respetado por todo el gremio. Es creativo, espectacular, muy dinámico, técnico y con muy buen sonido. Mariano Domínguez es un especialista en la filosofía del groove, puede tocar /cantar todo el repertorio de Stevie Wonder; es nuestro principal armonizador vocal. Con Baltasar Comotto nos conocimos en el ensayo del Indio para La Plata. Es un imán, esos músicos que no podés dejar de mirar y “sentir”. Un “cowboy espacial”: en vivo es nuestra estrella de lujo. Armamos un grupo vocal y todos cantamos. Hacemos recitales de rock intensos, desplegando solos y ráfagas de potencia eléctrica. Los chicos se roban el show y no me canso de agradecerles. Tienen personalidad y carácter, nadie va al remolque, todos somos locomotoras.

–Después de tantos años de canciones y grabaciones, ¿cómo se siente con el arte/oficio de componer? ¿Hace cosas como desafiarse a otros terrenos, decir “no, esa resolución armónica esta vez no”?

–Estas canciones transcurren sobre secuencias de acordes sencillas, se pueden tocar con facilidad en la guitarra y el piano. No evolucioné hacia las armonías planteadas por Bill Evans, el “two five” y los episodios armónicos complejos. La grabación libre es mi instrumento también, donde puedo explorar territorios menos elementales, desarrollo búsquedas más atrevidas y originales. En el terreno de las canciones, acepto el desafío de formas más complejas de resolver un tema musical. Lo hago grabando versiones de standards y tangos, o colaborando con músicos mas armónicos. Tenemos una tradición de folk campesino, influencias del country rock, el blues y el rock original; quizá por eso nunca nos cansamos de vivir piloteando tres acordes. Otras tendencias, desde el hip hop al heavy metal, ni siquiera se construyen sobre secuencias de acordes y se imprimen sobreelaborados riff, o loops y actitud. Mi sistema de composición es peculiar, porque escribo grabando al mismo tiempo, busco un resultado inmediato, que se escuche. Espero que la música y la letra lleguen juntas, imprimo y sigo adelante. No vuelvo atrás para corregir o elaborar otra resolución armónica. Si hago música con otro músico, acepto con agrado una intervención armónica más compleja, como con Litto en El Palacio de las Flores, como ocurre con Gringui. Buscadores de acordes.

–Cada cual tendrá su opinión, pero a los oídos de este cronista produjo un especial impacto “Nacimos para correr”, parece como el corazón del disco (“Para correr primero hay que caminar y algún lugar a donde ir/Vayamos pintados con sangre de los dos, siempre”). ¿Cómo nació y creció esa canción?

–La parte “A” son unos acordes que ya había grabado con anterioridad, una cadena frecuente en mis grabaciones individuales, pero sin letra ni mayor desarrollo. Guido Nisenson trabajó conmigo para una estructura más sólida e interesante. Me insistió para que la canción tenga un puente que funciona como “estribillo de paso”, y grabarla con mayor elaboración. También me ayudó con una transición armónica en “Rehenes”, y con música finalmente no incluida. La letra pasea por un optimismo resignado pero luminoso, suponiendo que la música podría trascender el tiempo. Debería recordarnos a los textos de Ariel Rot, siempre bien sentado en el tiempo que corresponde vivir, aceptando el pasado y las ausencias que se cobra el destino. Creo que el remate es el solo de slide de Julián, un momento musical purísimo.

–No es la primera vez que reflexiona sobre las canciones, pero nunca sonó tan terminante como con la frase “Dentro de una canción está la vida”...

–“Dentro de una canción” es el primer ladrillo, la canción que me gustó realmente para pensar en un disco. Me gusta el doble sentido, el contenido de una canción y lo que ocurre canción mediante... Está bien la estructura de acordes “criolla”, del tango primitivo. Podrían ser los acordes de “Mano a mano” (Gardel, Razzano y Flores), un tipo de acordes que el tango usa hace cien años. Evolutivo pero antiguo. Estrofa con acordes menores y puente con acordes mayores. Mi parte preferida es el verso “Una canción va a llevarme a volar en alfombra”... No sé explicar por qué pero es mi favorito, el que me emociona y me divierte.

–“Belgrano” evita el tributo grandilocuente, interroga sobre cosas muy humanas, muy terrenas. ¿Qué cosas de Luis le parecen fundamentales para un músico? ¿Qué cosas le resultaron fundamentales a usted?

–Hubiera querido que fuera un secreto. Que a Luis se lo descubra escuchando la canción, una sorpresa para Dante, los hijos y compañeros del Flaco. La importancia de Spinetta es clara y cristalina; jamas perdí la fascinación por Luis como héroe, a pesar de su amistad de compañero y persona de buen corazón. Siempre me sentí querido y apreciado por él, que no regalaba un elogio jamás: el músico menos hipócrita de la historia. Spinetta no es un simple cantor del pueblo, de la tierra. Es nuestro Piazzolla. Mucha ética y mucho feeling, con una moral muy fuerte. El eligió un destino “inoportuno”, renunció a ciertos beneficios para permanecer intacto en su mundo.

