MUSICA › ULTIMOS MOVIMIENTOS DEL SEñOR FOGWILL, SOBRE LOS POEMAS “MENOS BELICOSOS” DEL AUTOR
“Se trataba de encontrar la música de esos poemas, de ponerla
en escena, no de imponerle otra”, dicen Ezequiel Grimson, Renata Schussheim y Víctor Torres, creadores de la obra.
› Por Diego Fischerman
Hay un último libro de poemas de un escritor que amaba la música. Hay un réquiem: el que Johannes Brahms dedicó a su madre (y una alusión a Borges, y uno de sus cuentos perfectos: “Deutsches Requiem”). Y una canción de ese mismo autor –fue Borges, también, el que escribió el poema “A Johannes Brahms”–, una canción, podría pensarse, inevitable: “Oh, muerte”. La canción es dicha casi para sí, primero tarareada y luego cantada con un acompañamiento adelgazado al máximo, por el notable barítono Víctor Torres. En rigor, todo el espectáculo está pensado para sí. O mejor, para aquel que es capaz de espiar la intimidad del otro.
“Había una intimidad absoluta y simplemente busqué poner esa intimidad –una persona en su estudio, una mesa, una lámpara, una lectura– sobre el escenario”, comenta a Página/12 la artista Renata Schussheim, una de las directoras de Ultimos movimientos del Señor Fogwill. Una lectura. El otro director, el músico Ezequiel Grimson –que además es uno de los factótum de la actividad editorial de la Biblioteca Nacional–, habla, por supuesto, de lecturas musicales. Del tono de Fogwill cuando leía sus poemas. Y de una obra que pasó por varias etapas –e incluso por la fantasía de escribir canciones sobre esos textos de Fogwill– y acabó siendo una partitura enigmática y potente: una construcción –o reconstrucción– de la música que ya habitaba en aquellos poemas. No hay melodías en un sentido tradicional, en todo caso, salvo las sombras de Brahms que el lector desvela para sí. Pero lo que se lee, los poemas del último ciclo escrito por Fogwill, presentados casi como un libro de canciones románticas, están pautados musicalmente hasta los últimos detalles: silencios, ritmos, ascensos o descensos en el tono de voz. “Se trataba de encontrar la música de esos poemas, de ponerla en escena, no de imponerle otra”, dice Grimson. Y aclara: “No buscamos reproducir el tono de Fogwill. No es una lectura mimética con la suya. Es, simplemente, una lectura”.
Torres cuenta que conoció al escritor en un coro. “No sabía quién era y, posiblemente, en esa época ni siquiera fuera un escritor demasiado conocido. Lo que sabía es que tenía en sus manos una de esas cajas maravillosas de lieder que publicaba la Deutsche Grammophon. Una edición lujosísima de lieder (las canciones románticas alemanas). Después coincidimos en conciertos; el venía a escucharme a mí y charlábamos muchísimo sobre música. El adoraba los lieder y teníamos nuestra gran diferencia con Dietrich Fischer-Dieskau, a quien yo admiraba –y a quien imitaba, sin duda– y que a él no le gustaba.”
El cantante es el protagonista absoluto de estos Ultimos movimientos... que rondan la idea de la muerte, de la soledad y, sobre todo, de la música de la palabra y de la naturaleza del arte. Con iluminación de Roberto Traferri, diseño acústico de Gustavo Basso, producción de Alejandra Gandini y asistencia de vestuario de Mariana Seropian, la obra se presentará en el Centro de Experimentación del Teatro Colón los próximos jueves 28, viernes 29 y sábado 30, a las 20.30. “Fogwill era, por supuesto, un provocador”, dice Grimson. “Y ese papel a veces estaba puesto tan en primer plano que ocultaba otros. En este caso buscamos los poemas menos belicosos, menos explícitamente peleadores. Pero eso, lejos de ocultar su fuerza rupturista, lo coloca más en el centro de la cuestión.”
Al respecto, el musicólogo Pablo Fessel, en sus notas acerca de esta obra, desarrolla: “La literatura de Fogwill, tanto como su actuación como escritor, está atravesada por la idea de la ruptura. Su objeto es el más amplio posible: las instituciones literarias, el sentido común, los géneros de discurso, la palabra despersonalizada de las frases hechas. Formas cristalizadas por la convención. La provocación de Fogwill es también un llamado a enfrentarse a esos objetos con la violencia de su propia mirada inaugural. Pero su corrosión no es sólo destructiva: se leen todavía en su poesía los restos de una antigua belleza, junto con los relámpagos de una nueva. En el centro de ambas, del quiebre y de la belleza, está la palabra misma”.
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