MUSICA › JORGE ARAUJO Y QUINTINO CINALLI PRESENTAN SU DISCO AIQU
Cuando se juntaron a hacer música, el ex Divididos y actual Gran Martell agarró la guitarra, y su compañero –que trabajó con Rubén Rada y Dino Saluzzi– el cajón peruano. Así construyeron un sonido en el que conviven candombe y jazz, Yupanqui y Spinetta.
› Por Mario Yannoulas
“Hacemos esto porque nos olvidamos los platillos”, bromeó una vez Jorge Araujo en el Festival Internacional Buenos Aires Jazz, sin conseguir más que el enigma del silencio como respuesta. El público observaba a dos bateristas ilustres, experimentados, como lo son él y Quintino Cinalli, montar un show completo sin incluir siquiera una batería, acaso su útero musical por definición. “De manera bastante arriesgada, Adrián Iaies nos había programado en un horario central, casi cerrando el festival. Habrán pensado que íbamos a salir con dos baterías, un bajo eléctrico y todo eso. No sé si alguien entendió el chiste”, reflexiona entre risas el ex Divididos, actual Gran Martell y Ni Fu Ni Fa, en la comodidad de Jazz & Pop, el tradicional reducto subterráneo porteño donde ensaya el dúo que integra con Cinalli. “Empezar un concierto con ese desconcierto del público y terminar como terminamos fue súper emocionante: habremos hecho cincuenta minutos sin parar, sin ningún invitado, y recibimos una aceptación muy efusiva”.
El objeto que materializa la unión sin baterías de Araujo y Cinalli es Aiqú, su primer trabajo discográfico luego de tres años de labor conjunta, que tendrá su presentación oficial hoy a las 22 en el CAFF (Sánchez de Bustamante 764). La placa resulta en una efectiva invitación al juego musical donde conviven, sin mediar explicaciones redundantes, la sangre caliente del candombe y la técnica del jazz, con efluvios de Yupanqui y Spinetta... todo mezclado con la soltura de un asado entre amigos. Eventualmente, al sonido del dúo, construido a partir de instrumentos como guitarra criolla, cajón peruano, congas y flauta melódica –entre tantos otros–, se le suma el color de músicos invitados de la talla de Javier Martínez, Jorge “Negro” González, Diego Arnedo y Lito Vitale.
Ninguno de los dos está dispuesto a ponerlo en esos términos, pero esta fusión –que tiene su origen remoto en las míticas reuniones que organizaba Daniel Volpini en su casa– encarna una gambeta ante los rótulos que se le cuelgan de la frente a cualquier músico. “El hecho de no tocar la batería fue natural. Así surgió la idea: precisamente, sin ninguna idea. Para tocar la batería ya tenemos otros proyectos, sería caer en el lugar común”, justifica Cinalli, que tocó durante mucho tiempo con figuras como Rubén Rada y Dino Saluzzi y que prepara la presentación de su nuevo disco solista. “Las primeras veces nos juntamos en casa, donde está la batería armada, pero Jorge agarró la guitarra y yo el cajón. Eramos dos bateristas haciendo música desde otro lugar, y empezamos a darnos cuenta de que algo podía suceder.” Y, pertinaz al sugerir la palabra “riesgo” para describir el ecosistema del proyecto, el baterista y percusionista pone sus propias etiquetas: “El resultado es un color muy nuestro, es un rock latinoamericano, una fusión latinoamericana, world music latinoamericana. Podemos tocar en festivales de jazz, de rock, de folklore... es muy acomodable, somos un grupo degenerado (risas)”.
–No cualquiera tiene ese tipo de invitados en un primer disco. ¿Ese es también un sello de calidad?
Quintino Cinalli: –Para el disco se nos ocurrió tener invitados que hicieran lo que generalmente no hacen. Por ejemplo, vino Arnedo y tocó el bombo legüero, Javier Martínez cantó pero no tocó la batería...
Jorge Araujo: –Yo toco la batería y canto, en ese orden, por Javier Martínez, que fue mi referente desde chiquito. Que cante un tema que compuse y del que hice la letra fue una de las experiencias más fuertes que viví.
Q. C.: –Todos vinieron desinteresadamente a trabajar al estudio. Por ejemplo, cuando tocamos “Melodía del mediodía” en vivo, lo hacemos con guitarra y melódica, pero lo terminamos grabando con contrabajo, chelo y voces.
–¿Cuál fue la necesidad de salir del instrumento con el que se consagraron como músicos?
Q. C.: –Cuando era chico, yo tocaba el acordeón. Es como volver atrás y conectarse con las raíces personales. Cuando uno está en una reunión entre amigos pasan estas cosas, que son las partes que uno quizá no mostraría ante el público. Es tomar riesgos, mostrarse y compartir lo que uno es en otro aspecto de la música y de la vida.
J. A.: –Para mí cantar es súper liberador, sobre todo ahora que lo hago sin plantearme más nada y sin más pretensión que la de hacer canciones. En este formato hay situaciones de desnudez artística, en las que uno no se siente tan cómodo... pero es bueno no estar siempre cómodo.
–Sus charlas están dominadas por el ritmo y no por los acordes, ¿cómo es componer desde ese lugar?
Q. C.: –En lo personal, lo rítmico es natural y tampoco me voy a llamar a mí mismo “compositor” (risas). En mi caso la música sale de juegos rítmicos, algo que aprendí mucho de Rubén Rada, que no sabe ni un acorde pero sobre un solo ritmo se le ocurren quinientas melodías. Ahí ejercité ese concepto, y tengo miles de pedazos de melodías. A la hora de hacer las letras, Jorge es más poeta.
J. A.: –Llevamos al extremo máximo nuestras limitaciones, estamos como al borde del precipicio todo el tiempo (risas). Además, es una experiencia completamente nueva la de ocuparnos absolutamente de todo, incluso del armado del arte de tapa. Nos pareció buenísima la idea de graficar a la banda con esta especie de rana, de bicho, que es como un monstruo percusivo, melódico, acústico. Hace unos años vino a Buenos Aires el cantante de Faith No More a cantar unas canzonettas italianas y cuando vi que el afiche aclaraba eso, me pareció buenísimo. Lo mismo con nosotros: quizás alguien ve el bicho ese y se da cuenta de que no tocamos la batería. Por eso, por ahora, desde el envase hasta el contenido, lo que más nos identifica como dúo es este disco.
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