–Al cantar sobre sentimientos hondos y cuestiones de vida, ¿cómo se evita sonar sentencioso? ¿Dylan es un modelo para esas cosas?

–Bob Dylan es una obra y una personalidad única y muy influyente en el rock todo. Yo lo escucho, entiendo los gestos, la forma en que canta. Nunca estudié sus letras para escribir parecido. No sabría decir ninguna letra de memoria, algunos discos nunca los escuché. Pero es muy grande, es como un hermano mayor de casi todos. Y sé qué clase de ejemplo nos da a los músicos de rock. Hay algo que me llega sólo con mirarlo en una foto. Pero yo canto sobre otras cuestiones más satánicas también. Defiendo el ateísmo cultural, tránsito etapas lisérgicas. Difícilmente se escapa a las “cuestiones de vida”, a menos que escribas sobre coches.

–¿Cómo fueron estas últimas experiencias en el escenario? ¿Qué cosas se tienen que dar en un show para que termine y se sienta pleno?

–El duende. El duende que define Federico García Lorca en la conferencia de la teoría y el juego (del duende). También estoy afectado por “El destino del canto”, poema moral de Atahualpa Yupanqui, y por la verdad en los versos de José Larralde. No aceptar el triunfo si no llega con verdad artística y buenas sensaciones. Sin firuletes. El aplauso no me conforma si no me lo gané haciendo las cosas bien. Cuando esto ocurre puedo sonreír de verdad. Besar el escenario y felicitarnos todos. Quiero suponer que la mayoría de los músicos y artistas lo sienten así.

–Si cayera aquí un extraterrestre, ¿cómo le explicaría la historia y vigencia del rock argentino?

–Los otros países de América no tienen más rock porque no lo necesitan, tienen cosas tan buenas o mejores. Colombia tiene más de mil ritmos reales, y tiene géneros “apropiados”. La unión de la sustancia musical de Puerto Rico y Cuba que se fusiona en los ghe-ttos de Nueva York es la salsa, heredera de los ritmos originales del Caribe y la clave afrocubana. México es un universo de ritmos, géneros e intérpretes; músicos callejeros y héroes de película. Perú tiene la conciencia de la salsa consagrada por Héctor Lavoe, además de la generación de cumbia psicodélica. Uruguay tiene la clave de candombe que es distinta de la afrocubana, el swing que quedó de aquel lado del río. Y Brasil: para hablar de la música de Brasil hay que ponerse de pie. En ese contexto, nuestra “línea fundadora” se encontró con una Buenos Aires donde el tango ya había dado todo; la evolución del tango en la primera mitad del siglo XX es un tesoro musical y poético. El folklore estaba en el exilio o procesado por los ponchos en la TV. Tenemos más rock porque lo necesitábamos, porque no había nada mejor. No creo en la excepcionalidad argentina. A pesar del dulce de leche, de la birome y del Papa; del sifón y de la reina de Holanda. Tampoco somos Keith Jarrett ni Stevie Wonder. A un marciano le haría escuchar “Laura va” (Almendra); si no le gusta, le pondría los simples de Polifemo (“Suéltate Rock’n’ Roll” y “Oye Dios”)... o Pappo. Ni sé si los marcianos tienen los mismos sentidos que nosotros, si son oyentes de música marciana. La música se escucha con el corazón y la inteligencia. Quizá los marcianos ya sepan todo, lo hayan adivinado y percibido.

–¿Por qué Miguel Abuelo es irrepetible, no se puede encontrar símiles antes ni ahora?

–Miguel no hubo antes ni después. Era más que un letrista y cantante, declamaba y le brillaban los ojos; cuando estaba “sembrado” le cambiaban los ojos de color. Muy peculiar. Y su poesía tiene un componente de esperanza, una capacidad para iluminar al pueblo que... Muy pocos. Un poco como Luca, Solari o Ricardo Iorio. Mucha actitud o mucho texto, y mucho encanto. Tenía una dulzura agria y propia, un colorido especial. Era cosmopolita y parisino. Eso influye.

–¿Qué significó para usted Cromañón? Omar Chabán está al borde de la muerte. ¿Le parece que se lo ha demonizado en exceso?

–Mucho. Siempre fue complicado Omar, especial, muy artista. Se hizo querer incluso peleándose con casi todos. Es muy duro lo que pasó, y saber que está grave. Todo ese episodio fue un golpe tremendo, una tragedia. Jamás había pasado algo así en la historia de rock, no se registra un desastre semejante; ni los once muertos de The Who, ni Altamont. Vimos bardo, pero esto fue demasiado. Una tragedia que se llevó por delante al gobierno de Buenos Aires. Lamento muchísimo que Omar haya pagado por responsabilidades ejecutivas; lógicamente no es un pirómano, ni prendió fuego a nada.

–Vivió mucho tiempo allá, conserva vínculos y amistades, viaja a menudo. ¿Cómo ve la crisis de España, y de Europa en general?

