MUSICA › MAINETTI-ANGELERI PRESENTAN UN PUñADO DE BUENOS TANGOS
El bandoneonista y el guitarrista son amigos desde hace años y ya habían publicado Complicidad hace siete. En este trabajo grabaron versiones particulares de clásicos del género. “Hemos logrado construir un discurso a partir de los originales”, afirman.
› Por Cristian Vitale
Uno, César Angeleri, es un guitarrista, compositor y arreglador que le ha seguido el tren a Leopoldo Federico, Ariel Ramírez, Rubén Juárez, Jaime Torres y Antonio Agri, por nombrar a ciertas figuras matrices de la música popular argentina. Un as de la MPA al que incluso le dio el cuero para presentar el disco debut de su Quinteto (Ventarrón) en el Teatro Colón, comandar la cátedra de guitarra de tango en el De Falla o recorrer Rotterdam y Montpellier con fines de dictar clases maestras. El otro, Pablo Mainetti, es (casi) lo mismo, pero al bandoneón. Ha aprendido de Rodolfo Mederos y Néstor Marconi. Ha tocado con y para Osvaldo Berlingieri, Julián Plaza y Emilio Balcarce. Se ha sintetizado a sí mismo a través del Quinteto que lleva su nombre. Y ha tendido lazos hacia la música sinfónica, cuya máxima expresión fue “Luna sanada”, una pieza homenaje a la obra de Arnold Schönberg que fue a parar al Museo Pierrot. No era raro, entonces, que uno y otro confluyeran alguna vez. “Nos veíamos siete días sobre siete y no sólo empezó a aparecer una afinidad musical, sino también afectiva. Nos hicimos muy amigos y muy rápido. Entre nosotros no hace falta explicar”, arranca Mainetti sobre este dúo que, tras quince años de conciertos y trabajos, acaba de editar el segundo disco en condición de tal: Un puñado de buenos tangos.
Como su nombre indica, este trabajo que Mainetti y Angeleri presentarán hoy a las 21 en el Café Vinilo (Cabrera 3780), precisamente condensa en once piezas una forma de recrear el tango basada en tres condiciones clave: el conocimiento del género, el tacto para aplicarle nuevas miradas y, sobre todo, el buen gusto. “Lo que hacemos, creo yo, es ‘hablar acerca de’, y esto es interesante porque el tango es flexible. Eso te permite entrar y salir del concepto melódico hasta que la versión te dice basta. Tratamos de ver qué tangos nos abrían la ventana para poder meternos adentro”, teoriza Mainetti en un intento por enmarcar la intención de las versiones que ambos abordan: “Qué noche”, de Agustín Bardi; “Sentimiento gaucho”, de los Canaro; o “El Choclo”, por nombrar las mismas que eligen ellos para entrarle al todo por ciertas partes.
–¿Por qué resaltan “El Choclo”?
Pablo Mainetti: –Porque hemos logrado construir un discurso a partir del original. A ver: podría ser o no ser “El Choclo”, porque son tan originales los comentarios que hacemos sobre la pieza que le podríamos haber puesto “Variaciones” o “Impresiones sobre El Choclo”, pero decidimos llamarlo por su nombre, porque el origen fue agarrar tal tango, encontrar algún agujero para meternos y empezar a trabajarlo desde adentro. Lo entiendo así porque el género no es un lenguaje a ir a buscar, es mi lengua materna y no puedo salir de ahí. A veces se estira, se va más lejos, pero siempre hay una referencia a lo tanguero: el bandoneón es algo que me ofrece una protección estética, idiomática. Tengo cosas para decir, y un lenguaje que me avala.
César Angeleri: –Diría algo parecido desde la guitarra y elegiría “Qué noche”, porque está muy logrado en su parte rítmica y melódica. Digamos, en general, que los temas se acomodaron como melones en el camión (risas).
P. M.: –Sí, empezamos a cranearlos en Shanghai, donde convivimos un mes por el tema de la Expo, porque, si bien hace mucho que nos cruzamos y hacemos cosas, era la primera vez que permanecíamos tanto tiempo juntos en un mismo lugar. Decíamos: “Aparte de tocar, tenemos que encontrar un justificante más a esto”. Y la respuesta fue: “Vamos a fabricar un disco made in China” (risas).
–Hubiese sido un buen nombre, de hecho...
P. M.: –Le íbamos a poner así, pero al final no coló. Nos gustaba porque, por lo general, uno asocia las cosas made in China con una calidad “maso”, y nosotros queríamos que vuelva algo de buena calidad. Pero después empezamos a limar esas músicas, a pulirlas, y cerró mejor el que quedó, porque denota esa cosa preciosista, de cuidado en todos los detalles.
Mainetti y Angeleri tocan juntos desde hace quince años, cuando se lo permiten los ratos libres que les dejan viajes, conciertos y ensayos. Hace siete grabaron su primer disco, Complicidad, y hace casi treinta que ven pasar agua bajo el puente del dos por cuatro. “Cuando iba al colegio con el bandoneón, muchos de mis compañeros no sabían ni qué era, pero ahora es diferente: evidentemente el escenario está más poblado de gente. De todas formas, estaría bueno juntarse dentro de veinte años y analizar qué pasó. Falta un poco de distancia, ¿no? Hablo de tratar de conservar la memoria, a ver si es cierto que hubo un quiebre o una rememoración de lo anterior en pro de descubrir esto tan poderoso que pasó en los ’50. La duda que tengo es si esto se utilizó como una especie de impulso hacia adelante o la cosa fue recuperar aquello por su contundencia y su discurso. Lo que veo, por ahora, es la intención de recuperar el discurso de hace unos años”, sostiene Mainetti. “Y le agregaría una necesidad laboral”, extiende Angeleri.
–¿Cómo se posicionan ustedes en esta disyuntiva?
C. A.: –Tratando de tocar lo mejor posible, es el único patrimonio que tenemos. Si un disco está bien grabado y bien tocado, no muere: lo escuchás, lo volvés a escuchar... Es lo que único que te salva.
P. M.: –La satisfacción máxima sería escuchar este disco dentro de veinte años y decir que no ha envejecido, porque el tango es un organismo vivo que si nota algo que no le satisface, si no es propio de sí, se lo sacude.
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