Sáb 18.01.2014
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MUSICA › ENTREVISTA A CARCA, EL MAS CONOCIDO DE LOS MUSICOS DE CULTO

“El desarrollo cultural siempre viene de la escena underground”

La flamante aparición del disco compilatorio Carca registrada es la excusa para recorrer la ética y la estética de este rockero que dice: “Sé que lo que hago, como extremo que es como lenguaje musical, es muy difícil que no incomode, para bien o para mal”.

› Por Luis Paz

Para la edición 2008 de ese festival, la producción del Quilmes Rock decidió realizar un “homenaje al rock nacional” y convocó a Carca para que se ocupara del asunto entre show y show. Aunque muchos lo conocieron allí, Carca llevaba 20 años sobre los escenarios, primero con Tía Newton, un tal vez mítico, seguro volátil combo al que se ubicó dentro del “nuevo rock” argentino de los primeros años ’90; y luego con las distintas formaciones de su trío. La presentación le valió a Carca reconocimientos, pero también una sombría anécdota que, en párrafos más, vendrá al caso. Lo fundamental es que ubicó a Carca bajo las luces grandes y le devolvió el crédito por dos décadas de aporte a la tradición rockera argentina, con sus visiones locales del glam rock, el blues espacial, el boogie conurbano y el stoner rock desde las alturas. Desde sus metros de altura, alrededor de dos.

Como gesto orgánico, aquello condensó años de convites de los hacedores del rock local. El Carpo lo invitó a tocar en su célebre Pappo y amigos, pero hubo un asunto de representantes y la cosa se cayó. Grabó con Juanse y con Andrés Calamaro. En España, donde vivió entre 2000 y 2004, zapó con Meg White (The White Stripes), se cruzó con Sonic Youth y fue elegido para un homenaje a Marc Bolan, de T. Rex. Hizo alguna con Daniel Melero y Flavio Cianciarulo. Gustavo Cerati lo aduló en una entrevista en el suplemento NO en 1999, cuando el cantante de Soda Stereo y Charly García se impusieron como “artistas de la década”. En ese mismo texto, García lo denostó porque alguna vez Carca dijo que no le gustaban los discos de Sui Generis. Fue convidado a compartir escenario por su ídolo, Edelmiro Molinari, a quien reconoce como uno de los creadores del “rock en argentino”, junto a Javier Martínez de Manal y a Luis Alberto Spinetta. Grabó en discos de Attaque 77 y tocó con Virus y con Los Auténticos Decadentes. Hace unos años, además, es parte de Babasónicos, el grupo argentino más importante de la actualidad.

Carca es admirado por tres o cuatro generaciones de rockeros, tanto sean músicos o fanáticos de ese movimiento. Y sin embargo, su obra y su figura (con lo difícil que puede ser esconder esos dos metros, claro está) han permanecido secreteadas, ocultas, receladas, en el culto, durante 20 años. También para intentar resolver eso es que aparece Carca registrada, disco compilatorio flamante que recupera algunas obras de la media docena de álbumes que publicó desde 1994 –todos misteriosos, todos buenísimos, todos también muy, pero muy difíciles de conseguir–, con cuatro nuevas canciones. “Una mera recopilación no tenía sentido. Si bien me parecía positivo que esas canciones volvieran a hallar un formato tangible, con Tuta (Torres, músico y productor, colaborador de Carca hace años y actual bajista de Babasónicos) queríamos que el disco pudiese ser una obra nueva en sí, más allá de la recopilación”, justifica Carca. “Ante la ambición desmedida de hacerlo también en vinilo, por un tema de tope de almacenamiento de ese soporte tuvimos que poner un límite a los temas y hacer una elección, lo que siempre es arbitrario, porque de ninguna manera queríamos especular con que si el vinilo iba a tener algo más o algo menos que el CD”, dice.

–¿Qué hay de ese poker de canciones nuevas?

–Me fue súper grato el poder llegar a esa idea de composición y de producción, porque pude imprimir algo nuevo, para mí, sin la obligación de prolongar ese estilo en el tiempo, teniendo que hacer 50 minutos con esas ideas. Me parece que resultaron en una idea súper concreta. Tenía eso en mente porque Divino (N. de R.: su fabuloso disco de 2003) tuvo una desmesurada obsesión por el detalle, Uoiea (N. de R.: el más reciente, de 2009) también y estas cuatro canciones nos llevaron el mismo tiempo que un disco. Capaz alguno escucha y dice: “Para esta boludez, ¿por qué tanto tiempo?”, pero uno opera para quienes no piensan así, cuya sensibilidad puede encontrar una caricia en esta música. Yo sé que lo que hago, como extremo que es como lenguaje musical, es muy difícil que no incomode, para bien o para mal. Pero uno es dueño de todo lo que quiere hacer, siempre, entonces sólo puedo regocijarme en el orgullo que me hace sentir mi obra. Ni en la peor de las situaciones que atravesé pensé en acomodar nada al gusto de nadie.

