Vie 13.12.2013
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MUSICA › JUAN “POLLO” RAFFO PRESENTA MUSICA DE FLORES VOLUMEN III / AL SUR DEL MALDONADO

“En vez de novelas, escribí cuentos”

El pianista utiliza la analogía literaria para explicar su decisión de “probar con piezas de menor duración y desarrollos no tan complejos”. El álbum es la tercera parte de una serie de cuatro, relacionadas con las estaciones.

› Por Cristian Vitale

Juan “Pollo” Raffo se pierde en laberintos numéricos en un intento por encauzar su obra reciente, y se divierte. Priman el tres y el cuatro. El tres, porque urge hablar de su flamante disco (Música de Flores Volumen III) y porque, a completar con los dos volúmenes precedentes, la cantidad de temas registrados alcanza tal cifra multiplicada por diez. “Treinta redondos”, se ríe él. El cuatro debe su razón a que serán cuatro los volúmenes que, al cabo, completen la saga. “Yo lo engancho con la cuestión de las estaciones... Le dediqué uno a cada estación del año y creo que el sonido conceptual explica un poco esta elección”, extiende este prolífico, ecléctico y personal compositor, arreglador y tecladista, que mostrará el disco –también llamado Al sur del Maldonado– hoy a las 21 en Domus Artis, Triunvirato 4311. “Cuando empecé a escribirlo, la idea era que la cantidad de hojas en los atriles de los músicos no fueran más de tres –otra coincidencia–, porque veníamos de tocar el Volumen II, que tenía muchas piezas extendidas, y la verdad que ver al bajista tocando con dos atriles y diez hojas era como mucho”, lanza.

Música de Flores Volumen III / Al sur del Maldonado refleja entonces una pretensión “reduccionista” –adecuada al universo Raffo, claro– que de ningún modo evita los nodos estéticos de tal universo. Suena un mosaico instrumental de ritmos criollos, rock progresivo, música ciudadana y sobrevuelos constantes de jazz. Suena una manera de hacer música libre. O una música libre, mejor dicho, tal como la entendían sus referencias (Joe Zawinul, Keith Emerson, Jan Hammer, entre ellos) y la diferencia, excepto en el caso de “Ataca el mamboretá”, está en la duración de los temas: ninguno excede los siete minutos. “Que no es poco, ¿no?”, vuelve a reír él. “Lo que hice fue probar con piezas de menor duración y desarrollos no tan complejos... en vez de escribir novelas, escribir cuentos, digamos, con una estética similar. Por eso no me pareció descabellado relacionar esto con el reencuentro de El Güevo, retomar ese material me puso en contacto con otra forma de edición. Pasé de lo largo a lo comprimido”, extiende el músico, en referencia al retorno reciente del ensamble que nació en los ’80 con Daniel Volpini, Pablo Rodríguez, Guillermo Arrom, Sebastián Schon y Marcelo Torres.

–Una de las piezas de este Volumen III se llama “Meléndez”, y se intuye que se trata de aquel defensor peruano que vistió la camiseta de Boca a fines de los ’70: Julio Meléndez Calderón, “el diamante negro”...

–¡Idolo! Sí, totalmente. Lo vi jugar y, cuando apareció este landó peruano, enseguida se me vino su nombre a la cabeza y también el de Lucho González porque, cuando empecé la sección B, usé unos acordes que había aprendido de él. Otro tema dedicado es “Corazón de láser”, a Francisco Rivero... una pieza para piano que juega todo el tiempo con las cuerdas de la guitarra al aire.

–Sus discos siempre son conceptuales y obviamente éste no es la excepción... Esa idea holística de entender la música necesariamente anula la de “hit” o el corte de difusión. ¿Encuentra una manera de explicar el todo por la parte? ¿Hay una pieza que funcione como síntesis?

–Todas las partes representan al todo, digamos. Pero si tuviera que elegir una, no sé, iría por el lado de “Tachame la doble” o de “Al sur del Maldonado”, una especie de milonga fluvial.

–¿Milonga fluvial?

–Sí, una especie de continuo medio acuático. Un tema tranquilo, relacionado con la madurez. Acabo de cumplir 54 años y me parece que el tema representa bastante la idea del disco. Es más: me parece que los temas elegidos como títulos de los tres discos (Guarda que viene el tren y Diatónicos anónimos) son como el input, ¿no? Además de estar relacionados con las estaciones: ya le dediqué uno al invierno, otro a la primavera y éste al verano. Ahora me falta el otoñal.

–Y que se junte Trigémino, su banda de rock progresivo de los ’70.

–Totalmente, sí... Hay una juntada pendiente y posible, además, porque así como pasó con El Güevo, me siento bendecido por el hecho de ver cómo gente con la que toqué de joven sigue siendo mi amiga, y porque existe la posibilidad concreta de reunirse y recrear eso. Es un vínculo muy fuerte.

–Pedirle cuatro referentes constantes, no coyunturales, a su música, ¿es mucho?

–Me quedo corto. A ver, Keith Emerson podría ser uno. Hugo Fattoruso, Hermeto Pascoal, Jan Hammer, Chick Corea, Joe Zawinul...

–Van seis...

–No podría dejar de nombrarlos. Y todos son pianistas.

–Por algo será.

–(Risas.) Bueno, es de donde partí. El momento de la adolescencia en que el instrumento es todo para uno y no escuchás cosas que no lo incluyan, aunque después te corras para ver más la obra, el contexto. Lo interesante es procesarlo y que sean influencias no tanto en los aspectos exteriores, sino en lo estructural. El rock progresivo, por ejemplo, tiene tantos defensores como detractores, y la verdad es que no puedo discutir con los detractores en términos racionales, porque los tipos en ciertas cosas tienen razón: hay cosas que son pretenciosas, gigantes. De la misma manera que se pueden argumentar muchas cosas contra el punk, digamos. Hablo de esas dicotomías eternas en las que uno no es objetivo y está bueno reconocerlo.

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