MUSICA › GUSTAVO VARELA, FILOSOFO DEL TANGO
El autor de Mal de tango dice que asociaba el dos por cuatro a una tradición ontológicamente poderosa pero retrógrada, “hasta que Foucault me lo reveló como una cultura de relaciones de poder”.
› Por Cristian Vitale
Corrieron ríos de tinta tratando de descifrar sus misterios, pero ¿a alguien se le ocurrió que el tango podía ser abordado desde Foucault y Nietzsche? Sintomático: la historia del dos por cuatro sigue siendo una cantera inagotable de sorpresas. Por debajo de su presente vivo –el de bailarines, compositores y orquestas, auténticas y for export– subyacen dispares abordajes colaterales. Hay quienes rastrean sucias partituras tratando de revelar sus enigmas estéticos. Hay quienes pelean por sus discutidísimos orígenes. Y hay quienes, también, lo redescubren como elemento a interpretar desde la filosofía como disciplina. “No me interesa saber cuántas grabaciones tiene la orquesta de Verón sino ver el tango como efecto de una condición discursiva y política, que está por debajo y lo produce permanentemente”, sostiene Gustavo Varela, profesor de filosofía obsesionado en “desenmascarar” al género como banda de sonido del poder. “Hay más de 10 mil tangos y solo 5 o 6 son sociales. Es porque plantea la resignación frente al tema social. Mientras Gardel cantaba ‘Mi noche triste’, mataban anarquistas en la plaza”, cuenta.
Varela, de 44 años, es profesor titular de Pensamiento Contemporáneo en la Universidad del Cine y da clases en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Toca la guitarra desde los 17 años y llegó a acompañar al Negro Argentino Ledesma “en ensayos o mientras sus músicos se iban a comer”. Ambos vértices vivenciales –más un sesudo estudio de Foucault– lo convirtieron en un erudito del tango. Lo prueban el libro Mal de tango y la idea de problematizar el género seminarios mediante. El año pasado dictó “El tango, la genealogía, la historia”, en Sociales, ante 60 alumnos y a partir de hoy repetirá la experiencia con “Historia política del tango”.
La temática es sugerente. No sólo por los datos de color que Varela aporta como efecto de sus investigaciones (¿sabían que Gardel cantaba para el caudillo Barceló o que al presidente José Evaristo Uriburu le compusieron más de 30 tangos?), sino por su aproximación a un tema que hasta ahora parecía territorio sólo de melómanos o historiadores de café. El plan de estudios contempla ítem como la moral sexual entre 1920 y 1940, las putas tristes de Manuel Gálvez o Celedonio Flores y el lunfardo. “El tango y la filosofía eran irreconciliables para mí. El acercamiento general al tango me parecía vinculado al rescate de una tradición ontológicamente poderosa pero con un acento retrógrado, hasta que Foucault me lo reveló como una cultura efecto de relaciones de poder. Nietzsche también me ayudó”.
–Para el tanguero de la calle, abordar el tango desde Nietzsche y Foucault es poco menos que chino básico...
–El problema del abordaje clásico es que te da el devenir de una esencia: la tristeza porteña manifestada en distintas variantes. Es justamente esa idea contra la que atenta el pensamiento de ambos. No hay esencias sino productos culturales. Me mataba una pregunta: el tango tiene un origen prostibulario, ok, ¿entonces por qué tengo que volver vencido a la casita de mis viejos? El tema es entender por qué el tango se disciplina moralmente, teniendo un origen jovial. Encontré prototangos de Villoldo muy soeces, como la historia de un tipo que se coge al padre, la madre y la hermana, porque es un atorrante. O composiciones dedicadas a la vagina. En 1880 había seis mil prostíbulos y 200 escuelas. La ciudad era una bacanal dionisíaca. Alsina elegía prostitutas en el tablado y la mujer no es la que lloran los tangos posteriores. ¿Qué factores producen la torsión? La llegada de los inmigrantes y la acción de las autoridades frente a ella: el higienismo y el disciplinamiento. En 1910, cuando se toca tango en el acto del centenario, significa que está oficializado.
–En términos concretos, se lo chupa el sistema...
–Lo moraliza. Entre 1880 y 1910 hay una situación de tránsito que no funda valores. Es como ir de campamento: si son 15 días, no necesitás ordenarlo, porque lo que te atrae es la condición del caos. Ahora, cuando te quedás a vivir, comienza la distribución de tareas, el ordenamiento.
–¿Ubicó en esos años alguna expresión crítica de este arquetipo? ¿Algún tanguero rebelde?
–No. A partir del ’10, el tango sublima la problemática de la sexualidad.
–Otra cuestión es Manuel Gálvez y sus putas tristes. ¿A qué apunta el escritor?
–A moralizarlas. En Nacha Regules e Historia de arrabal muestra a la mina que está frente a la vidriera y pierde la alegría. Eso no se explica: ¿tomás champagne, la pasás bien y estás rota? Lo que hay es una interiorización: esa puta tiene alma –algo que hasta ese período no se suponía– y como Gálvez es un cristiano fuerte, supone una interioridad platónico-cristiana en esa persona. Es una interioridad sin apetitos. Precisamente, se la muestra para disciplinar. Las putas de Gálvez son dolorosas, pero se redimen en el amor del tipo abnegado. Siempre hay un Cristo que las salva.
–¿Cómo llega ese disciplinamiento al período peronista...?
–Para el tango, el peronismo es la fiesta. Pero sigue legitimando los valores tradicionales. Si un tipo puede cantar que quiere formar una familia, que lo más importante es que su esposa sea pura, que la madre es la identidad absoluta, por más que tenga vericuetos de atorrante, está encaminado. Esos valores se vuelven condición política durante el peronismo. Ahora, ese orden valorativo es paradójico porque contiene una fauna que está por afuera: los tangueros, que son tremendos adictos a la cocaína.
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