–Pero usted también sufre de un “desconocimiento popular”, porque su música realmente tiene mucho para ofrecer a quienes gustan de música muy diversa: glam rock, un blues de la podredumbre, una psicodelia muy sexy.

–Sí, pero tampoco es que los discos se hayan vendido mal, para nada. Más bien fue un fracaso de difusión y creo que la gente los compró igual porque hay una mística con el fracaso de la difusión. Con suerte o no, no lo sé, los discos anteriores son inconseguibles, entonces este compilado puede oficiar de novedad para muchas personas. Recuerdo que de chico los recopilatorios me servían para adentrarme en un grupo. Después me dejaron de gustar y los odio porque casi siempre que me fijaba en un artista, me encantaba y quería tener todos los discos, y la recopilación la terminaba cambiando por alguna otra cosa. Tiene un carácter pedagógico indudable.

–Prontamente, el 1º de febrero, Carca registrada aparecerá en vinilo.

–Sí, y el mismo día vamos a distribuir A un millón de años blues (N. de R.: otro disco brillante –y van–, éste de 1996), que hay un sello mexicano que se llama La Disquería que ya lo tiene fabricado. Los dos vinilos van a ser productos muy cuidados y los vamos a poner a un precio súper accesible para operar un poco en contra de la boludez ésta que inventaron con el negocio de los vinilos.

–¿Los vinilos estos que aparecen ahora en tiendas físicas y digitales son como aquéllos?

–No, para nada, tienen otro estándar y concepto de calidad, que ignora toda esa exquisita perspectiva del audio del vinilo. Hasta los discos más mal grabados en vinilo, como el primero de Grateful Dead y muchísimos de la primera época del rock, se escuchan peor en los equipos hi-fi de ahora. Entonces lo que hacen ahora es hacer vinilos para la gente que hoy en día tiene súper sistemas hi-fi. Yo escucho en algo que está en el medio: un amplificador valvular de los ’80, muy hi-fi, pero de otra época. Pero con esta boludez del vinilo inventaron un negocio: el otro día veía el disco de (Andrés) Calamaro (Bohemio) en Mercadolibre a 500 pesos. Y sé que Andrés en eso no tiene injerencia absoluta, pero pasa que uno firma un contrato y después el sello o la disquería van y hacen lo que quieren.

–¿Cómo sabe?

–Yo le llegué a regalar un disco a una empresa que se llamaba De la Buena Estrella, que sacó dos discos, El auto rojo de Pappo y uno mío de 1999, Nena. Había una economía rara, entonces Sergio Fasanelli, también creador de Radio Trípoli, me dice a ver si podíamos hacer algo sin costo, un CD de regalo. La cosa era qué poner, entonces fuimos a unos DATs que teníamos con shows en radios y esas cosas, y todas estaban mal en algún punto: alguien se equivocaba o algo era errático, un acople, un olvido de letra. Y ahí se arma Descuido, con el concepto de meterte en la cocina a ver qué hay. La mano es que habiendo regalado ese disco en Nena, enseguida Musimundo y en ese momento Tower nos pasaron por arriba y vendieron el disco al precio de uno doble cuando había un disco que no valía nada, era una ridiculez pedir algo por ese segundo disco. Por Nena también, pero por lo menos habíamos ido a un estudio, lo grabamos, tiene una tapa muy linda.

–Después de eso, usted se fue a España, trabajó bastante como DJ y tocó por allá. Volvió con la publicación de Divino y enseguida pasó Cromañón (ver aparte). Después de haberse asentado de nuevo, no volvió a tocar tanto.

–Puede ser una situación de arrogancia, de enamoramiento y de defensa absoluta de lo que hago. Es que al final los shows muchas veces terminan siendo como si entrase un paparazzo a tu casa y te sacara una foto en el baño o haciendo algo que no te gustaría que vean, algo que no te deja bien parado. Los conciertos muchas veces terminan en eso: que “el sonido más o menos”, “las luces más o menos”, “el lugar más o menos”, y para mí tiene que ser una fiesta cada vez que tocás, para vos, tus amigos, para conocer gente, para que todos se vuelvan locos. Vos estás convencido de tu música, pero te exponés a estar en inferioridad de condiciones porque como un boludo aceptaste eso con el bolichero. No nací en cuna de oro; con Tía Newton nos cargábamos los equipos en una jeep Gladiator y volvíamos de los shows en la caja, entre los equipos, a las 5 de la mañana, con heladas. Pasa que acá se abolió el buen show con una tiranía y caretez absoluta. El desarrollo cultural proviene de la escena underground siempre, en el rock, en la actuación, en lo que sea, y se abortó ese gen hace muchos años. Intentan contentar con shows gratuitos multitudinarios, pero con eso no se come.

