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Sábado, 18 de enero de 2014

MUSICA

Música para la neurosis del presente

En su sexto disco post Pavement, el cantante y guitarrista recuperó la frescura y el humor de su primer trabajo solista, sin rehuirle al pasado pero con la mirada hacia adelante.

 Por Roque Casciero

Los últimos años han traído mucho ajetreo en la vida de Stephen Malkmus. Primero reunió a Pavement, la banda con la que esculpió a guitarrazo limpio al rock indie de los ’90, para una gira mundial que terminó con dos shows en Buenos Aires. Después se mudó con su familia a Berlín, sacó otro álbum con The Jicks, su grupo actual (Mirror Trafic), y cuando ya estaba empezando a adaptarse a su vida en Alemania, decidió regresar a Portland. “Cuando te mudás a un lugar nuevo, gradualmente empezás a verte en ese contexto, cómo es realmente la ciudad y qué sos vos, con quiénes pasás el tiempo, cómo orientarte, dónde querés o no comer”, afirma el cantante, compositor y guitarrista a través del teléfono. “Y después volvés, pero estás en un lugar diferente. Durante un tiempo sos como un hombre sin cualidades. Pero sí, nos volvimos, fue una decisión más basada en nuestras vidas privadas y cosas que tenemos, como un ancla de propiedad privada (se ríe). Así que volvimos a eso.”

El cambio de continente llegó con otro disco de Stephen Malkmus & The Jicks, Wig Out at Jagbags (Ultrapop), que recupera la frescura y el humor de su primer trabajo solista. Y en la gacetilla que el propio músico escribió para acompañar el lanzamiento, menciona entre las influencias a... Pavement. “Durante los cinco minutos que me llevó escribir ese texto, repasé mi depósito de ideas”, confiesa. “Con Pavement nos fuimos de gira durante dos años y realmente pensé que eso iba a tener una influencia en lo que hicimos en este disco. Y también es como un ataque preventivo, como decir: ‘Bueno, ¿sabés qué? No tenemos miedo de quiénes fuimos o somos’. No es que voy a decir que me hablen de mi vieja banda, no hay problema...”

–En ese texto también habla de su “fantasía liberadora” de “dejar de existir”. ¿Puede desarrollarlo más?

–Bueno, es algo como ser invisible o dar vueltas por ahí sin ninguna atadura gravitatoria. Que a nadie le importe un carajo quién sos o qué hacés se sentiría bien. Podés ser como cuando comenzás, que sólo sos una cara. Es como un nuevo comienzo, como ser un nuevo rostro en un foro de citas de Internet, o algo así (risas).

–¿Esa fantasía tiene que ver con ser conocido como músico?

–No sólo eso, sino con las conexiones que hacés en la vida, la gente a la que conocés. Por supuesto que hay cosas que amamos y seríamos nada sin ellas: nuestros padres, nuestras parejas, nuestros seres queridos. Pero es una fantasía: no tener nada y empezar de cero. Es como una libertad pura. Es un concepto, un pensamiento, una fantasía: no es algo que de verdad querés. Por ejemplo: “Quisiera estar enamorado de todas las mujeres del mundo y no sentirme atado a ninguna”. ¡Pero en realidad querés una sola! O: “Quiero sentarme en el bar a beber y mirar los deportes...”. En realidad, querés tener hijos (risas).

–Además de Pavement, usted mencionó varias influencias alemanas en el disco, como la ciudad de Colonia y la banda Can. Sin embargo, las canciones ya habían sido compuestas antes de su mudanza a Berlín. ¿Dónde nota esa influencia?

–Can es una banda que realmente amo, pero no me gustaría estar influido por un grupo así. No estaría bueno sonar como “Mother Sky” o alguna otra canción que hayan hecho, tipo tener un ritmo funky durante diez minutos y cantar sobre sinsentidos. A lo que me refiero es más a tomar ese espíritu, lo que los guió, esa suerte de modo aleatorio de conformar una banda. Es inspirador. Estos cuatro tipos se juntaron y acá está lo que hacen: experimentan durante un par de semanas y hacen un disco. Eso es lo que me influye de Can. Así y todo, lo que hacemos nosotros suena a nosotros.

–”Rumble at the Rainbo” y “Lariat” son canciones que tienen cierto sentimiento nostálgico, aunque también medio se burlan de la nostalgia.

