MUSICA › BALANCE DE LA 54ª EDICIóN DEL FESTIVAL DE COSQUíN
La grilla de este año contempló lunas maratónicas y tediosas, que condenaron a músicos valiosos a actuar en horarios marginales. No obstante, hubo presentaciones para destacar, y mucho de lo mejor se vio afuera de la plaza Próspero Molina.
› Por Sergio Sánchez
@No es fácil realizar un balance sobre la 54ª edición del Festival Nacional de Folklore de Cosquín. En esa tarea, sería injusto acotar el festival sólo a lo que sucede en la plaza Próspero Molina. Es muchísimo más que eso. Cosquín es un imán que atrae a miles de personas de todas las regiones del país, que se dispersan durante nueve días por las calles, las peñas y todo tipo de espacios culturales. De hecho, muchos visitantes ni siquiera pisan la plaza principal, sino que visitan la ciudad en tiempo festivalero para vivenciar el enorme fenómeno cultural que se produce. Lo que sale por televisión es apenas la parte visible de un hecho cultural mucho más rico y vivo. Cada año, Cosquín genera las condiciones para el encuentro, el intercambio cultural, el cruce de experiencias y, claro, el aprovechamiento turístico. Si bien hay algunas alternativas gastronómicas y hospedajes más accesibles, venir a Cosquín es bastante caro. Sin embargo, a la hora de la cena, caminar por la avenida San Martín era casi imposible debido a la marea de gente, y más los fines de semana. El hormiguero que se veía en las calles no se traducía en la cantidad de gente que ingresaba a la plaza mayor. Salvo en la fecha de apertura y en la presentación de Abel Pintos –el folklorista más convocante del momento–, las lunas no recibieron demasiado público.
En cuanto a la plaza mayor, siempre deja polémicas y momentos dignos de recordar. Sin embargo, la 54ª edición pasó sin demasiados sobresaltos. No hubo mucho para destacar, salvo por algunas actuaciones. Y, en la mitad del festival, la cosa parecía caer en un pozo de aburrimiento insalvable. Pero León Gieco, Víctor Heredia y Teresa Parodi levantaron el festival en la séptima luna. No obstante, la cosa cayó nuevamente el sábado. Y la lluvia del domingo, en tanto, terminó de empañar una modesta fiesta coscoína que tuvo momentos para el olvido, como el cierre abrupto del homenaje a Eduardo Falú, a cargo de su sobrino Juan, Liliana Herrero, Marcelo Chiodi y Lilián Saba. Las condiciones técnicas eran muy malas y no se escuchaba ni la guitarra criolla ni el piano. Y Falú y Herrero hicieron lo que “no tenían que hacer”: quejarse. “Hay tanto avance tecnológico, no puede ser que no se escuche una guitarra criolla. Tenemos que saber respetar a los músicos que se han ido”, dijo Falú, quien tuvo que tocar a las tres de la mañana. La respuesta de la comisión fue definitiva: sacarlos del escenario cuando aún faltaban un par de canciones. Esta vez no importó la “voz soberana” del público. Pese al pedido de la gente para que regresaran al escenario, los músicos no pudieron volver. Sin embargo, fue uno los mejores conciertos del festival.
En Cosquín, las fichas parecen estar puestas en el espectáculo antes que en las propuestas más honestas y austeras. Mientras en la plaza mayor artistas de la talla de Orozco-Barrientos tocan tres temas a las seis de la mañana para veinte personas, la transmisión televisiva sale impecable y esconde los asientos vacíos. Un despropósito. En la segunda luna, Peteco Carabajal también tuvo que enfrentar a una plaza vacía, cerca de las ocho de la mañana. Pero el músico, experto en patios que nunca duermen, entregó la energía de siempre y terminó tocando el violín entre el escaso público. Tuvo la ventaja también de contar con bastante tiempo en el escenario. “Una obra sin público es una poesía que nadie lee”, dijo una vez el director y dramaturgo argentino César Brie. ¿Qué sentido tiene la música sin público? En líneas generales, la grilla no fue del todo atractiva y, en ocasiones, primó una lógica poco feliz a la hora de seleccionar a los artistas. Muchos de ellos tocaron más por intereses empresariales que por méritos propios. De esa manera, también, las programaciones eran interminables, maratónicas y tediosas. Rubén Paragonia fue uno de los perjudicados. La lluvia de la última luna y los cambios en la grilla hicieron que su concierto se cancelara. El año pasado también su actuación quedó trunca.
