MUSICA › CAT STEVENS CAMBIO DE NOMBRE A YUSUF, PERO NO SU FORMA DE HACER MUSICA
Ante un público maduro y desprovisto de liturgia rockera, el trovador de los ’60 y los ’70 revisitó su antiguo molde de música que opta por el bienestar más que por el riesgo, sin rehuirle a la sensiblería ni a la apuesta a lo seguro.
› Por Cristian Vitale
Sábado a las 21. Corrientes y Madero y alrededores. El paisaje automotor, a esa hora y en ese lugar, da un fragmento, acotado pero real, de la Argentina del mercado interno caliente. Muchos 0 km –algunos de alta gama– y también cero lugar para estacionar en las calles. “No me fui a Villa Gesell para estar acá”, comenta alguien que va a lo seguro (los estacionamientos pagos de Puerto Madero) y se mete rápido en el Luna Park. El paisaje humano corresponde al marco. Están los hippies de chalecos cortos, sí, los nostálgicos, y también hay ciertos jóvenes curiosos por la historia. Pero son minoría frente a quienes tal vez lo fueron allá lejos en el tiempo y después... sentaron cabeza. Ese es el público desprovisto de liturgia rockera, que puebla en mayoría el ex templo del box. Parejas, en general curtidas en años, muy bien vestidas y con pinta de personal jerárquico, administradores de inmobiliaria o gerentes de compañía de seguro. “Acá sí que no hace falta vigilancia”, es el comentario deliberadamente medio pelo –y por lo bajo– de uno de los controles del Luna. A ambos paisajes les corresponde, a su vez, un cantautor: el ex Cat Stevens, ahora Yusuf. Les corresponde, por decirlo de un modo más preciso, una música que opta por el bienestar más que por el riesgo. Por endulzar el oído más que por exigirlo. Por apelar a la sensiblería más que por contradecirla con fugas, nervios y misterios. Por ir a lo seguro, al cabo, como ocurrió en San Pablo y Río de Janeiro, días atrás, y como ocurrirá en Santiago, Chile, en breve, como parte de las paradas de este Peace Train Tour sudamericano.
Y lo seguro, en el mundo Yusuf, y sobre todo en la imaginería de su público rioplatense, es el enclave folk con estribillos pegadizos, la pulcritud instrumental y la fineza en el sonido. Es la austeridad y la sencillez. Es lo que contemporáneos de este hombre nacido en Londres hacia fines de los ’40, y convertido al Islam hacia fines de los ’80 –para muchos felizmente– no se atrevieron a hacer: quedarse en el molde. O en cierto molde. Ni Bob Dylan, por suerte; ni Crosby, Stills & Nash (variante Young incluida), ni el taciturno Leonard Cohen, ni Paul Simon, por mencionar estéticas un poquito cercanas. Es lo que ellos esquivaron y él no, exprimiendo al máximo las fórmulas que lo llevaron al éxito comercial entre fines de los ’60 y comienzos de los ’70. En las épocas de Teaser and the Firecat, Catch bull and four, Foreigner o Buddha and the chocolate box, discos de cuyos “hits” disfrutó buena parte de una generación, y que el sábado, en su primera muestra en el país, sonaron como un retazo emocional de recuerdos cálidos y sensibles... para corear moviendo levemente las manos, sin preocuparse por lo demás.
Es que el grueso de las canciones que Yusuf desempolvó en el Luna Park corresponde a tal bienestar del espíritu. Excepto el riesgo, o cierta tensión, que eyecta de una de las mejores instancias del set –cuando él abandona momentáneamente la guitarra, va hacia su primer instrumento (el teclado) y cambia el clima por una formidable versión de “Sad Lisa”–, el resto de las canciones pendula entre un folk suave, por momento cercano al pop, temas para soñar con los angelitos, sonidos para “chapar” como se hacía en los “asaltos” setentistas, o para escuchar en plan domingo a la mañana.
Entre un medley que detona los primeros recuerdos a través de la tríada “I love my dog”, “Here comes my baby”, y el muy coreado “First cut is the deepest”, y la aniñada “Moonshadow” que arranca la noche y muestra una voz intacta, muy cuidada, y con el timbre preciso para ensamblar con el contexto. Entre varios clásicos de clásicos cuya ausencia hubiese sido directamente una herejía para sus fans de camisas finas dentro del pantalón y zapatos al tono: la sintomática “Wild Word” –uno de los bises–, “Changes”, “Morning has broken” o la inevitable “Father and son”.
Una opción estética que por supuesto no anula lo que Yusuf hizo con el fin de aportar granos de arena destinados a un mundo mejor. O a una manera propia de entender un mundo mejor: convertirse al Islam y cambiarse de nombre “a lo Mohamed Alí”, luego de un complicado episodio de tuberculosis; abandonar, también, por un lapso prolongado la profesión de hacer música para fundar escuelas, ayudar a las víctimas de las guerras de Irak, Gaza y Bosnia; recibir, como efecto, el Premio Hombre de la Paz, a instancias de Mijail Gorbachov; cranear canciones en plan religioso (anachid) y luego –por necesidad inevitable– volver a grabar discos poblados de mensajes místicos como An other cup (2006), cuyos temas con pretensiones trascendentes pero sonido Aspen también sonaron anteanoche en el Luna Park: “Midday”, por caso, o la cetrina “Maybe there’s a world”, reforzada con una visita corta de “All you need is love”. También hubo esbozos de su disco más reciente –Roadsinger (2009)– a través de la pieza autorreferencial que da nombre al disco o la complaciente, pero apta para colar en conciertos masivos con fines de ayuda humanitaria, “Thinking about you”.
En definitiva, un Cat Stevens convertido en Yusuf Islam pero que no ha procedido de manera similar con sus canciones: ¡Está igual!.
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