–Bueno, es un poco vergonzoso ser nostálgico. El punto es que uno no quiere escuchar acerca de la nostalgia de otro: si vos no sentís nostalgia por algo, no tiene importancia para vos. Pero sí, esas dos canciones son muy específicas. La gente que escucha superficialmente “Rumble at the Rainbo” cree que me burlo de los punks, cuando en realidad tiene referencias a mi escena punk. Hablo de lo que pasó, porque había bandas de hardcore y después los tipos regresaron con botas de cowboy y tocando cow punk, mientras que otros se volcaron al metal o al reggae. Es sobre el punk que había en el centro de California, que es donde yo encontré mi definición como fan: “Esta es mi música, no Rush, Van Halen o nadie así”. Teníamos nuestro propio estilo: no era straight edge ni emo, era más rápido y divertido... Bad Religion, Black Flag, esa clase de bandas.

–Usted usa a menudo la ironía en cosas de las que habla en serio.

–Sí. Finalmente es una forma de burlarme de mí mismo. Por lo general, el mejor humor incluye la burla. ¿Conocés a Louis CK? Es un tipo muy gracioso. El suele salir adelante con material potencialmente controvertido, poniéndose a sí mismo como el foco de la miseria o de la broma. Creo que hicimos eso, no es burlarse de los demás.

–En “Lariat” menciona a The Grateful Dead y canta “al menos escuchamos la música de la mejor década de todas”, referido a la de fines de los ’80. Pero hay mucha gente que se tiene así con respecto a los ’90 y a Pavement, en especial.

–Sí... Cada uno tiene su música, su era. Incluso hay una banda como The Grateful Dead, cuya música en sí epitomiza el “hacelo vos mismo”, la libertad, los jams... Pero sus fans son una masa que se convirtió en la representación la culpa blanca liberal, o el exceso, las drogas para ricos. Hay algo equivocado en eso, no hay caso. Ok, también es entretenimiento, pasarla bien y hasta hay amor en ello, pero quizá mis raíces hardcore no me permiten verlo de ese modo (risas).

–La frase sobre “la mejor década de todas” suena como la que diría un tipo que tuvo una banda y ahora trabaja para una gran corporación.

–Sí, ¿no? Hay algo de desesperación en esa frase (risas). Todos sabemos que no existe esa década perfecta, que todo tiene cosas buenas y malas, pero no podemos evitar sentir nostalgia por algún período de tiempo. Es interesante. A mí me gustan los ’70, es la década que tenía más para mí: punk, disco, rock progresivo, glam... Esos estilos me resultan elementales.

–Bueno, pero usted sigue produciendo música, no es que se quedó hundido en la nostalgia.

–Sí. Para mí, para ser interesante, la música tiene que reflejar la neurosis del presente, las patologías de hoy, no quedarse en el pasado. Salvo que vivas en un mundo solipsísticamente del pasado, cosa que no nos sucede. Supongo que, entonces, la idea es picar estos elementos y reciclarlos, reutilizarlos. En cierto sentido, sería la música definitiva de Portland: una hecha con materiales reciclados (risas).

–En “Surreal Teenagers”, ¿recicló a The Who?

–Definitivamente, el estribillo es un sueño que podría encajar en “We Won’t Get Fooled Again” o alguna canción así. El resto es simplemente imágenes sin filtrar de Internet, impresiones, ideas acumuladas... Supongo que habla sobre cosas modernistas decadentes, pero no estoy seguro. Sonaba imposible hacer que realmente significara algo, pero pensé que la melodía la hacía mejor (se ríe).

–En “Chartjunk” usa una sección de bronce, igual que en Mirror Trafic. ¿Es algo que usted quería intentar o se lo sugirió Beck, que produjo aquel disco?

–Tengo demos de algunas canciones viejas en las que usaba caños; pero sí, en cierto sentido tuvo que ver con trabajar con Beck, porque llevó a un músico de corno francés. Me dieron ganas de hacer eso, pero no quería hacerlo mal... Porque les tengo miedo a los bronces (risas). Entonces fui en dos direcciones. Una de las canciones me recuerda un poco a Chicago, es mi idea de tener esta especie de bronces tocados por tipos de los ’70, de escuela de música, con las bolas colgando. Y la otra está más orientada a Bacharach. Todos soñamos con hacer un arreglo a lo Bacharach... Cuando sale bien, es lo más cercano a Dios que se puede estar. Entonces quería hacer un pequeño intento, aunque tengo menos tiempo y dinero que Burt Bacharach. Mucho menos (risas). Y no puedo escribir música... Pero ésa fue inicialmente la idea.

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Stephen Malkmus (izquierda) vino a la Argentina solo, con los Jicks y con Pavement.
 
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