El domingo, Teresa Parodi posteó en su muro una carta abierta a amigos y productores con el fin de repensar Cosquín. Y dijo: “Triunfó, nos guste o no, nos cueste o no aceptarlo, la cultura de la banalidad, de lo efímero, de la inmediatez de lo superfluo, de lo efectista, de la taquilla reinando y decidiendo por encima del arte, sobre lo profundo y lo austero, sobre lo bello sin estruendo ni palmas, ni gritos de amor de bajo vuelo”. Para ella, es necesario que en el festival de folklore más importante del país la música “suene con sus profundidades más claras, se realimente en las búsquedas genuinas de las nuevas formas, se atesoren las voces y las obras de los maestros en los que seguimos eligiendo mirarnos, en suma, hacer más ancha y luminosa su huella”.
“Con sus aciertos y errores tanto queremos a Cosquín”, deslizó Teresa Parodi desde el escenario. Su concierto fue uno de los más emotivos. Celebró junto a un puñado de amigos –Sara Mamani, Tonolec, Franco Luciani y Lito Vitale– el 30º aniversario de su consagración coscoína. Y todo salió a la perfección. La misma suerte tuvieron Juan Carlos Baglietto y Lito Vitale, quienes se lucieron con un repertorio de música popular latinoamericana, que conformará su próximo disco. En tanto, Jairo y Antonio Tarragó Ros desplegaron toda su experiencia y popularidad. El grupo de fusión folklórica Arbolito brindó un corto pero intenso concierto que los posicionó como lo más interesante del festival. Después del concierto, encararon para la bella ciudad de San Marcos Sierra. El Ballet Nacional tampoco defraudó en esta edición. Jugaron un papel importante también las delegaciones de baile de las provincias y las representaciones internacionales.
La solidaridad en el folklore es un valor que se manifiesta en algunos artistas. Raly Barrionuevo prefirió aprovechar la ventana que significa el escenario de Cosquín para dar a conocer a nuevos valores del folklore, como el riojano Ramiro González, el cordobés José Luis Aguirre y los cordobeses de La Cruza. Raly se sacó las ganas de tocar al día siguiente, en el escenario al aire libre llamado Cosquín vuelve al río, donde tocó casi dos horas. Lo mismo hizo el jujeño Bruno Arias cuando compartió su concierto con un ballet de la Puna y otro de la Quebrada de Humahuaca. El jujeño revalidó el título de consagración obtenido el año pasado. León Gieco, por su parte, realizó un concierto junto con la murga uruguaya Agarrate Catalina e invitó al escenario a músicos del proyecto de inclusión social Mundo Alas.
Otra propuesta interesante fue también la de del pianista que reside en España, Juan Carlos Cambas. En su concierto, indagó en las raíces folklóricas de la música popular argentina. “Quizás a los argentinos nos defina la mezcla de lo ancestral y las diferentes inmigraciones. Y un jujeño se parece más a un boliviano y un uruguayo a un bonaerense. Pero todos somos argentinos”, enmarcó Cambas antes de invitar a la salteña Micaela Chauque y arrancar su set con música andina. En sintonía con el concepto que propuso Juan Falú, el trío Aymama también trajo un set de canciones que invitaban al silencio y a la calidez musical. “Gracias por el silencio y el respeto. Ojalá que propuestas como éstas sigan ganando espacio en el festival”, dijo la vocalista y bombista Mora Martínez.
Los homenajes en vida a grandes autores de la música y la cultura popular argentina también tuvieron un lugar en la plaza Próspero Molina. El histórico grupo Los Manseros Santiagueños recibió la cinta dorada coscoína y el líder Onofre Paz se emocionó hasta las lágrimas. Escoltado por la delegación de Chaco, el humorista Luis Landriscina vino a celebrar que se cumplían 50 años de su primera aparición en el festival. “En el ’74 abandoné los festivales pero no Cosquín, porque me debo a este festival. En 2004 me despedí de los escenarios, y en 2010, ustedes son testigos, prometí que si estaba vivo volvería dentro de cuatro años. Y volví”, dijo emocionado el chaqueño y recibió un aplauso fervoroso del público. Se recordó en varios conciertos a Eduardo Falú, Mercedes Sosa, Atahualpa Yupanqui, el Cuchi Leguizamón y Juan Gelman.