–Con Babasónicos, usted acaba de tocar en un show gratuito.

–Sí, pero no nos ponemos de un lado ni del otro en los shows que hace la política, podemos tocar para Coca-Cola, pero no nos metemos en política. Y después quedan esos lugares donde no importa si hay una vela o un Citroën alumbrándolos. Capaz están los Vox Dei tocando en un lugar así, pero los Vox Dei son re grossos arriba de una palmera también; yo no. A ellos no les falta nada porque son maravillosos, y si te cruzás a Miguel Cantilo o a Kubero díaz con una viola en una plaza, te parten el coco. Lo que ahora no pasa es que en ese momento, aunque fuese todo under, había buen sonido en todos lados y había ganas. Lo que mató al rock underground fue la falta de romanticismo de los bolicheros. Porque está bien, todos necesitamos cubrir nuestra vida... pero antes ibas a un lugar y era lindo.

–¿Y ahora no le parece que haya lugares lindos o bien equipados? Se le pregunta con conocimiento de causa, porque usted ha tocado por todos lados.

–Yo soy un anfitrión muy ambicioso, tal vez, pero jamás me coparía invitarte a una fiesta en mi casa y no tener todo lo necesario para eso. Un show es lo mismo; por eso no toco en La Trastienda, por ejemplo, que es un lugar que está bien, pero yo no quiero ir a un lugar donde metés a la gente en una trampa donde le cobran una cerveza 100 pesos, porque todos los boludos, porque tienen una banda, aunque no sacaron ni un disco, entran gratis. Y no es una estipulación económica: lo que quiero decir es que no quiero que el pibe de Ciudad Evita que realmente es fan del rock y se toma el 86 para ir a La Trastienda que pague 100 pesos una cerveza, porque son del palo, de donde está el rock, del conurbano o la zona sur de Capital.

–Entonces, con este disco, ¿cómo va a hacer?

–Tengo mucho interés, tal vez más que los que tocan, pero mi intención es la mejor situación. Creo que hay que hacer tres o cuatro shows por año que sean memorables, y después curtirse en el underground del interior.

–¿Para quién canta usted, entonces?

–Esto no es como la religión, que la gente no sabe de dónde agarrarse y se agarra de San Poronga; yo no quiero convertir a un tipo que lo primero que piensa es “este boludo de qué se la da”. Yo me quedo con los chicos y las chicas que se dan cuenta de la vuelta de tuerca de la música y de la vida, de que sin ninguna carta te inventaste un juego de truco. Gente que aprecia que, para mal y para bien, estoy en mi mambo siempre, esté en una cueva prehistórica o en el planeta más futurista, pero siempre trato de dar lo mejor de mí para la música y para los fans de la música y del rock.

Creo que lo que construyo, musicalmente y estéticamente hablando, les puede servir como herramienta de eyección a muchas personas para muchas cosas; y esto no tiene que ver con arrogancia o con demagogia, no va por ese lado.

–¿Con qué, entonces?

–Con que a mí el rock me maravilló y me ayudó, e intento hacer un rock a la altura. Cuando vi a Queen por primera vez no entendía ni un cuarto de la música, lo que me mató fue cómo lucían. De más grande entendí también la cosa de por qué no me gustaban Los Beatles de traje sino los de pelo largo, aunque prefería escuchar a Los Beatles de traje. Pero cuando quise agarrar una guitarra a los diez u once años, me apabulló porque me di cuenta de que encima que lucían bien, eran regrossos, iba de la mano esa libertad. Por eso soy tan fan de esa gente, de Hendrix, de Freddie Mercury. Capaz no los idolatro por los discos, ni como guitarrista o cantante, sino porque ellos torcieron la posible historia que podrían haber tenido. O sea, un tipo con minishort, con ese bigotito, con esos rasgos, tenía todo para que lo cagaran a palos y después lo iban a ver los Hell’s Angels. Los Queen eran lo más incómodo e inadecuado para todas las épocas del rock, y fueron tan grossos, aparte de porque son unos genios musicales, porque no le podés decir ni mu a Freddie, porque te tapa con su confianza. Igual que Hendrix, que tenía todas para ser un negro pobre del último rincón de un gueto y el tipo se aferró a su guitarra y se hizo uno con ella, y dijo: “Yo voy a tocar acá y acá y a vivir de esto”. Me parece que ésas fueron las lecciones: sé vos mismo. No es que los admire y siempre hable de ellos por retrógrado empedernido, pienso lo mismo de un montón de tipos ahora mismo, como Adrián (“Dárgelos” Rodríguez, cantante de Babasónicos), Walas (voz de Massacre) o Nekro (de Fun People y Boom Boom Kid). Si me pongo a pensar en todos los que banco a muerte, son todos frikis.

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