–Hay que respetar los dramas de la clase media; incluso sin alta inflación, quedarse sin trabajo es muy complicado, y si son millones de desempleados es una crisis importante. Hace veinte años subieron los alquileres blindados por el socialismo, y los bancos ofrecieron dinero en cuotas, y mucha gente se hipotecó para comprar una vivienda. La desocupación preocupa mucho. Lógicamente no es el mejor momento para la música en vivo, hay excepciones, pero hay una inevitable sensación de decadencia laboral, aunque haya géneros emergentes... grupos que tienen una dinámica que les permite crecer. También existe Extremoduro, grupo de orígenes marginales, con alto nivel poético y una credibilidad bien ganada. El otro extremo es el Sonar, el festival electrónico de Barcelona. La situación política nos puede resultar familiar. Escándalos de infracción económica que salpican al Partido Popular y venden diarios. Y un oportuno reclamo soberanista sobre el Peñón de Gibraltar, bajo bandera inglesa hace años. Los políticos acosados intercambian roles con los “indignados” porque el Comité Olímpico no eligió a Madrid como sede para las olimpíadas del 2020... (continuará)

–¿Y la Argentina? ¿Qué panorama ve para estos dos años previos a una nueva elección general? En tiempos de semejante polarización, ¿cuán complicado resulta para un artista expresar visiones sobre el gobierno o la oposición?

–Me parece que desde 2001 todo se construye y se destruye (se desarma y sangra) dentro de ese conjunto amplio, cerrado, disonante y contradictorio que es el PJ. Si hay cambios o continuidad, van a ocurrir dentro del propio PJ y sus “pactos de caballeros”; si hay golpes van a ser constitucionales, programados –o improvisados– dentro del ámbito del PJ. Es mi análisis impersonal. Argentina nunca es la que soñamos para nosotros.

–¿Por qué mantiene la cuenta de Twitter, donde se ve expuesto a la agresión de personajes anónimos?

–No me siento agredido en Internet, la gente es cariñosa, y siempre existieron los “esquiroles”. Antes entraba más al trapo, en salones virtuales anteriores a las aplicaciones de hoy. Es imposible enojarse por escrito, es un ámbito nanoliterario. Me gusta ejercer cierta violencia intelectual, responde a la máxima de News-room de “Decirles la verdad a los estúpidos”; nadie sabe qué estoy haciendo o pensando, no comparto mis experiencias con desconocidos. No hago un “tweety horror show” contando lo que hago, pero compartí dos mil links de música, y tengo los dedos para opinar. Leo a periodistas, analistas musicales, corresponsales políticos y humoristas negros. Dejé de comprar diarios y tengo una pantalla que informa y deforma. On line soy Barksdale, el carismático villano de Baltimore en The Wire.

–El asedio mediático no es nuevo, pero la explosión de las redes sociales da una exposición casi enfermiza. ¿Cómo se lleva estar bajo la mirada y el “análisis” de gente que no tiene ni mínima idea de la música o el rock?

–No me siento así, alguna vez puede pasar, pero enseguida se olvidan de mí y la actualidad rabiosa que impone la TV, la radio, sitios on line y revistas es descartable, urgente y superficial. Yo me siento respetado por los ámbitos culturales y por el pueblo, especialmente en el gremio de la música, pero también en la calle. Estoy cara a cara con todo el mundo, firmo discos y camino por la calle. No vivo en las redes, mis días ocurren en salas de ensayo, aviones, hoteles, grabando, esperando en un aeropuerto, en restaurantes, en plazas de toros, en la calle y en mi casa; y me gusta mucho mi vida doméstica. Este año subimos a 18 aviones en 24 días, sin contar mis viajes personales a España, y nos quedan muchos kilómetros por recorrer tocando. Estoy pensando en cantar bien. Tengo una vida interior cultural y musical, tengo amistades en otros ámbitos y soy un ciudadano de a pie, salgo y entro de mi casa caminando. Vivimos un auge del ocio visual; mucha gente escribe cualquier cosa porque les gusta ver “impreso” lo que escribió, lo que cree que piensa. Pero una opinión no le importa a nadie. Y en Argentina todos hablamos de todo como si supiéramos. Estoy acostumbrado a unos mínimos de exposición y tampoco existen medios de comunicación musicales, ni MTV existe ya... No creo que haya demasiada gente pensando en mí, pero hay mucha gente escuchando el nuevo disco con ilusión. La prensa generalísima (y amarillenta) tendría que enfocarse en mi interesante vida cultural y profesional, sería información adecuada y digna del periodismo como la gente. No pasa nada. Tengo una vida de verdad, a la medida de lo que soy. Todo lo que quise lo supe conseguir por mi cuenta, lo sutil y lo concreto, lo material y lo inmaterial. Importante es la salud. Y la libertad.

–¿Algo que agregar?

–Ya lo dijo el poeta: “Soy mejor de lo que creen y peor de lo que se imaginan”.

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