Como cada año, hay propuestas que refrescan el festival, otras que se consolidan y otras que están pensadas para engordar las boleterías y apuestan al show televisivo. A grandes rasgos, se pueden destacar las actuaciones de Orellana-Luca, Motta Luna, Las Rositas Trío, Juan Iñaki, Pancho Cabral, La Callejera, José Ceña, Gustavo Patiño, Pelú Mercó, Trío MJC, Proyección Salamanca, la Bruja Salguero, la coplera Mariana Carrizo, Suna Rocha, Los Núñez y Franco Luciani –los dos últimos relegados en los últimos lugares de la grilla–, entre otros. Por supuesto, no faltaron las propuestas más pensadas para “deslumbrar y no alumbrar”, como diría Yupanqui. En eso anduvieron Soledad, el Chaqueño Palavecino, Jorge Rojas, Los Nocheros, Luciano Pereyra y Los Tekis, quienes invitaron al escenario a Flavio Mendoza. Sí, a Flavio Mendoza. Y Abel Pintos es un caso extraño. Si bien es un músico con una propuesta musical interesante, lo cierto es que penetró en un público teen y en un mercado de la imagen y el consumo del cual es muy difícil salir. Quizá también él o su entorno hayan buscado que así sucediera. La fecha en la que estuvo Pintos fue la única que agotó la capacidad de la plaza. En tanto, según la Comisión Organizadora, el premio Consagración fue para el formoseño Lázaro Caballero y el artista Revelación fue el solista masculino de tango Jorge Márquez. Los Bohemios del Folklore fueron los destacados en la peña oficial de La Patria Grande.
Como se destacó en varias de estas crónicas, en el transcurso del festival hubo un sinfín de propuestas complementarias para disfrutar: el Encuentro de Poetas con La Gente, la feria de artesanías, el Congreso del Hombre Argentino y su Cultura, muestras fotográficas, ciclos de cine y escenarios al aire libre. Muchas de esas actividades recibieron el apoyo y el impulso de la Secretaría de Cultura de la Nación, a través del programa Cultura en Acción. El contexto fue propicio para presentar el flamante Instituto Nacional de Música (Inamu). “Creemos que donde haya un joven que quiera dedicarse a la música va a estar este instituto para apoyarlo, por lo cual les pedimos a los músicos que participen y sumen”, resaltó el director de la entidad, Diego Boris. La Ley de la Música es una legislación “transversal que va a garantizar el federalismo”, apuntó Boris, acompañado por la vicepresidenta, Celsa Mel Gowland, y la directora nacional de Acción Federal, María Elena Troncoso. Durante el encuentro, presentaron a los asistentes la primera publicación del Inamu, un manual de formación cuyo tema es “Derechos intelectuales en la música”.
“Tuvimos la experiencia increíble de conocer músicos talentosísimos”, dice Roberto Cantos, del Dúo Coplanacu, sobre la mítica peña que tuvieron en Cosquín durante más de una década y media. “Algunos músicos no querían tocar en el escenario mayor y preferían el ámbito de las peñas. La cosa en Cosquín siempre fue muy dinámica. Hoy el festival cobró una dirección muy interesante. La gente se queda hasta muy tarde, viene a la plaza y también participa de las otras propuestas. Tal vez las peñas son espacios menores, pero no por eso son menos importantes. Creemos que para los músicos que están empezando y llegan a Cosquín con todo su entusiasmo y con toda su fuerza, el ámbito de las peñas es ideal”. Las peñas que latieron durante el festival fueron generalmente espacios impulsados por músicos, especialistas en el paño del folklore y algún que otro productor. Fueron un refugio necesario entre tanto bache que se produce en el festival. Hubo para todos los gustos: con programaciones más cuidadas –como la del Sol del Sur o La Salamanca–, para bailar hasta el amanecer –como la Fiesta del Violinero–, con más luces y brillos –como la de Facundo Toro– o para aquellos que nunca se querían ir a dormir. Para estos últimos, la propuesta ideal fue La Piripincha, el patio de la resaca. También estuvieron la peña Emerger, La Payana, La Patria Grande, Peña de la Godoy y Los Guaraníes.
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